Replanteando el pregrado en Historia y su relación con la maestría

Para bien o para mal, con la implementación del requisito del grado de magíster para ser docente universitario, la era del historiador que asume la docencia universitaria con solo estudios de pregrado (sea bachiller o licenciado) ha llegado a su fin. Esta circunstancia hace necesario que aquellas universidades que ofrecen la carrera de Historia a nivel de pregrado se replanteen seriamente cómo deberían ser sus planes de estudio y cómo articularlos con la maestría. Corresponde hacer una transición del modelo anterior, en el cual el pregrado era tratado como el locus fundamental de la formación del historiador investigador, a uno en donde el locus principal de la formación del historiador investigador pase a ser la maestría. Esto tendría dos beneficios: abriría el pregrado en Historia a aquellas personas interesadas en diversos aspectos de “las industrias culturales” pero que no desean formarse como investigadores, y aprovecharía la cantidad de años de formación de los historiadores investigadores, resultando en una formación más robusta.

Pese al cambio legal, una mirada a los planes de estudios parece sugerir que las universidades siguen operando en el modelo anterior. El potencial resultado es que egresen promociones que se sentirían ya capaces de asumir la docencia universitaria y la investigación académica, pero cuyo progreso está bloqueado por la ley. Recién podrán ejercer aquello para lo que se les ha preparado en el pregrado tras haber completado los dos años de maestría, que probablemente sientan como dos años más de “lo mismo”. Esto no es una imputación contra el nivel de los cursos de las maestrías en Historia, sino que es el resultado de haberles dado una formación de pregrado que se supone que ya los pone al nivel de historiadores investigadores. Esta es una receta segura para que se sentimientos de frustración por parte de los egresados.

En lugar del anterior modelo, en el cual el pregrado era lo central y, por ende, tenía que proveer aceleradamente todas las herramientas para un historiador investigador, un nuevo modelo puede ampliar su mirada a distribuir el entrenamiento entre el pregrado y postgrado. Se aprovechan estos dos años adicionales para sacar historiadores con una formación más completa y robusta. El pregrado, para el historiador investigador, ya no es un fin en sí mismo sino un paso hacia la credencial mínima necesaria para ejercer como tal: el grado de magíster. En lugar de sentirse frustrado por las restricciones legales, el egresado que aspira a ser historiador investigador sabe que su formación todavía está por completarse. Este nuevo modelo de formación requiere reexaminar cómo distribuir los cursos “de contenido” y los “de formación”.

El cambio más radical sería en los cursos “de formación”. Son aquellos cursos que forman a los estudiantes para ser historiadores investigadores propiamente. Quizá haya un término más preciso, pero quienes esto leyeren entenderán a qué me refiero. Son cursos como paleografía, metodología, fuentes, historiografía, teoría, seminario, archivística, etc. Antes, ante la presión de ofrecer cursos que les dieran alternativas laborales a los nuevos historiadores—como museos, docencia escolar, ONGs, turismo, gestión culturales, patrimonio, difusión—el dilema siempre era cómo lograrlo sin sacrificar la formación propiamente investigativa. En un juego de suma cero, cualquier espacio ganado por aquellas otras opciones suponía una pérdida para la formación de un historiador investigador propiamente dicho. La incorporación de un curso de museología a la malla suponía la eliminación de, digamos, el curso de Historia Económica o la consolidación de dos cursos de metodología en uno solo. Era una tensión irresoluble. Ahora que un egresado de un pregrado de Historia no puede dedicarse inmediatamente a la docencia universitaria, paradójicamente somos más libres. La presión de que en el pregrado se enseñe “todo” se desvanece.

¿Cómo se vería el pregrado en la práctica? Buena parte de los actuales cursos “de formación” obligatorios pueden pasar a una bolsa de electivos, donde también se podrá incorporar cursos de docencia escolar, creación literaria, gestión cultural, trabajo editorial, museología, y un largo etc. Incluso, los cursos más avanzados para los investigadores pueden dejarse para la maestría. El pregrado en Historia se vuelve mucho más abierto. Seguirá atrayendo a quienes quieran producir conocimiento histórico (todos los antiguos cursos “de formación” pueden seguir abriéndose) pero también a quienes más bien estén más interesados en aplicar el conocimiento histórico a los museos, al campo editorial, o a la gestión del Estado. Cada estudiante podrá elegir el camino profesional que más prometedor le parezca. Los números de estudiantes de Historia solo podrían subir, puesto que aquellos que cumplían el perfil antiguo se seguirán matriculando, mientras que la mayor apertura del programa atraerá a estudiantes con nuevos perfiles. Si serán pocos o muchos, no sé. Pero serán más que cero.

Por su parte, los cursos “de contenido” (las series de cursos de historia peruana, historia americana e historia mundial) pueden mantenerse tal cual, si así se deseara. En otras ocasiones me he manifestado en contra de su obligatoriedad, pero para propósitos de esta intervención, dejemos esa discusión de lado. Asumamos for the sake of argument que quien quiera tener un grado o título de historiador deberá completar necesariamente esas series de cursos. Después de todo, no está mal que un historiador—sea cual fuere el camino profesional que tome— tenga una noción razonablemente completa de “lo que pasó”.

¿Cómo se vería la maestría en la práctica? Hay varias formas que esto podría tomar. Una sería exigirles a los postulantes haber tomado los cursos “de formación” propiamente académicos en sus respectivos pregrados (paleografía, fuentes, etc.). Otra sería que dichos cursos fueran propiamente de la maestría, permitiendo que los estudiantes de pregrado las pudieran tomar si así lo desearan (en la PUCP le llaman a esto “integración vertical”, si no me equivoco). También se podría admitir a postulantes sin suficiente entrenamiento en los cursos “de formación” y requerir que los lleven con los de pregrado. Hay una variedad muy amplia de formas de implementar esto. Lo que sí compartirían todas las variantes es que la maestría pasa a ser el locus central de la formación del historiador. El pregrado provee estudiantes listos para afrontar ese reto.

Estas son algunas posibilidades respecto de lo que implica la ley universitaria para los programas de Historia en pregrado. Quizá haya muchas otras, incluso completamente opuestas a las que acá presento. Lo que propongo no es especialmente radical si se toma en cuenta cómo se organiza la carrera de Historia en países como Estados Unidos. Pero lo que de todas maneras tiene que hacerse es discutir este tema. No podemos seguir formando estudiantes de pregrado exactamente como se solía hacer cuando estos podían dedicarse a la academia tan pronto egresaran. El contexto universitario ya cambió y corresponde adaptarse a las nuevas circunstancias.

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Jorge Bayona

Jorge Bayona es candidato doctoral en Historia en la Universidad de Washington (Seattle), Magíster en Historia por la misma universidad y Bachiller en Humanidades con mención en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima). Actualmente es docente en la Universidad del Pacífico y ha sido docente en la Universidad de Washington y la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Sus áreas de especialización son el Sudeste Asiático, América Latina y el mundo del Pacífico.

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