Con este título, el destacado periodista y escritor Eloy Jáuregui, recordó al gran Gabriel García Márquez, en el primer aniversario de la muerte del famoso colombiano. Aquí la publicación de la Agencia Andina:
El día que murió García Márquez, en Aracataca salió el Sol de noche y hasta ahora no se va porque el tiempo se enamoró de la eternidad.
Ese Sol era él mismo y alumbra y alumbrará el ingenio popular hasta el día que una salvaje tempestad nos borre de este mundo. Y aunque nadie lo crea, García Márquez, luego de un año, sigue vivo, como los diluvios eternos, poblado de pájaros insomnes y la tozudez de Aureliano y Amaranta Úrsula, recluidos por la soledad y el amor, y en una casa de Macondo donde es casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas.
García Márquez es como Cervantes, un paradigma de las letras en español. Inmenso creador de historias, mejor periodista desde aquella noche en que no durmió en su pensión de estudiante de Derecho en Bogotá, y se leyó de un tirón La metamorfosis, de Kafka, y deliró por la madrugada y ya no fue el mismo, y en ese instante se convenció de que sería escritor.
Entonces, como un ser superior, comenzó a inventar el mundo, ese Macondo de los personajes increíbles, de una naturaleza salvaje, de un universo en el que la mayoría de cosas carecía de nombre y los naturales tenían que referirse a ellas señalándolas con el dedo.
Oda al oficio suicida
Así vivió, atiborrado de imágenes y de una disciplina única para escribir, como los grandes maestros, sus quimeras y ensueños, que para todos es una tarea casi imposible, pero que en el gran ‘Gabo’ fue un ajuste de cuentas con la chata realidad.
Una vez García Márquez dijo que escribir libros es un oficio suicida. Ninguno exige tanto tiempo, tanto trabajo, tanta consagración en relación con sus beneficios inmediatos. Y añadió: “No creo que sean muchos los lectores que al terminar la lectura de un libro se pregunten cuántas horas de angustias y de calamidades domésticas le han costado al autor esas doscientas páginas y cuánto ha recibido por su trabajo”.
En mayo de 1967, en Buenos Aires, se imprimió la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, bajo el sello de la editorial Sudamericana, con un tiraje inicial de 8,000 ejemplares. El realismo mágico del libro lo convirtió esa vez en todo un suceso en ventas.
Así, llegó a Lima y el efecto fue similar en las librerías, que las había y por decenas. Así, García Márquez es admirable. Y yo debo confesar un prodigio de sus memorias. Aunque controversial, a García Márquez todos lo quieren y, como a nadie, le dicen de cariño no por su nombre sino por su apodo: ‘Gabo’.
Así continúa siendo ejemplo de constancia y honradez. Por ello, desde estas páginas lo recordamos con cariño y ternura, y no me cansaré de recordarlo por lo que contó en el nacimiento del ‘Gabo’ en Vivir para contarla.
“Fue así y allí donde nació el primero de siete varones y cuatro mujeres, el domingo 6 de marzo de 1927, a las nueve de la mañana y con un aguacero torrencial fuera de estación, mientras el cielo de Tauro se alzaba en el horizonte. Y [García Márquez] estaba a punto de ser estrangulado por el cordón umbilical, pues la partera de la familia, Santos Villero, perdió el dominio de su arte en el peor momento”.
Pero más aún lo perdió la tía Francisca, que corrió hasta la puerta de la calle dando alaridos de incendio: –¡Varón! ¡Varón! –Y enseguida, como tocando a rebato–: ¡Ron, que se ahoga!
Nobel en el Perú
Antes de ser premios nobel de literatura, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa eran amigos íntimos. Aún sin ese celoso puñetazo vargallosiano en su ojo tumefacto que ‘El Gabo’ hizo quedar para la posteridad gracias a la foto que se hizo tomar por el colombiano Rodrigo Moya en México el 14 de febrero de 1976, eran amigos entrañables.
Aún sin presagiarlo, una mañana limeña de invierno asaltada por las resolanas de las venturas, cuando invitados por la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), tomaron posesión del auditorio principal y desnudaron sus demonios ante el “interrogatorio público”. García Márquez era para los escritores peruanos un personaje, todavía, de exótica escritura. El diálogo no tuvo gran difusión en la prensa y más bien pareció una aburrida conferencia académica.
Cierto, parece que a García Márquez no le agradó esa indiferencia de sus pares peruanos, puesto que no regresó jamás por estas vides. Existen hasta dos ediciones en libro de este encuentro. La primera, editada por la propia UNI, del mismo 1967, y la segunda, La novela en América Latina: diálogo, que es de 1991, auspiciada por Extebandes, con diseño de Víctor Escalante, fotos de Carlos ‘Chino’ Domínguez y un prólogo del novelista José Antonio Bravo.