crónica sin título

Me he hecho amigo de la televisión. Incluso más de lo que yo mismo quisiera. Suelo llegar e ir directamente a mi cuarto para prender la televisión incluso cuando tenga otras cosas que hacer como cocinar, limpiar u ordenar algunos libros. Es como un engaño: me da la ilusión de estar acompañado cuando en el fondo – y en la superficie también- estoy solo.
También me aturde. Mi trabajo es pensar: pensar pacientes, pensar emociones, pensar situaciones, pensar alumnos, pensar profesores, pensar instituciones, pensar colegas… pensar. Cuando no estoy trabajando sigo pensando hasta que llego a casa.
Con la televisión prendida no es posible pensar (mucho). Si veo Friends no cuestiono el situation comedy, no pienso en el carácter obsesivo-compulsivo de Mónica ni pienso en el psicoanálisis clásico y la propuesta de que la amistad es un erotismo sublimado. Cuando veo Two and Half Man no pienso en el narcisismo y la cultura postmoderna. Cuando veo The Simpsons lo más que hago es descubrir las referencias cinematográficas de cada episodio.
Hasta esa noche.
Había llegado más temprano que de costumbre y me resistía a ver las noticias (mi dosis de realidad). Cuando vi que en AXN anunciaban el Exorcismo de Emily Rose –con el tentador aviso de: “Basado en hechos reales”- supe que algo malo iba a pasar.
Me detuve, ya no podía avanzar. Todas las luces de mi casa estaban apagadas. No había cerrado la puerta de mi cuarto y eso me daba vista hacia la sala. Arriba, mis vecinos, parecían dormidos.
Quien haya visto el Exorcismo de Emily Rose no me dejara mentir. No es cualquier película de terror. Es engañosa. A diferencia del resto de películas del género, ésta inicia planteando un tema trillado pero igualmente interesante: la fe frente a la ciencia ¡Es un truco! Mientras vas pensando en dicha controversia te vas convirtiendo en uno de los personajes y, casi sin querer, llenándote de terror.
Bajo miedo, la televisión se hace insoportable.
La soledad también.
Como los gatos, los hombres también se pueden adaptar a la oscuridad hasta descubrir sombras dentro de las mismas sombras.
Sombras que son solo sombras.
Sombras que también son fantasmas.
Yo no le temo a los fantasmas pero estoy lleno de ellos.

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Alegría de muchos, ¿consuelo de uno?

De cómo la nostalgia se abre paso en cada cambio
En estos días he recibido varios mensajes felicitándome por mi nuevo hogar y el domingo, el día en el que decidí mudarme, tuve una pesadilla con temblores y casas. Si algo se puede concluir de todo esto es que la alegría viene desde afuera porque adentro se vive una procesión.
No recuerdo si ya lo dije antes pero no es la primera mudanza que afronto. Tampoco será la última. Valga esta crónica en recuerdo de algunos lugares memorables en los que viví.

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Un fragmento sobre la educación

“(la educación) es el punto en el cual decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una responsabilidad por él, y de esa manera salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría si no apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación también es donde decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para no expulsarlos de nuestro mundo y dejarlos librados a sus propios recursos, ni robarles de las manos la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que nosotros no previmos; si los amamos lo suficiente para prepararlos por adelantado para la tarea de renovar un mundo común” (Hannah Arendt en “La crisis de la educación”)

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Narrando el malestar en la escena educativa

Me reúno con C., una alumna de IV, para evaluar la posibilidad de cambiarse de grupo de estudio de las áreas de Ciencias y Matemáticas. En toda su secundaria C. ha pertenecido al Nivel A, un grupo en el que si bien se puede trabajar temas y ejercicios con mayor complejidad y profundidad, se vivencia tal grado de competitividad que muchos de sus integrantes han planteado el mismo cambio que ella solicita.
Desde el inicio, C. me plantea sus dudas: no está segura de que el cambio sea lo mejor para ella. Le pregunto el porqué de su cambio y me dice que no le ve sentido estudiar tanto algo que quizá no le vaya a servir más adelante. Luego añade que tampoco sabe que es lo que le gustaría estudiar cuando salga del colegio, incluso pudiera ser algo relacionado a las ciencias.

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Contra el tiempo (construir un vinculo ya!)

(Una mirada a la ley que impulsará la responsabilidad paterna)

Al trabajo con el nene!
Alberto Fernández, Director del Instituto de Neurociencias Aplicadas en Lima, debería sentarse a tomar un café con Mercedes Caballinas, reputada congresista aprista. Superadas las formalidades, Fernández diría:
– Pero Congresista, ¿Realmente Ud. cree que bastan 4 días para compartir la parte afectiva del nacimiento de un hijo? (Fuente: RPP).

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