PPK, Fujimori y Marcos: otro artículo publicado en el Philippine Daily Inquirer
Hoy, para sorpresa mía, una bibliotecaria en la Universidad de Filipinas-Diliman me reconoció y me felicitó por mi columna en el conocido periódico Philippine Daily Inquirer. Algo confundido, le pregunté si se refería a aquel que publiqué hace un par de años, en el que comparaba a Keiko Fujimori con Bongbong Marcos (el hijo de Ferdinand Marcos), pero me indicó que no, que había sido hacía algunas semanas, y trataba de Pedro Pablo Kuczynski. Hice una búsqueda rápida en mi teléfono y resultó que sí, a mediados de enero publicaron una columna mía de la cual ya me había olvidado. La columna está pensada sobre todo para que los filipinos puedan entender los confusos acontecimientos políticos de fines del año pasado en torno al intento de vacancia contra Kuczynski y el indulto a Fujimori, con un poco de análisis y comparaciones con la situación política acá en Manila.
Sin embargo, lo que quiero resaltar acá es el hecho mismo de que haya salido publicada una columna de opinión sobre los acontecimientos políticos en un–para Filipinas–remoto país como Perú. Este es un patrón que he notado al estar suscrito a las páginas de FB de varios diarios del Sudeste Asiático (Bangkok Post de Tailandia, Straits Times de Singapur, Jakarta Post de Indonesia, entre otros): estos periódicos publican muchos más análisis de acontecimientos fuera del país que sus contrapartes peruanos, que cuyas páginas de FB frecuentemente dan la impresión de que el análisis o comentario se limitara únicamente a lo que ocurre dentro de sus fronteras. Quizá la excepción sea comentar lo mal que anda Venezuela, pero creo que ahí acaba la lista.
¿A qué responde esto? ¿Los editores asumen que el lector peruano tendrá cero interés en los intentos de los sectores más conservadores de Indonesia por “islamizar” una esfera política que ha sido razonablemente secular por muchas décadas? ¿Asumen que el autoritarismo de Duterte y su discurso de ‘mano dura’ carecerá de interés para sus lectores peruanos? Tomemos nota que, de manera similar a los sectores más recalcitrantes de la derecha peruana con la CIDH, él acaba de rechazar en duros términos la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, que lo acusa de haber ordenado la ejecución extrajudicial de miles de filipinos. O peor aún, ¿tendrán razón estos editories? ¿Seremos así de “ombliguistas”? Por supuesto, en caso hubiera por ahí un artículo de análisis sobre el fenómeno Duterte publicado en un diario peruano, avísenme, que me gustaría darle una leída. Sería muy interesante ver qué se piensa por ahí.
Acá va en versión traducida al español:
Traición en el Perú
Por Jorge Bayona, 16 de enero de 2018
La tormenta que arrecia en la política peruana llegó a su clímax con el indulto que el presidente Pedro Pablo Kuczynski (o PPK, como se le suele conocer) le concedió al ex dictador Alberto Fujimori en Nochebuena. A diferencia de Ferdinand Marcos en las Filipinas, Fujimori sí fue procesado por los tribunales de su propio país y declarado culpable de violaciones a los derechos humanos y de corrupción. ¿Cómo llegó el Perú a un punto en el que un presidente elegido con el apoyo del antifujimorismo, y quien ha estado bajo el ataque del fujimorismo a lo largo de su gobierno, haya claudicado ante la exigencia de impunidad para Fujimori, especialmente tras sobrevivir por poco a un proceso de vacancia promovido por dicho partido y Keiko, la hija del ex dictador?
