Los detectives salvajes

Con más de 500, casi 600 hojas, Los detectives salvajes es una de esas obras que requieren paciencia y constancia para disfrutarla. Es, si cabe el término, un libro para un lector maduro, curtido por otros tantos libros que no se develan con facilidad, que guardan lo mejor casi siempre para el final. Entonces, un lector maduro podrá descifrar con rapidez las similitudes con el Rayuela de Cortázar y los recursos borgianos que evidencian sus personajes. Quizá piense, casi de inmediato, que es una suerte homenaje y en ese punto podría sentir una ligera desazón. En este punto habrá quienes encuentren ese homenaje como un mérito de la novela porque, seamos sinceros, Rayuela sigue siendo un libro de culto. Pero desde mi perspectiva, en la medida que Bolaño acerca su novela a la obra de Cortázar pierde más de lo que gana. Y aquí me permito un paréntesis. Rayuela es una novela que en lo personal no despertó la pasión que he visto en otros lectores. Sin embargo, debo confesar que Cortázar hace uso de una técnica narrativa impecable y sus personajes alcanzan un nivel de complejidad francamente insospechado. Hoy por hoy, la influencia que puede ejercer esta novela y su escritor en otros autores, como es el caso, es fácilmente rastreable. Los detectives salvajes es uno de esos casos.

 

Así, García Madero, Belano, Lima y el resto de poetas jóvenes mexicanos son una suerte de Maga y compañía. La novela se construye a partir de un conjunto de seres humanos que tantean un camino, que deambulan y se tambalean. El sentido no está claro, hay que construirlo. La premisa no está mal y es tentadora. La repetición es el problema. Repetición que lleva hasta la estructuración de la segunda parte de la novela. Si bien Bolaño hace un esfuerzo por alejarse de Cortázar al proponer una suerte de viñetas de entrevistas, la esencia del relato fragmentado, de la historia rota y para reconstruir, es más que evidente. Nuevamente Bolaño se distancia, busca su identidad personal al dejar claro que hay líneas narrativas: la más evidente la del viejo poeta mexicano abordado por los jóvenes “detectives”. Precisamente ahí está la fortaleza de la novela: en la medida que Bolaño es más Bolaño y menos Cortázar, sus personajes y su historia adquiere poder narrativo. Un Belano y un Lima abatidos, avejentados, atormentados por sus propias decisiones son más intensos que aquellos que incendiaban el real visceralismo. Un coro de personajes que rayan el ridículo (memorable escena la del duelo con espadas, encantadoramente inocente la fisiculturista) definen una mejor identidad literaria (si cabe la expresión) que un conjunto de jóvenes poetas que se ciñen en la desgastada imagen del poeta maldito, del creador atormentado por sus demonios internos y externos, que deambula por las drogas y el sexo. El cierre es preciso. El retorno a la narración de García Madero, la búsqueda incansable de Cesárea Tinajero y tras ellos, la incansable persecución por Lupe a través del desierto mexicano nos devuelve una novela cuajada, precisa en la narración y aguda en el desarrollo. Me extraña el final tan sencillo de Cesárea Tinajero pero advertido estaba. ¿No es acaso su poema, el único publicado, una gran broma al lector? ¿A la literatura en general? (No es acaso una referencia a La insignia de Ribeyro?)

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