EL ANÁLISIS SISTÉMICO EN LA CIENCIA ECONÓMICA: EL ANÁLISIS EN LA ECONOMÍA POLÍTICA

El sistema, en general, es un todo organizado cuyas partes están interrelacionadas. Cuando se agrega a esta expresión el término “económico” se hace necesario explicar qué partes están interrelacionadas. En toda sociedad la producción, la distribución y el consumo han sido tareas a desarrollar por el hombre que permitieron su supervivencia y su posterior progreso. La producción, la distribución y el consumo pueden ser concebidas como etapas de un proceso económico.

En un sistema económico actúa el dinero, que cumple la función de ser un medio general de cambio socialmente aceptado. El dinero también puede ser considerado como aquella mercancía que actúa corno un equivalente general del valor, que facilita el intercambio de mercancías. El dinero, al mismo tiempo, es atesorado y luego es utilizado para producir mercancías con el objetivo de obtener más dinero. En este caso el dinero se transforma en capital y el empresario, que planifica la producción adquiriendo máquinas, materias primas, equipos, etc. y contrata mano de obra con el objetivo de aumentar la cantidad de dinero, se convierte en capitalista.

La diferencia que existe entre el dinero final y el dinero inicial de la actividad empresarial es la ganancia, motor fundamental de la sociedad capitalista. Si al dinero inicial se lo considera como un equivalente general del valor, el aumento de dinero que se opera en este proceso es un valor adicional o plusvalor. Por lo tanto, puede afirmarse que la sociedad capitalista subsiste y se desarrolla a partir de la producción de plusvalor.

La Economía Política surge como ciencia, cuyo contenido básico es estudiar los problemas de producción, distribución y consumo, a partir de teorías económicas que se manifiestan en discursos económicos que intentan explicar el funcionamiento del sistema económico.

Desde principios del siglo XVI el tránsito hacia el capitalismo será estimulado por un conjunto de fenómenos concurrentes como: i) El descubrimiento de América que plantea la existencia de un mercado mundial; ii) El crecimiento del comercio mundial con su impacto sobre el medioambiente social; iii) El crecimiento de las ciudades como imán de un proceso de desplazamiento poblacional donde se abandonan los campos del señor feudal y se crean las condiciones para un salto demográfico nunca visto en la historia; y iv) La aparición del mercado y el estado como mecanismos de distribución.

De esta manera se abre un período histórico, que va a durar 250 años, denominado por algunos autores como “capitalismo mercantil”. En ese período el discurso mercantilista planteaba que el oro y la plata eran la esencia de la riqueza. El indicador del bienestar de una nación era la ganancia en el comercio mundial mientras que el dinero constituía el espíritu vital del comercio.

En la descripción del funcionamiento del SISTEMA MERCANTIL, el equilibrio de las cuentas externas de la nación era prioridad, esto es que los ingresos de dinero del resto del mundo debían equilibrarse con las salidas de dinero hacia el resto del mundo.

El primer salto importante en el análisis sistémico va a darse a partir de la descripción del SISTEMA AGRÍCOLA que hace el discurso fisiócrata surgido en Francia en el siglo XVIII. Su principal exponente fue François Quesnay (1694-1774), prominente cirujano que llegó a ser médico personal del monarca Luis XV.

El discurso fisiócrata introduce, junto al análisis sistémico, el análisis de las clases sociales. Se parte de la idea que una clase social está conformada por un conjunto de individuos que ocupa un mismo lugar en el proceso de producción, aunque el conflicto se manifiesta en la pelea por un mayor ingreso monetario en la esfera de la distribución.

Quesnay planteaba en 1759 que la nación se reduce a tres clases de ciudadanos: la clase productiva, la clase de los propietarios y la clase estéril. La clase productiva era la que hacía renacer, mediante el cultivo del territorio, las riquezas anuales de la nación. La clase de los propietarios comprendía al soberano, los propietarios de la tierra y el clero.

Dentro de la clase estéril ubicaba a los comerciantes, los artesanos, los empresarios y los obreros. La “esterilidad” radica en el hecho que esta clase parasitaria no reproduce valor, ni riqueza alguna. Los propietarios quedaban exceptuados de la clase estéril al cargar por “derecho natural” con los cuidados de la administración de la sociedad. En este caso se afirmaba que el sistema existente debe ser definido como si se tratase de un don supremo (creado por Dios), el cual no debía ser transgredido.