Si bien tienen valores neoliberales similares (PPK incluso respaldó la candidatura presidencial de Keiko en 2011), la sed de sangre de Keiko tuvo sus orígenes en las elecciones de 2016. Gracias al apoyo de sectores progresistas que rechazaron la vena autoritaria de Keiko, PPK ganó la presidencia por un muy estrecho margen. Pero Keiko optó por no seguir la tradición democrática y ni concedió la elección ni felicitó a PPK. Y pese a ganar tan solo el 36% de los votos para el Congreso, el fujimorismo pudo ocupar 73 de las 130 curules, lo cual Keiko ha usado para someter a golpes al gobierno de Kuczynski.
Es ahora evidente que PPK creyó que podría basarse en el crecimiento económico y en apaciguar a los fujimoristas para gobernar el Perú. Cuando atacaron a su funcionario más calificado, el Ministro de Educación Jaime Saavedra (ahora un funcionario de alto nivel en el Banco Mundial), PPK les entregó su cabeza en bandeja. Una y otra vez, pese a tener el poder constitucional para clausurar un congreso obstruccionista y convocar a nuevas elecciones, él insistió en apaciguarlos, con la esperanza de que se sentirían satisfechos. Estaba equivocado.
Este incesante enfrentamiento político llegó a su punto crítico poco después de que la fiscalía allanó las oficinas del partido fujimorista y encontró indicios de malos manejos financieros (hay rumores persistentes de que Keiko es financiada por lavadores de activos y narcotraficantes). Poco después, los fujimoristas en el Congreso contraatacaron, denunciando que la compañía de PPK, Westfield Capital, recibió dinero de la corporación brasileña Odebrecht cuando era Ministro de Economía a inicios de los 2000. Los peruanos atestiguaron el insólito espectáculo de los fujimoristas en el Congreso—quienes han sido acusados de falsificar documentos, contratar matones, lavado de dinero, coimas, etc.—haciendo un llamado por una vacancia relámpago para “luchar contra la corrupción”.
Frente a una probable toma del poder por parte de los fujimoristas, con lo cual Fuijmori sería indultado, los desilusionados sectores progresistas del Perú reaciamente volvieron a brindarle su apoyo a PPK, pese a sus válidas reservas respecto de sus conflictos de interés. Pero cuando parecía que el fujimorismo iba a lograr su objetivo, ocurrió lo inesperado: diez congresistas liderados por Kenji, el hermano de Keiko, rompieron filas y salvaron a PPK de la vacancia. Los sectores progresistas celebraron, declarando que la democracia había triunfado y que la corrupción había sido derrotada.
¿Cuál había sido el precio de estos votos? Los hermanos llevaban tiempo luchando por el control del partido fujimorista y el “legado” de su padre, así que los progresistas peruanos le advirtieron a PPK que no indultara a Fujimori como pago por los votos de Kenji. Pero en la Nochebuena, después de haber jurado que no lo haría, PPK lo indultó. Como resultado, renunciaron ministros y legisladores del partido de PPK, y protestas han sacudido el país.
La obstinada insistencia de PPK en apaciguar al fujimorismo le ha costado caro. Los fujimoristas alineados con Keiko todavía lo quieren derrocar, los progresistas abjuran de él como un traidor, y nunca tuvo un partido político propiamente dicho. Se arrinconó a sí mismo hasta que sus únicas opciones fueron cederle el poder a los fujimoristas para que ellos indultaran a Fujimori, o hacer una componenda para indultarlo él mismo y quedarse en el poder.
Tras partir al fujimorismo en dos facciones amargamente divididas entre sí al cederle el “triunfo” a Kenji en lugar de a Keiko, PPK quizá se considere a sí mismo una suerte de Sansón en lugar de un Chamberlain. Pero al traerse abajo el templo encima de su chapucera presidencia y sus verdugos fujimoristas, también ha traicionado a las víctimas de la dictadura. Así como el entierro de Marcos en el Cementerio de los Héroes, esta es una afrenta para todos aquellos que creen en los derechos humanos y la justicia.
