Entre el libro y la película

En un domingo de ocio compré “La chica del dragón tatuado”, remake americano de “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Esta es una inútil disquisición sobre que es mejor: si el libro o la película. Así que si no has leído libro o visto la película, mejor déjalo aquí.

Leí por ahí que a “Los hombres que no amaban a las mujeres” le sobraban unas 100 hojas, que tenía muchas referencias a lugares y nombres específicos que eran innecesarios y que entorpecían la lectura. Concuerdo no sin ciertas dudas. Restarle esas 100 hojas sería como dejar una mesa con 3 patas. No se va a caer pero se va a tambalear un poco.
Una vez que superas esas minucias la lectura no fluye, corre. Como buen policial, hay diversos misterios rodeados de una atmósfera enrarecida. La familia Vanger es, por decirlo de una manera, un nido de ratas. Pero al misterio de Harriet hay que sumarle la lucha de Blomkvist tanto con su moral como contra Wennerström, la debacle de Millennium y sobre todo las dificultades de Lisbeth Salander, de lejos el personaje más importante de la novela.
Debe ser por esto que Fincher optó por llamar a su película “La chica del dragón tatuado”. Sin embargo, en el film el personaje no logra transmitir la sordidez e incomprensión en la que vive Salander (en el libro ella sería incapaz de contarle a Blomkvist el ataque a su propio padre). Por otro lado, el título sugiere que el foco de atención está en Salander. Otros pudieran haber esperado que esté en Blomkvist. Al final, para respetar el espíritu de la novela, creo que el centro de la historia está en lo que les ocurre a ambos personajes. Por eso me parece un error colocar a Daniel Craig de Blomkvist. La concesión al actor le costó a Fincher darnos un Blomkvist que tenía posees de James Bond. De Rooney Mara tan solo diré que aunque su desempeño es aceptable, construir un personaje que habla tan poco y que luce (físicamente) tan poco demandó mayores recursos. Ojalá la veamos esforzarse un poco más en las próximas entregas.
Es todo por ahora.
(La inutilidad ganó)

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