Mirza Hussain tenía 26 años cuando un comandante Talibán le ordenó colocar explosivos en las famosas estatuas de Buda en su pueblo natal, Bamiyan, en el centro de Afganistán.
Las estatuas talladas en roca, que en algún momento fueron los budas más altos del mundo, quedaron arrasadas en un acto que conmocionó al mundo, y sentó un precedente para los recientes actos de vandalismo realizados por combatientes del grupo autodenominado Estado Islámico en Irak.
Muchas cosas han pasado en los últimos 14 años, pero Hussain tiene vivos los recuerdos de la destrucción de los budas.
“Yo era un prisionero”
Hussain, como la mayoría de las personas en Bamiyan, es un musulmán chiita, y por lo tanto era considerado un enemigo por los Talibán sunitas, que habían logrado el control de la región en mayo de 1999.
Mirza Hussain cuenta que era prisionero de los combatientes talibanes en 2001, cuando decidieron utilizarlo para colocar los explosivos en los budas.
A principios de la primavera de 2001, la situación en Bamiyan era la de una ciudad desierta, luego de que sus habitantes huyeran por la presencia del Talibán.
“Yo era uno de los 25 prisioneros que el Talibán mantenía en la ciudad. No había más nadie en ese momento. Nos trataban como personas que estaban a disposición de ellos para cualquier fin”, comenta.
Cuando decidieron volar los budas primero les dispararon con cañones de tanques y de artillería, pero no ocurrió nada. Luego pensaron en los explosivos.
Cómo volaron las estatuas
Según Hussain, los talibanes trajeron los explosivos en camiones hasta el sitio donde se encontraban las estatuas. Luego eran transportados por los prisioneros hasta la base de las mismas.
Los explosivos eran llevados en camiones hasta el sitio donde se encontraban las estatuas. Luego eran transportados por los prisioneros hasta la base de las mismas.
“Pegábamos los explosivos a largos palos para colocarlos en las estatuas”, cuenta Mirza. Todos sentían que en cualquier momento podían morir o por el estallido de un explosivo, o porque les dispararan por cualquier motivo.
“Una vez presencié cuando uno de nosotros fue ejecutado de un disparo en el acto porque tenía una pierna mala y ya no podía cargar los explosivos. Luego le dieron el cuerpo a otro prisionero para que se deshiciera de él”, dice Hussain.
Recibían pequeñas porciones de alimento, y dormían cubiertos sólo por delgadas sábanas durante las frías noches. Usaron las mismas ropas todo el tiempo.
Se tomaron tres días para colocar los explosivos alrededor de las estatuas. Luego cablearon el detonador hasta una mezquita cercana. Al detonar las cargas, los talibanes gritaron “Allah Akbar”.
“Se produjo una gran explosión y todo quedó cubierto de polvo y llamas. Había un fuerte olor a pólvora quemada”, apunta Hussain.
Los comandantes del Talibán esperaban que los explosivos volaran toda la montaña donde se encontraban las estatuas, pero al disiparse el polvo descubrieron que sólo habían destruido las piernas del buda más grande.
A pesar del resultado, hicieron una celebración y la comunidad internacional reaccionó condenando el hecho.
“Desde ese día hubo dos o tres explosiones diarias hasta que los budas quedaron destruidos completamente. Perforamos hoyos en las estatuas para colocarles cargas, pero como no teníamos herramientas para eso, todo el proceso tomó 25 días”, rememora Hussain.
Cuando finalmente las estatuas fueron aniquiladas, los talibanes celebraron disparando sus armas al aire y danzando alrededor de nueve vacas que trajeron para sacrificarlas.
“No tuve alternativa”
Mirza Hussain trabaja ahora reparando bicicletas en Bamiyan y confiesa sentir remordimientos por participar en la destrucción de las estatuas.
En Afganistán se debaten entre destinar fondos para reconstruir los budas, y así generar ingresos por el turismo en la zona, o dejar el sitio devastado como recuerdo del vandalismo del Talibán.
“Me arrepentí en aquel momento, lo hago ahora y lo haré siempre. Pero no me podía negar. No tuve alternativa porque me habrían matado”, se lamenta.
Cuenta que ahora se siente seguro en la ciudad y confía en que el gobierno, con el apoyo de patrocinadores extranjeros, pueda reconstruir los budas.
Sin embargo, su deseo de ver nuevamente los budas en pie es poco probable, al menos a corto plazo.
Existe un debate entre quienes opinan que las estatuas deben ser reconstruidas y quienes piensan que el enorme hueco que las explosiones dejaron en la montaña debe dejarse como recuerdo de la destrucción causada por el Talibán.
Para los habitantes de Bamiyan, como Hussain, la discusión no se trata solamente de conservar la herencia cultural y la identidad de la ciudad, sino de construir un futuro sustentable gracias a los ingresos que provendrían del turismo atraído por los budas.
Los Budas de Bamiyan
Fueron construidos en el siglo VI, cuando Bamiyan era un sitio sagrado para los budistas.
En 629 después de Cristo, un viajero chino llamado Xuanzang describió Bamiyan como una ciudad dinámica con una población de unos 10 mil monjes.
Las dos estatuas más prominentes medían 55 y 37 metros de alto.
Las esculturas fueron esculpidas en la pared de la montaña.
Fueron demolidos en marzo del 2001 por ser considerados ídolos falsos