A continuación, el texto tal como apareció en Daily Inquirer:
Double cross in Peru
By: Jorge Bayona – @inquirerdotnet 05:06 AM January 16, 2018
The storm buffeting Peru’s political landscape climaxed with the Christmas Eve pardon of President Pedro Pablo Kuczynski (or PPK, as he’s commonly known) of former dictator Alberto Fujimori. Unlike the Philippines’ Ferdinand Marcos, Fujimori was tried in his own country’s courts and found guilty of human rights violations and corruption. How did Peru reach this point in which a president elected through the support of anti-Fujimorismo, and who has been under attack from Fujimoristas throughout his administration, gave in to their main demand of impunity for Fujimori after narrowly surviving impeachment proceedings promoted by them and the ex-dictator’s daughter Keiko?
While they hold similar free-market, neoliberal values (PPK even endorsed Keiko as president in 2011), Keiko’s blood thirst for Kuczynski has its origins in the 2016 election. Thanks to support from progressive sectors who rejected Keiko’s authoritarian streak, PPK was able to pull off an incredibly tight election victory. But Keiko bucked democratic tradition and neither conceded the election nor congratulated PPK. Despite winning only 36 percent of the votes for congress, Fujimorismo was able to occupy 73 of the 130 seats, and Keiko has used this to beat the Kuczynski administration into submission.
It is now evident that PPK thought he could rely on economic growth and appeasement of the Fujimoristas to govern Peru. When they went after his most qualified official, Education Minister Jaime Saavedra (now a high-ranking functionary at the World Bank), PPK served Saavedra’s head on a platter. Time and again, despite having the constitutional power to shut down an obstructionist Congress and call for new elections, he insisted on appeasement, hoping that his enemies would be satisfied. He was wrong.
This unremitting political confrontation came to a head shortly after the district attorney’s office raided Fujimorista party offices and found signs of financial wrongdoing (there is persistent talk that Keiko is funded by money launderers and drug traffickers). Shortly thereafter, Fujimoristas in Congress hit back and accused PPK that his company, Westfield Capital, received money from Brazilian corporation Odebrecht while he was finance minister in the early 2000s. Peruvians watched the astonishing spectacle of Fujimoristas in Congress — who have been accused of such offenses as forging documents, hiring thugs, money laundering, taking bribes, etc. — calling for lightning-fast impeachment to “fight against corruption.”
In the face of a likely Fujimorista takeover of power and the ensuing pardon for Fujimori, Peru’s disillusioned progressive sectors again reluctantly sided with PPK, despite their valid reservations on his conflicts of interest. But when it seemed that Fujimorismo was going to succeed, the unexpected happened: Ten members of Congress led by Keiko’s brother, Kenji, broke with the party and saved PPK from impeachment. Progressive sectors celebrated, saying democracy had triumphed and corruption had been defeated.
What was the price of those votes? The siblings have long been fighting for control over the Fujimorista party and their father’s “legacy,” so Peru’s progressives warned PPK against pardoning their father as payment for Kenji’s votes. But on Christmas Eve, after having vowed to not do so, PPK issued his presidential pardon. As a result, lawmakers in PPK’s party as well as Cabinet ministers have resigned, and protests have rocked Peru.
PPK’s obstinate insistence on appeasement has cost him dearly. Fujimoristas aligned with Keiko still want to topple him, progressives abjure him as a traitor, and he has never had a proper political party to begin with. He painted himself into a corner in which his only choices were to cede power to the Fujimoristas so they could pardon Fujimori, or to strike a deal to stay in power and pardon him himself.
After splitting Fujimorismo into two bitter factions by handing the “win” to Kenji instead of Keiko, PPK might fancy himself a self-sacrificing Samson rather than a faint-hearted Chamberlain. But by bringing down the temple around his botched presidency and his Fujimorista executioners, he has also double-crossed the victims of the dictatorship. Much like Marcos’ burial in the heroes’ cemetery, this is an affront to all those who believe in human rights and justice.
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Jorge Bayona is a PhD candidate at the University of Washington.