En Gran Bretaña, apenas cruzando el Canal de la Mancha, los “estériles” edificaron un discurso opuesto cuya cabeza visible fue el escocés Adam Smith (1723-1790), primer gran exponente del SISTEMA MANUFACTURERO, nacido con la Revolución Industrial.

La base de la primera etapa de la Revolución Industrial fue la transformación tecnológica que se produjo en la industria algodonera británica. Esta Revolución Industrial, iniciada en la segunda mitad del siglo XVIII, marca el fin de la etapa mercantil y su expansión hacia Europa (primera mitad del siglo XIX) permite la consolidación del capitalismo sobre la base del desarrollo de la industria manufacturera.

Las ideas de Adam Smith sobre el papel de la manufactura en el progreso tecnológico; la división del trabajo como causa del incremento de la productividad, y por ende, la mayor riqueza de una nación; y el desarrollo del mercado competitivo donde el interés particular redunda en el interés general; no sólo significaron un avance revolucionario para la industria manufacturera británica sino que sirvieron para enterrar al inservible régimen feudal.

No son pocos los estudiosos del pensamiento económico que consideran a Adam Smith como el padre de la Economía Política. En el primer capítulo de su monumental obra titulada “La riqueza de las naciones” (1776) señala que “el trabajo anual de cada nación es el fondo que la surte originariamente de todas aquellas cosas necesarias y útiles para la vida” y que “los mayores adelantamientos en las facultades o principios productivos del trabajo, y la destreza, pericia y acierto con que éste se aplica y dirige en la sociedad no parecen efectos de otra causa que la división del trabajo”.

La división del trabajo, entendida como la parcelación de las tareas necesarias para la producción de un bien, introduce las siguientes ventajas: i) Aumenta la destreza de cada uno de los trabajadores, ii) Economiza el tiempo que se pierde al pasar de una tarea a otra, iii) Crea un gran número de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo humano.

Respecto a las leyes del mercado se plantea, como forma natural, el mercado competitivo donde la oferta y la demanda coinciden en un precio natural de equilibrio que incluye los ingresos monetarios (salario, renta y beneficio) de las distintas clases sociales (trabajadores, terratenientes y empresarios). Cualquier diferencia entre la oferta y la demanda es corregida por la acción del mercado que hace que se retome al equilibrio que implica una justa distribución del ingreso.

La Revolución Francesa de 1789 modificó el centro de la discusión y la distribución del ingreso pasó a ser un problema, donde el conflicto fundamental que se observaba era entre los terratenientes y los empresarios.

Este cambio influye en forma decisiva en el discurso de David Ricardo (1772-1823) donde, en la esfera de la distribución, surgen contradicciones entre trabajadores, terratenientes y empresarios. En su obra “Principios de economía política y tributación” (1817) señala que si el grano ha de dividirse entre el granjero y el trabajador, cuanto mayor sea la fracción que se entregue al segundo, menos quedará para el primero. Lo mismo sucede entre la renta y el beneficio donde se descubre que las leyes que rigen el avance de la renta difieren ampliamente de las que rigen el de las ganancias y rara vez actúan en la misma dirección.

Para David Ricardo la renta surge por la diferente calidad de los suelos y por la cantidad limitada de tierras fértiles. En la Gran Bretaña de principios del siglo XIX, la necesidad de satisfacer las demandas de una población en aumento llevaba a que los empresarios debieran pagar rentas cada vez más altas por terrenos cada vez menos fértiles. Esto significaba un aumento de la renta del terrateniente que ponía en peligro al beneficio empresario y con ello a la clase social que, según Ricardo, más hacía por el progreso de la nación.

La solución propuesta por Ricardo fue la apertura del comercio mundial que permitió a los empresarios obtener un doble beneficio, puesto que Gran Bretaña vendía al exterior sus manufacturas y, por otra parte, las compras de alimentes y materias primas más baratos provenientes del exterior obligaban a los terratenientes a cobrar menos renta.

El discurso ricardiano es el fruto de la transición entre la primera y la segunda etapa de la Revolución Industrial caracterizada por un desarrollo desigual en los países europeos. Mientras que Inglaterra le llevaba a Francia ventaja en la consolidación del capitalismo, Alemania marchaba a un ritmo más lento con dificultades para unificarse como nación.

