Libro – Capitalism and confrontation in Sumatra’s plantation belt, 1870-1979
Este año, en que tengo la suerte de contar con financiamiento de mi universidad para dedicarme a la investigación de mi tesis doctoral, voy a intentar escribir reseñas breves de algunos de los libros que voy leyendo, especialmente en caso de tratarse de clásicos. Esta vez se trata de Capitalism and confrontation in Sumatra’s plantation belt, 1870-1979, el primer libro de Ann Stoler, importantísima especialista en historia indonesia y autora de Along the archival grain: epistemic anxieties and the colonial common sense.
En el prefacio actualizado de 1995, Ann Stoler explica cómo el título original del libro iba a ser Bajo la sombra de la compañía, que hacía referencia a la larga sombra que arrojaron (y siguen arrojando) las transnacionales del capitalismo de plantación en la zona agroexportadora de Sumatra. En Capitalism and confrontation, Stoler traza la historia de cómo estas compañías transnacionales (neerlandesas y de otras nacionalidades) buscaron establecer haciendas lucrativas por medio del control y sometimiento de la mano de obra indonesia con el fin de convertirla en completamente ‘dócil’. En este sentido no solo va contra la narrativa del “progreso” según la cual la llegada de capitales internacionales significa una mejora económica para todos, sino también discute la idea de la dicotomía entre la aldea tradicional y la hacienda moderna.
Para empezar, el establecimiento en Sumatra de estas haciendas de productos tropicales (tabaco, caucho, palma aceitera, té) en la segunda mitad del siglo XIX resultó en una reestructuración completa de la demografía de la región. Tras lograr favorables pactos con los sultanes malayos que ejercían soberanía en la zona (bajo la égida de los neerlandeses) mediante los cuales aquella nobleza “cedía” los territorios del interior a las empresas extranjeras a cambio de pensiones, estas transnacionales recurrieron a la importación de mano de obra indentured desde Java. Esta mano de obra fue sometida al peonaje por deudas al haber recibido “adelantos” o al extendérsele “crédito” en los sobrevalorados productos de las tiendas de las haciendas. En el caso de estos trabajadores javaneses, fueron trasladados a una zona completamente fuera de su zona cultural con el fin de que precisamente por ello no tuvieran alternativas al trabajo en las haciendas. Esta inyección de capitalismo internacional estuvo aparejado por una carte blanche casi completa por parte del gobierno colonial, de manera que las haciendas establecían un régimen semi-feudal frente a sus trabajadores, sobre quienes ejercían una jurisdicción completa mediante sus propios aparatos de seguridad, y ante cuyos abusos los trabajadores no podían recurrir al Estado.
En el caso de Sumatra, sin embargo, Stoler arguye que esto no se devino en un enfrentamiento entre la aldea (kampung o desa) tradicional y la hacienda “moderna”. Los pobladores nativos (bataks, minangkabaus, malayos) se encontraban más al interior de la franja hacendera, de manera que no competían necesariamente por los mismos terrenos y recursos. Asimismo, ni los habitantes de esta zona de Sumatra sentían mayor atracción por el trabajo en las haciendas, ni deseaban las haciendas contratarlos. Más bien fue el influjo de mano de obra javanesa la que “creó” las aldeas frente a los cuales eventualmente se enfrentarían las haciendas. El trabajar en las haciendas era una manera de alcanzar el objetivo de obtener una parcela de tierra propia en Java, donde comprarían un terreno con lo ahorrado mientras trabajaban en Sumatra. Crecientes números de trabajadores, sin embargo, empezaron a establecer “aldeas ilegales” en las zonas remotas de las haciendas. Siendo las concesiones de tierras tan enormes, a veces pasaban años antes de que los hacendados se enteraran de su existencia. En este caso, la aldea “tradicional” no precedió a la llegada del capitalismo internacional, sino fue resultado de este.
