Otra vez las comparaciones con Singapur
Hay en América Latina una evidente fascinación por Singapur y su avanzado nivel de desarrollo económico, el cual provoca a varios observadores a preguntarse por el origen de dicho fenómeno y la manera en que podría reproducirse en nuestros países. Un pastor evangélico lo atribuye todo a la pena de muerte, y el día de ayer, el director del diario peruano Peru21, Juan José Garrido, lo ha atribuido todo al liderazgo de Lee Kwan Yew y sus políticas pro-capitalistas. Lo que ambos textos comparten es una profunda falta de conocimiento respecto de la historia de Singapur, lo cual les permite inventarse un pasado inexistente que sirva de palanca para la promoción de sus respectivas agendas ideológicas. El disparatado artículo sobre la pena de muerte ya ha sido desmentido por el historiador singapurense Lin Hongxuan acá en la Bitácora del Tornaviaje. Ahora toca abordar el reciente editorial de Garrido.
Así como el pastor evangélico Mario Fumero inventa un pasado distópico para Singapur como contraste a su próspero presente, Garrido hace lo propio, afirmando que en 1965 “Singapur no era más que un grupete de islas, sin capital, recursos, y pobre como casi todos los países en el sudeste asiático de ese entonces.” Prácticamente todo lo dicho en esta oración es falso y de una miopía histórica palpable. Para empezar, Singapur estuvo muy lejos de ser meramente un grupete de islas tal como lo describe despectivamente Garrido. Está ubicado sobre el estrecho de Malacca, una de las rutas comerciales más importantes del mundo, por el que pasa alrededor del 40% del comercio mundial. La ubicación geográfica de Singapur ya le daba una ventaja que no disfrutaba ningún otro grupete de islas de la región. Asimismo, es completamente falso que Singapur fuera tan pobre como los demás países de la región. El PBI per cápita de Singapur en 1950 era 5,6 veces más grande que el de Birmania, 2,6 veces más alto que el de Indonesia, y 1,4 veces más grande que el de Malasia, su más cercano competidor. Asimismo, Singapur ya contaba con la infraestructura más avanzada de la región, así como una cultura de empresa, debido a haber sido el foco del colonialismo británico en la región. (Reid 2015: 321, 374)
Asimismo, Garrido señala que hasta 1968 el Perú era más rico que Singapur. Sin embargo, al revisar los datos del proyecto Maddison, podemos ver que el PBI per cápita del Perú ($3685) superaba al de Singapur ($3540) por apenas 4%. Entonces, si bien lo que dice Garrido es matemáticamente cierto, la impresión que está intentando dar es que había una diferencia abrumadora, mientras que en realidad vemos que estaban en una condición bastante similar. El haber escogido el año clave de 1968 como punto de referencia es un intento evidente de transmitir la idea de que hasta ese entonces todo en el Perú avanzaba bien, y que fue la culpa de Velasco que todo se derrumbara.
Y ello tiene que ver con el siguiente desvío histórico que toma Garrido. Señala que la diferencia entre el Perú y Singapur fueron las ‘revoluciones’ que ambos países emprendieron. Sin embargo, es muy difícil argumentar que lo que hizo Lee Kuan Yew fuera una revolución. Singapur más bien mantuvo el mismo nicho que heredó del periodo colonial: ser centro portuario y financiero de la región. Aun sin recursos naturales propios, le cupo los beneficios de ser el intermediario por el cual los países vecinos comercializaron los suyos. La continuidad con el pasado fue tal que incluso mantuvo en pie símbolos coloniales como la estatua de Raffles.
Quién sabe, quizá haya cosas que rescatar del modelo político-económico impuesto por el régimen autoritario de Lee Kwan Yew en Singapur. Pero lo que se tiene que combatir en el discurso público son estas falsas equivalencias y discursos históricos distorsionados. Garrido da a entender que cualquier grupete de islas (o, tácitamente, un país como el Perú) podría haber hecho lo mismo que Singapur, pero oculta las ventajas inherentes que Singapur heredó tras su independencia, como su ubicación clave en el comercio internacional y no tener que enfrentar dilemas como la desigualdades entre hacendados o dueños de minas frente a las masas rurales. Según Garrido, el caso del Perú y Singapur constituye un “experimento natural”. Pero no hay nada natural en intentar comparar casos tan disímiles. Si hubiera un deseo por llegar a conclusiones útiles, habría intentado comparar al Perú con, digamos, Indonesia, otro país con el que compartiríamos los rasgos de riqueza natural, población rural, subdesarrollo económico y corrupción. En 1965, un momento muy cercano a la ‘revolución peruana’ de 1968, hubo una revolución de derecha bajo Suharto, quien gobernó el país bajo un modelo autoritario de ‘apertura económica’. Al igual que el Perú, el status de país desarrollado le fue esquivo. Esto, sin embargo, habría socavado el ideologizado mensaje de Garrido.
Anthony Reid. A history of Southeast Asia: critical crossroads. Chichester: Wiley Blackwell. 2015.