Dos mujeres, dos destinos y un mismo día para la despedida final

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Joaquín Roy, Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami ha publicado esta semblanza de dos mujeres que han sacudido al mundo con su fallecimiento. Aquí el texto:

Su muerte el mismo día es coincidencia simbólica y representativa. Sus figuras revelan el trasfondo de viejas naciones europeas y antiguos imperios que se han resistido a desvanecerse. Pero la España de “la violetera” y la Gran Bretaña de la “dama de hierro”, que ambas tozudamente intentaron mantener inalterables, fueron (y son) antitéticas y de diversa fortuna. La belleza en technicolor que la cantante manchega transmitió con voz inconfundible contrasta con la faz seria y distante de la ex primera ministra británica.

La España de Sara parecía que había sido superada por el desarrollismo, la industrialización y luego la burbuja inmobiliaria. El país que los cuplés maquillaban era entonces un escenario más próximo, por más imaginado que fuera. El lanzamiento hollywoodense que la llevaron a alternar con Gary Cooper y Burt Lancaster era el triunfo que borraba el desencanto de Bienvenido Mr. Marshall, en un estado dictatorial apuntalado por Washington.

La Gran Bretaña en la que arremetió con furia Thatcher era percibida como una traición a los valores eternos de la Inglaterra imperial que había dejado que en muchos de sus antiguos territorios coloniales se pusiera el sol. Se trataba todavía de paliar ese lento desmoronamiento con la admirable ficción jurídica de la Commonwealth. Luego vendrían los escarceos de Charles y la tragedia de Diana.

Los tiempos de Sara se recuerdan con nostalgia. Nada se publicaba en una prensa amordazada sobre de la corrupción barata que dominaba la supervivencia en un país que apenas se había recuperado de la cruel Guerra Civil y el aislamiento tras la Segunda Guerra Mundial. Sarita vendía violetas mientras presos republicanos terminaban la construcción del Valle de los Caídos. La Sexta Flota llegaba a los puertos mediterráneos, mientras Rota y Torrejón eran objetivos geoestratégicos de los soviéticos en la Guerra Fría. El franquismo recibía una prórroga de un par de décadas.

Maggie arremetió en medio de un país que había adoptado numerosos aderezos del estado de bienestar con el que todavía intentaba corregir los históricos desequilibrios sociales que se habían entronizado desde la Revolución Industrial. Thatcher se propuso desmantelar ese entramado contrario al laissez faire y el liberalismo con el (viejo) liberalismo que había encontrado al otro lado del Atlántico al socio idóneo: Ronald Reagan.

La España de Sarita, una vez desaparecido el franquismo, se afanó en recuperar el tiempo perdido y apostó por reinsertarse al otro lado de los Pirineos. Ortega y Gasset había dicho que “España era el problema y Europa la solución”. Hasta mediados de los 90, España se convirtió en la décima potencia económica del mundo. Nunca tantos españoles de tres generaciones que convivían en esos años habían vivido mejor durante tanto tiempo.

Maggie se había tragado en su momento el ingreso del Reino Unido en la entonces todavía llamada Comunidad Económica Europea. Enmendándole la plana a su correligionario Edward Heath, se propuso frenar la europeización más allá del Mercado Unico, enterrando toda seña de supranacionalidad, un guión que ha heredado David Cameron. Lo que hace apenas pocos años era una lejana hipótesis académica, ahora el Brexit es parte del plausible guión.

La España de Sarita ha resucitado con el colapso inmobiliario, el desempleo generalizado, la emigración y las dudas acerca de su sistema político. La Gran Bretaña imperial recibió una dosis de vitaminas con la decisión de Maggie de contraatacar en las Malvinas. Odiada en Buenos Aires, se merece un monumento de la democracia. Su decisión representó el golpe de gracia a la decrépita dictadura de Galtieri. David Cameron se mueve como un Hamlet entre el ser o no ser en Europa. Maggie lo hubiera hecho de otra forma. Sarita es solamente una memoria de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Entre protestas de indignados, ni socialistas ni conservadores resultan aceptables. A los fumadores no les queda ni ese consuelo, expulsados del ágora.

(Fuente: http://www.elnuevoherald.com)

 

 

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