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El príncipe de los caimanes

El príncipe de los caimanes

En mi experiencia de lector, una buena novela debe equilibrar acción y reflexión. Déjenme ejemplificar mi punto con El príncipe de los caimanes.

La acción gira en torno a una o dos historias. La conjunción se presta para una observación: el autor logra articular una historia en, y aquí tomó la nota de la contraportada, dos momentos extremos del siglo XX. Por un lado Sebastián es un joven aventurero se interna en la selva sudamericana, al otro Miguel, su bisnieto hace todos sus esfuerzos por huir de ella. Ambas contadas con maestría, buen manejo del ritmo y recreando un escenario narrativo pocas veces explorado con éxito en la literatura peruana: la selva.

(Y aquí estoy tentado de hablar del lugar de la selva en el imaginario artístico, cultural, político, social e histórico de los peruanos. Pero que quede como una mención y una promesa para un post futuro.)

Además Roncagliolo da muestras de ser un investigador que ha puesto sus conocimientos al servicio de su historia. Caracteriza muy bien las tribus y sus costumbres, emplea el habla de la selva sin que esto sea una interferencia sino apelando a la pragmática pero sobre todo aborda dos temáticas álgidas: la explotación del caucho y el tráfico de drogas.

Este es precisamente el punto a partir del cual se incorpora la reflexión ya que ambos personajes no solo huyen y sobreviven sino que también reflexionan en torno a lo vivido y nos llevan a reflexionar a nosotros mismos como lector.

La explotación del caucho referida en este libro hace referencia, según algunos historiadores, a las masacres de la Casa Arana pero al mismo tiempo, nos lleva a pensar cuanto ha cambiado dicho escenario en la actualidad. Roncagliolo, que además tiene otros libros donde hace una revisión de lo histórico, pareciera hacer un llamado a la cosificación del hombre en pos de los principios de la economía.

Las aventuras de Miguel ocurren en el abandono y la precariedad, en la amenaza del tráfico de drogas y la ausencia de la ley y el estado. Miguel lucha por sobrevivir, se arrima a su compañero de viaje y aferrado al único recuerdo de su padre en busca de un mejor lugar, huyendo de su pasado, cargando su fragilidad y su dureza.

El príncipe de los caimanes es una obra altamente recomendable no sólo por lo que está escrita en ella sino por las posibilidades de reflexión que nos abre.

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Los detectives salvajes

Con más de 500, casi 600 hojas, Los detectives salvajes es una de esas obras que requieren paciencia y constancia para disfrutarla. Es, si cabe el término, un libro para un lector maduro, curtido por otros tantos libros que no se develan con facilidad, que guardan lo mejor casi siempre para el final. Entonces, un lector maduro podrá descifrar con rapidez las similitudes con el Rayuela de Cortázar y los recursos borgianos que evidencian sus personajes. Quizá piense, casi de inmediato, que es una suerte homenaje y en ese punto podría sentir una ligera desazón. En este punto habrá quienes encuentren ese homenaje como un mérito de la novela porque, seamos sinceros, Rayuela sigue siendo un libro de culto. Pero desde mi perspectiva, en la medida que Bolaño acerca su novela a la obra de Cortázar pierde más de lo que gana. Y aquí me permito un paréntesis. Rayuela es una novela que en lo personal no despertó la pasión que he visto en otros lectores. Sin embargo, debo confesar que Cortázar hace uso de una técnica narrativa impecable y sus personajes alcanzan un nivel de complejidad francamente insospechado. Hoy por hoy, la influencia que puede ejercer esta novela y su escritor en otros autores, como es el caso, es fácilmente rastreable. Los detectives salvajes es uno de esos casos.

 

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