La experiencia demuestra que nadie puede vivir permanentemente por encima de sus posibilidades. Solo temporalmente se puede vivir con déficit, es decir, con mayores gastos que ingresos, pero esa “magia” solo es posible a costa de consumir nuestros ahorros, de incrementar nuestra deuda, es decir, a costa de reducir nuestro patrimonio neto, nuestra solvencia. Nadie te quitará lo bailado en la fiesta, dirán algunos optimistas.
Sin embargo, el exceso tendrá un límite: o se te acabarán los ahorros, o, en el extremo, ya nadie te querrá prestar más. Es ahí cuando llegará el momento de la verdad, el del inevitable sinceramiento de tu realidad: o incrementas lo suficiente tus ingresos, o bajas en la misma medida tus gastos, o combinas ambas medidas. La temporalidad de la fiesta dependerá de la solvencia con la que partiste: cuán grandes eran tus ahorros y cuán pequeña era tu deuda.
Si solo malgastaste tus ahorros, bastará con que ajustes tu nivel de vida en una magnitud suficiente como para reducir tu déficit a cero. Sería el menos malo de los escenarios. En cambio, si además te endeudaste, el ajuste será mayor: deberás reducir tus gastos todavía más, lo suficiente como para generar un superávit que te permita pagar los intereses de tu deuda… y amortizarla. Obviamente el peor escenario sería dejar de pagar: sería la crisis total. Leer más