Este hecho provocó una resistencia natural a la doctrina del libre comercio de Smith y Ricardo. En ese contexto surgió el discurso proteccionista de Friederich List (1789-1846) que rápidamente fue eclipsado por la obra de Karl Marx (1818-1883). Marx desarrolló su obra en la época de la segunda etapa de la Revolución Industrial que, no sólo profundizó los cambios tecnológicos de la primera, sino que significó un gran avance en materia de transporte y comunicaciones.

Al mismo tiempo, ingresando en la segunda mitad del siglo XIX, se gesta la etapa del Capitalismo Financiero (fusión del gran capital industrial con el capital bancario con un papel predominante de este último). Los aportes de Marx excedieron el campo de la ciencia económica y constituyeron un gran salto en el análisis sistémico para el conjunto de las ciencias sociales, progresándose en la explicación del funcionamiento del capitalismo a partir de desarrollar una crítica a todos los pensadores que lo precedieron en la Economía Política.

En su obra “Introducción general a la crítica de la economía política” (1857) comienza describiendo la concepción sistémica de los economistas clásicos. Señala que “la primera idea que se presenta de inmediato es la siguiente: en la producción, los miembros de la sociedad hacen que los productos de la naturaleza resulten apropiados a las necesidades humanas (los elaboran, los conforman); la distribución determina la proporción en que el individuo participa de estos productos; el cambio le aporta los productos particulares por los que él desea cambiar la cuota que le ha correspondido a través de la distribución; [y] finalmente en el consumo los productos se convierten en objetos de disfrute, de apropiación individual. (…) La producción así aparece como el punto de partida, el consumo como punto terminal, la distribución y el cambio como el término medio” (Karl Marx, obra citada, publicada por Cuadernos de Pasado y Presente, edición de 1985, pág. 38 y 39).

Marx plantea otras interrelaciones entre producción, distribución, cambio y consumo al sostener que “el consumo crea el impulso de la producción y crea igualmente el objeto que actúa en la producción como determinante de la finalidad de éste (…) La organización de la distribución está totalmente determinada por la organización de la producción (…) El cambio es incluido por la producción como uno de sus momentos (…) El resultado al que llegamos es que producción, distribución, cambio y consumo constituyen las articulaciones de una totalidad, diferenciados dentro de una unidad”. (Marx, obra citada, página 39).

Finalmente Marx conecta el análisis sistémico y el método de la Economía Política al sostener que “cuando consideramos un país desde el punto de vista económico-político comenzamos por su población, la división de ésta en clases, la ciudad, el campo, el mar, las diferentes ramas de producción, etcétera. (…) Sin embargo, la población se revela como una abstracción, si dejo de lado las clases que la componen. Estas clases son, a su vez, una palabra vacía si desconozco los elementos sobre las cuales reposan, por ejemplo, el trabajo asalariado y el capital. Estos últimos suponen el cambio, la división del trabajo, los precios. (…) Llegado a este punto habría que emprender el viaje de retorno, hasta dar de nuevo con la población, pero esta vez no tendría una representación caótica sino una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones”. (Marx, obra citada, pág. 50).

De esta manera, analiza la estructura de la sociedad capitalista que está conformada por las relaciones sociales de producción que se traducen en la existencia de dos clases sociales: capitalistas y trabajadores. Es allí donde opera la ley del valor que establece que los productos, si son mercancías, tienen un valor y ese valor es la cantidad de trabajo abstracto socialmente necesario. La noción de trabajo abstracto se refiere a un trabajo homogéneo, igual, mientras que la expresión “socialmente necesario” puede ser abordada desde dos ángulos diferentes.

Para el trabajador es necesario obtener un ingreso monetario que permita la satisfacción de sus necesidades primarias, mientras que para el capitalista es imperioso obtener una ganancia en su negocio empresarial. Para Marx la ganancia que obtiene el capitalista nace del trabajo socialmente excedente que realiza el obrero y que no es pagado por el capitalista. En este sentido Marx hace hincapié en la ganancia que surge de la actividad productiva frente a las ganancias que puedan surgir de actividades improductivas, como el comercio y las finanzas.

Cabe señalar que en los modernos manuales de Economía se plantea que los ingresos monetarios de una sociedad están constituidos por los salarios, las rentas, los intereses y los beneficios, abandonándose el análisis de las clases sociales. La concepción sistémica de la Economía surgirá a partir de la crítica al análisis de clases sociales de Smith, Ricardo y Marx.

 

Fuente: Fucci, Pablo O. (2004). Economía y Economía Política. 1ra. Ed. Buenos Aires: Ediciones Cooperativas, p. 21-27

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