Los cursos de “historia universal” en la era del resurgimiento del supremacismo blanco

El alarmante resurgimiento mundial del supremacismo blanco, especialmente tomando en cuenta el papel que tiene la historia como parte fundamental de su discurso, hace que sea necesario que los historiadores reflexionemos en torno a la manera en que debemos responder. Por ejemplo, la medievalista Sierra Lomuto ha señalado cómo los supremacistas blancos han adoptado la iconografía celta como símbolo y han fetichizado a la Edad Media como un periodo de homogeneidad racial blanca y armonía social. The Economist ha comentado también sobre la popularidad de las imágenes de Carlos Martel o los cruzados en general en foros de extrema derecha y de supremacistas blancos, quienes enaltecen dichas guerras contra el mundo islámico y las usan como ejemplo a emular en sus intentos de perseguir musulmanes en el presente. Tanto Lomuto como The Economist coinciden en la importancia que tiene para los estudios medievales el que sus académicos se aseguren de no alimentar las fantasías del supremacismo blanco y de tomar medidas para divulgar los estudios sobre las migraciones no-blancas a la Europa septentrional o sobre reinos multi-étnicos como el de Sicilia. Quizá los supremacistas blancos seguirán tejiendo sus fantasías, pero no encontrarán en la historia académica un punto de apoyo para ellas. ¿Es relevante tomar en cuenta estas prácticas en países como el Perú, que no es uno de los epicentros mundiales del actual resurgimiento del supremacismo blanco, ni es un centro de estudios medievales europeos?

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De mapas fantásticos y dónde encontrarlos

Cuando enseñaba historia peruana en una Universidad en Lima tuve la oportunidad de echarle una mirada al examen final preparado por una colega mía. Su principal pregunta era un ejercicio para llenar en el que se les pedía a los estudiantes poner la cantidad de kilómetros cuadrados que el Perú había perdido ante cada uno de sus cinco vecinos. Siempre me ha intrigado esta retórica de pérdida territorial—todos los países sudamericanos participan de ella—e incluso inspiró el tema de mi trabajo de maestría, en el que comparé este tropo en el Perú y Filipinas. Al leer más producción académica sobre el Sudeste Asiático, en este caso sobre Tailandia, he encontrado más conceptos que los historiadores de América Latina podrían tomar en cuenta a la hora de estudiar el discurso de los “territorios perdidos” en sus propios países.

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