(D)evaluaciones

Hace varias semanas atrás escribí: “La educación es el encuentro de dos subjetividades bajo la ilusión de la objetividad”. Lo escribí sin pensarlo demasiado pero con la intuición de quien había hecho un gran descubrimiento. En todo caso debo de confesar que la idea no es nueva y que quizá se desprende de las lecturas en las que me he visto inmerso sobre postmodernidad, educación, cultura y psicoanálisis.
Pero esta frase adquirió un nuevo sentido hace unos días, cuando Carolina compartió su preocupación por los exámenes de ingreso a los nidos junto con el impacto del rechazo en el niño y las familias.
¿Cuál sería la necesidad de realizar selecciones a edades tan tempranas? ¿Tiene esto sentido para un estadio inicial de la educación? ¿Existe algún indicio de la conveniencia de esta evaluación?

Aunque en la actualidad educar y evaluar sean casi sinónimos, esto no siempre ha sido así. De hecho en sus inicios, cuando el educar se hacía fuera de los espacios formales de la escuela, en las casas de los carpinteros y herreros que acogían a jóvenes aprendices y transmitían sus conocimientos en un vínculo estrecho y cercano, no era necesario evaluar. No es sino con la aparición de las escuelas como espacio de exclusivo de enseñanza que el evaluar se constituye en su práctica por excelencia.
Quizá podamos conceder que evaluar dentro de los espacios educativos sea necesario. Hasta pudiéramos decir que es el costo de la masificación de la práctica docente: para poder saber si lo que hacemos es efectivo es necesario tomar una medida de ello.
Pero ¿qué sentido tiene hacerlo previo al espacio educativo?
En Educación existe una creencia, una suerte de santo grial: en la medida que los grupos educativos sean lo más homogéneos posible, vale decir, sus integrantes sean lo más parecido posibles, los procesos educativos serán más efectivos. Como es obvio aquí no es posible conformar un grupo homogéneo, aunque existe la clara intención de intentarlo. De esta forma el ingreso de un niño a un nido o un colegio deja de ser una elección de los padres para ser una elección de la misma institución, una suerte de inversión de la ley de la oferta y la demanda. Con ello, existe la creencia de que las instituciones educativas aseguran la conformación de grupos homogéneos de los cuales esperarían mejores resultados.
Por algo así como esto, junto con las diferencias sociales entre pobres y ricos, están protestando en Santiago.
¿Tiene esto sentido en un estadio tan temprano?
En lo personal creo que no. Enfatizar tanto este tipo de evaluaciones y darles este estatus parece desconocer que en los procesos educativos intervienen otros factores más que las habilidades y recursos cognitivos como el vínculo con el docente o el clima en el aula. Por otro lado, plantea una situación poco pensada: el preparar a los futuros alumnos a esta evaluación, vale decir, construir un espacio pre-preescolar. Ciertamente el inicio de una cadena de nunca acabar.
Finalmente, dada la crítica situación de la educación a nivel global esto nos sugiere que estas evaluaciones, que vienen de buen tiempo atrás, han cumplido un rol que aporta poco o nada al escenario educativo. La conformación de grupos que parecieran ser homogéneos bajo estas evaluaciones tienden a diferenciarse con rapidez conforme avanzan en su vida escolar.
Cabría preguntarse si estas evaluaciones realmente cumplen con su función.
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