Esto no estaba necesariamente en contra de los intereses de los hacendados. Parte del marco para sus ganancias era evitar las regulaciones laborales del gobierno colonial y mantener bajo el costo de la mano de obra. Uno de los medios que consideraron fue “crear” sus propias aldeas a las cuales cederles tierras, pero jamás suficiente para que lograran la autosuficiencia. La manera en que este proyecto se mantendría en pie era crear una masa rural que viviría en la carestía perpetua, de manera que siempre estaría dispuesta a trabajar a tiempo parcial para la hacienda. De este modo, la hacienda no se tenía que hacer cargo de las responsabilidades sociales y laborales que el gobierno colonial exigía que se debía cumplir para con los trabajadores a tiempo completo. Y esta es otra de las grandes paradojas que presenta Stoler: la opresión y explotación de las haciendas llevaron a un vigoroso movimiento sindical que, entre otras cosas, reivindicó la cesión de tierras a los trabajadores y el reconocimiento de los “aldeas ilegales”. Al lograrlo, aquellos que habían sido miembros activos del sindicato pasaron a considerarse a sí mismos agricultores independientes y trabajadores en la hacienda solo a tiempo parcial, con lo cual redujeron su militancia en el movimiento trabajador. En consecuencia, las haciendas pudieron progresivamente recortar los derechos de los trabajadores a tiempo completo que quedaban. Los hacendados lograron manipular las circunstancias para mantener su ventaja.
Las grandes coyunturas en que se podría haber vislumbrado un derrocamiento del sistema de haciendas, es decir, la invasión japonesa y la guerra de independencia, tampoco sirvieron para este fin. Si bien los japoneses recurrieron a la prédica de “Asia para los asiáticos” y denuncias de la opresión colonial neerlandesa, su economía de guerra siguió necesitando una explotación intensa tanto de los recursos naturales como humanos de Sumatra. Numerosa mano de obra javanesa en Sumatra como de Java misma fue movilizada a otras regiones del Sudeste Asiático para participar de los proyectos japoneses de construcción militar, en condiciones tan agrestes que muchos murieron en el proceso. En las haciendas mismas, en buena medida tan solo se reemplazó a la dirigencia blanca por otra japonesa o indonesia, pero con la misma consigna de obtener la mayor cantidad de recursos posibles para el esfuerzo de guerra. Fue tan solo la reducción de la capacidad de transporte marítimo japonés producto de la campaña submarina estadounidense lo que permitió la reconversión de territorios gomeros a la producción de alimentos. Asimismo, durante la guerra de independencia y después de ella, el gobierno republicano indonesio requirió que se siguiera explotando al máximo las haciendas de Sumatra con el fin de poder usar esas exportaciones para comprar los armamentos para el ejército independentista, así como las importaciones que necesitaba la naciente república. Estas revoluciones políticas no llevaron a una revolución social de la tenencia de la tierra en Sumatra.
El movimiento obrero se mantuvo activo tras la independencia, organizando huelgas y otras acciones para mejorar las condiciones de los trabajadores en las haciendas. Asimismo, los “invasores” de terrenos también resistieron el empuje de las haciendas (por algún tiempo aún en manos neerlandesas e internacionales, y a partir de alrededor de 1957 nacionalizadas y en mano del Estado) por quitarles las tierras donde habían establecido sus aldeas y cultivos. El poderío de la izquierda fue tal, que para 1965 Indonesia contaba con el partido comunista legal más grande fuera de China y la Unión Soviética. Sin embargo, los eventos de 1965 y la toma de poder por parte de Soeharto y la derecha pusieron fin a la resistencia contra la hacienda. Centenares de miles de aquellos acusados de ser comunistas fueron ejecutados extrajudicialmente por fuerzas cívico-militares, y las “aldeas ilegales” fueron destruidas sin reparos, para reemplazar los cultivos de panllevar por aquellos productos exportables. Para la década de 1970, las aldeas sobrevivientes, como Simpang Lima, constituyen la cristalización de los sueños de los hacendados neerlandeses de la década de 1920. Sus limitadas tierras agrícolas les proveen a sus habitantes la ilusión de ser granjeros independientes, pero no los suficientes recursos para poderse sostener realmente. Como resultado, constituyen una reserva de mano de obra a la cual las haciendas pueden recurrir a muy bajo costo, y sin tener que preocuparse de las responsabilidades laborales que tendrían que asumir con mano de obra permanente.
Para quienes quieran aproximarse al mundo del capitalismo internacional en Indonesia y del control de mano de obra local, Capitalism and confrontation in Sumatra’s plantation belt será una lectura valiosa. Desde una perspectiva andina, podría ponerse en diálogo con las prácticas del capitalismo internacional en el Perú, tanto en la minería como en la gran hacienda costera. No parece estar disponible en bibliotecas universitarias en Lima, pero se puede obtener a través de Amazon.