Lo más escandaloso del Miss Universo no fue el error del anfitrión
En los círculos filipinistas críticos la respuesta de la Miss Filipinas llamó mucho la atención por la distorsión histórica de la que hizo gala. Al preguntársele sobre la posibilidad del retorno de tropas estadounidenses a su país, esta contestó “Creo que Estados Unidos y las Filipinas siempre han tenido una buena relación. Fuimos colonizados por los estadounidenses y tenemos su cultura en nuestras tradiciones incluso hoy en día, y creo que somos muy acogedores con los estadounidenses [así que] no veo absolutamente ningún problema con [que regresen].” Aparte de lo problemático que puede ser aseverar que la presencia de tropas estadounidenses no presenta ninguna dificultad -las acusaciones de violaciones y abusos por parte de dichos militares eran frecuentes- la respuesta es síntoma de la manipulación de la historia por parte de los sectores más conservadores de las Filipinas.
Primero está el tema de la guerra estadounidense-filipina. Esta muchas veces queda desplazada en las narraciones más generales, donde la condición de las Filipinas quedó zanjada con el resultado de la guerra hispano-estadounidense de 1898 y el tratado de París de 1899. En realidad, tras haber ya declarado su independencia, los filipinos rechazaron tal traspaso de soberanía, con lo cual en 1899 se inició una guerra brutal que terminó oficialmente en 1902, pero que siguió latente hasta por lo menos 1906. Tal como señalan los historiadores Patricio Abinales y Donna Amoroso, durante dicho conflicto murieron unos 500.000 civiles en las zonas cristianas de Luzón y las Visayas, mientras que en la musulmana Mindanao murieron unos 100.000. (2005: 117) Recordemos que en la guerra del Pacífico -que sigue constituyendo el trauma nacional de un sector del Perú- difícilmente murió ni la décima parte de los que murieron en la guerra estadounidense-filipina.
No se crea tampoco que tales cifras fueron tan solo resultado de la encarnizada naturaleza de los enfrentamientos mismos, si bien es cierto que estos fueron sangrientos. Veamos el testimonio de un soldado norteamericano de esta guerra:
Pronto recibimos órdenes de avanzar, y […] cruzamos el arroyo con lodo y agua hasta nuestras cinturas. Sin embargo, no nos importó para nada, puesto que nuestra sangre hervía por el combate, y todo lo que queríamos era matar ‘niggers’. Esto de dispararles a seres humanos es una ‘divertida cacería’, y es de lejos más entretenido que cazar conejos. Los asaltamos y una masacre como esta jamás se ha visto. Los matamos como conejos; centenares, sí, miles de ellos. Todos estábamos locos… ya no más prisioneros. (Miller 1984: 28)
Tal como se puede ver, hay un lenguaje racista y deshumanizante, que se manifestó en el resto del accionar de los soldados estadounidenses. Numerosas aldeas fueron masacradas a lo largo de la guerra, y un general estadounidense en una ocasión incluso dio la orden de que se asesinara a todo poblador mayor de diez años de edad en una región donde sus tropas habían sido atacadas por guerrilleros filipinos.
Podría haber quienes querrían argumentar que todo lo anterior fue tan solo una aberración infortunada causada por la guerra misma. Sin embargo, en las décadas posteriores, las relaciones entre estadounidenses y filipinos ‘de a pie’ tampoco fueron armoniosas. Los filipinos que viajaron a trabajar a la costa occidental de Estados Unidos se enfrentaron a un racismo encarnizado, aun antes del crash de 1929. Tal como señala Rick Baldoz, a los nativistas blancos les disgustaba que los filipinos se vistieran de manera elegante durante los fines de semana y enamoraran a muchachas blancas. Esto llevó a numerosos disturbios protagonizados por blancos, en los que buscaban darles palizas a los filipinos o incluso asesinarlos. Un habitante blanco del estado de Washington declaró “Si por mí fuera, declararía caza abierta contra los filipinos, y no habría límite a la cantidad que uno podría matar“. (Baldoz 2011: 135-137)
En cualquier caso, una cosa es intentar superar una historia sumamente complicada y llena de atrocidades, y otra es intentar hacer pasar gato por liebre. No sé si la Miss Filipinas, Pía Wurtzbach, haya intencionalmente pasado todo esto por alto o si la narrativa pro-estadounidense es lo único a lo que ha estado expuesta. Pero eso no cambia el hecho de que sus palabras constituyen una escandalosa distorsión y manipulación de la historia, la cual ha quedado eclipsada por el otro -mucho menos importante- escándalo.
Patricio Abinales y Donna Amoroso, State and Society in the Philippines. Lanham: Rowman & Littlefield Publishers, 2005.
Rick Baldoz, The Third Asiatic Invasion: Empire and Migration in Filipino America, 1898-1946. New York: New York University Press, 2011.
Stuart Creighton Miller, “The American Soldier and the Conquest of the Philippines”. En Peter Stanley (ed.), Reappraising an Empire: New Perspectives on Philippine-American History. Cambridge: Harvard University Press, 1984.
Muy interesante. Me imagino que también está la posibilidad de que la candidata de Filipinas, ante la presión de cámaras estadounidenses y la posibilidad de ganar haya dado una respuesta “diplomática” por decir lo de alguna manera. Me pregunto cuál ha sido la reacción en Filipinas al respecto. Que sigan los posts!
Es una posibilidad, sí. Pero ante eso, podría haber arrancado con “Como resultado de nuestra experencia colonial [a la que sí hizo referencia], Estados Unidos y Filipinas tienen mucha cultura en común. Nuestras relaciones están mejor que nunca, así que no veo ningún problema con que lleguen los soldados estadounidenses.”
Misma idea, pero sin meter cuento.
Aunque de todos modos es cuento.