Una suerte de hiato en mi trabajo sobre el Sudeste Asiático
Por primera vez en tres años no estoy asistiendo al programa de verano de lenguas del Sudeste Asiático en la Universidad de Wisconsin-Madison, donde he estado estudiando filipino/tagalo. Más bien, de cierto modo he vuelto momentáneamente a mis raíces. Este trimestre estoy dictando mi propio curso, y su enfoque es sobre América Latina.
Es cierto, sin embargo, que mis estudios sobre el Sudeste Asiático y Asia en general han cambiado la manera en que enfocaré este curso. Para empezar, al tratar de poner a América Latina en el marco de no solo el mundo del Atlántico, sino también del Pacífico, en este curso podré incluir a Filipinas en el marco de análisis. Después de todo, tal como señalan Rainer Buschmann, Edward Slack Jr. y James B. Tueller, en su libro Navigating the Spanish Lake: the Pacific in the Iberian World, 1521-1898, en muchos sentidos Filipinas fue colonizada más por Nueva España que por España misma. Trataré al comercio entre Acapulco y Manila como algo tan importante e intrínseco al proyecto español en el Nuevo Mundo como el que conectaba a Sevilla con Portobelo y Veracruz, en lugar de una suerte de variable exógena. Y además del intercambio de mercancías, también es crítico estudiar el intercambio cultural y humano que se dio entre Asia y América en los galeones de Manila. Será, además, un extra el poder dictar sobre precisamente el nombre de este blog, es decir, el tornaviaje–o la ruta de regreso de Manila a América–que tanto esfuerzo les tomó a los españoles encontrar y que tan crítico terminó resultando para el imperio como un todo.
Otro tanto ocurrirá con China. Es práctica común dar una explicación más o menos extendida sobre las condiciones europeas que motivaron a las expediciones ibéricas de exploración y conquista en los siglos XV y XVI, así como aquellas que en el siglo XIX llevaron a grandes olas migratorias desde lugares como Italia a la América Latina independiente. Si entender dichos fenómenos es importante en un curso de historia latinoamericana, también lo sería entender lo que ocurría en China–la rebelión Taiping, por ejemplo–y que propició la inmigración de ingentes cantidades de trabajadores asiáticos a América Latina
Y por supuesto, en este mismo espíritu le dediqué la misma cantidad de tiempo (una hora) a la historia de los reinos africanos (como Kongo, Songhai, Benin, Ndongo, etc.) como a la reconquista ibérica y los reinos de Castilla, Aragón y Portugal. Intento representar a África como un lugar con una historia dinámica, y que lidió de maneras muy activas con la llegada de los europeos, en lugar de un homogéneo e incognoscible lugar de donde sencillamente se adquirían personas esclavizadas. Lejos de ser una suerte de “variable exógena”, es uno de los agentes de la historia del Atlántico. Si hay algo que intento hacer en mi trabajo como docente, es desafiar el eurocentrismo en mis clases.
Si a alguien le interesara darle una mirada a mi sílabus y mandarme algunos comentarios, está aquí.
Ahora, si bien no estaré estudiando filipino/tagalo este verano, y mi actividad como profesor en la Universidad de Washington este trimestre estará enfocada en América Latina, sigo avanzando en lo que al Sudeste Asiático se refiere. En ese sentido, estoy llevando un curso de portugués acelerado acá en la universidad. El país para el cual esta lengua sería relevante es Timor Leste, un pequeño y relativamente joven país (obtuvo su independencia de Indonesia en 1999 y fue colonia portuguesa hasta 1975) que no ha sido extensivamente estudiado desde la Historia. Añadiendo el portugués a mi ya más o menos sólido manejo de lengua indonesia, tendré conocimiento de las dos lenguas coloniales relevantes para el estudio de este país. ¡Sería realmente magnífico poder investigar en archivos en Filipinas, Indonesia y Timor Leste!
Ahora bien, no puedo dejar de relacionar estas pequeñas novedades con la amenaza que actualmente acecha a nuestra comunidad de historiadores: los proyectos de ley para crear un Colegio de Historiadores del Perú. Mucho de lo que estoy haciendo este trimestre y que haré el próximo año académico me es posible precisamente porque no hay Colegios de Historiadores en los países en los que trabajo y trabajaré. A la Universidad de Washington le ha bastado mi condición de candidato doctoral en Historia (y la maestría en Historia) para darme el curso, quedándole muy claro que los doctorados o maestrías superan largamente a los pregrados. Pero tras doctorarme en un par de años, en caso de aprobarse el despropósito del Colegio de Historiadores, este historiador–que hace investigación en unos seis o siete idiomas (dependiendo de cómo uno los cuente), ha dictado sin trabas en una de las mejores universidades del mundo y es (hasta donde sé y espero que solamente por ahora) el único peruano con un PhD en historia asiática–sencillamente no podría trabajar en el Perú. Según la lógica de los promotores del Colegio de Historiadores, la licenciatura (sea esta por tesis o examen) pesa más que un PhD. Un completo absurdo.