En mi trayectoria periodística, experimenté tres asaltos y toma de los medios donde trabajaba. La primera fue en el diario “La Prensa”. Hace algún tiempo escribí el siguiente artículo sobre ese episodio, ocurrido hace 59 años.
16 de febrero de 1956. Esa noche había mucha tensión y suspenso en el diario ” La Prensa”. En Iquitos se había producido el alzamiento militar del general Marcial Merino contra el régimen del General Manuel Odría. Se creía que Pedro Beltrán y Pedro Roselló, cabezas visibles de la oposición, no eran ajenos a la rebelión. En realidad, ya en 1948 Odría había contado con el apoyo de la Sociedad Nacional Agraria y, por lo tanto de Beltrán, para dar su golpe contra el Presidente Bustamante. De ahí que, con Beltrán nuevamente en la oposición al Gobierno de turno, y con ese antecedente de 1948, Odría bien podía sospechar que el Director de La Prensa apoyaba el levantamiento de Iquitos.
El Manifiesto
Esa noche el diario de Baquíjano iba a publicar el manifiesto del general rebelde. Esto era de conocimiento de Palacio de Gobierno y se esperaba una reacción muy típica de esos tiempos. Es decir, la censura o la cárcel. De no actuar el Gobierno entonces se interpretaría como una muestra de debilidad. Y esto, al parecer, era lo que se quería comprobar.
La gran mayoría de los periodistas nos encontrábamos concentrados en el diario, aún los que ya habían cumplido sus turnos. A la medianoche, llegó la noticia: la policía había comenzado a actuar asaltando el Club Nacional, donde se encontraba Pedro Roselló. Pocos minutos después se inició la toma de las instalaciones de ” La Prensa”. Se cerraron las entradas y los policías tuvieron que ingresar por los techos. Los periodistas rodeamos a Beltrán en el hall del segundo piso y comenzamos a cantar el Himno Nacional. Por supuesto, los policías no se detuvieron y vinieron las detenciones. Como éramos un grupo compacto alrededor de Beltrán tuvieron que llevarnos a todos. Fuimos a pié por el Jirón de la Unión rumbo al Panóptico, donde ahora se hallan el Hotel Sheraton y el Centro Cívico. En el trayecto, un borrachín dio gritos en favor de Beltrán y también fue detenido y obligado a seguir nuestro destino.
En la Penitenciaría
Ya en el interior de la Penitenciarla nos ubicaron en cuartos que, al parecer, no eran celdas sino habitaciones para el personal. La duda sobre lo que nos ocurriría se convirtió en una gran preocupación, al cesar la euforia casi juvenil de un gesto como el que habíamos protagonizado. Se pensaba que nos iban a deportar. En nuestras casas ignoraban todo.
Una hora después se nos ordenó salir. Y nos subieron a unos ómnibus que emprendieron la marcha hacia el Callao. Bajamos en la Prefectura, aislada por un fuerte destacamento de la Guardia de Asalto. Casi de inmediato, nos subieron a unos lanchones para nuestro traslado al Frontón. Recién comprendimos que la deportación no era lo que temíamos. En los lanchones ya se hallaban algunos políticos de la oposición. Odría había aprovechado la circunstancia para acallar todas las voces discrepantes.
En la Isla
Ya estaba amaneciendo cuando llegamos a la isla. De inmediato el alcaide ordenó que nos condujeran a dos grandes galpones, en un extremo del penal, separado del resto por una pared de apenas dos metros de altura. Es decir fácilmente trepable. Los presos, que se preparaban para recibir su desayuno, nos miraban con una mezcla de curiosidad y respeto. Muchos de ellos sólo usaban truzas, y los caporales- reos con mando- lucían enormes chavetas, al estilo de Tarzán.
En uno de los galpones ya se hallaban Pedro Roselló y otros políticos. Había un olor desagradable. Nos contaron que allí se encontraban los homosexuales del penal y que esa madrugada, para felicidad de los otros presos y menores ingresos del alcaide, habían tenidos que ser trasladados a los pabellones comunes. En realidad esos galpones habían sido construidos para recibir a los numerosos detenidos políticos de las últimas décadas, en especial apristas y comunistas.
En los galpones tuvimos que sentarnos en el frío piso de cemento. Para la noche, trajeron colchones que fueron colocados en dos hileras, junto a las paredes. En el primer galpón se ubicaron Pedro Beltrán y los políticos. En el otro, los periodistas.
La Reunión
Esa misma mañana Beltrán nos reunió para agradecernos el gesto de acompañarlo, darnos todas las seguridades de que no nos íbamos a perjudicar económicamente, analizar la situación para organizarnos debidamente y proporcionarnos nombres y direcciones claves. Esto ultimo para los primeros que salieran en libertad. Era para que se informara al extranjero versiones exactas sobre los que había pasado, ya que se pensaba que el Gobierno había establecido la censura total. Se pudo comprobar que ni las tiranías más temidas pueden tener el control de los mensajes, ya que éstos se filtran de la manera menos sospechosa.
Nuestro primer día en la isla coincidió con el cumpleaños de Pedro Beltrán. Las felicitaciones tuvieron un significado especial.
En los tres días que la mayoría de los periodistas estuvimos en el Frontón pudimos comprobar mas de una paradoja de la vida. Por ejemplo, un millonario como Don Pedro no tenía dinero en efectivo para comprar en una pequeña cantina el agua mineral y las galletas, que era lo único que podía comer. En cambio, un periodista tenía en sus bolsillos mucho dinero en efectivo. Otro caso, el Jefe de Policiales estaba a punto de ser despedido por su irresponsabilidad y acciones censurables. Sin embargo, en su permanencia en la isla se convirtió en el hombre más imprescindible, por su capacidad para tratar con los presos comunes y hacer negocio con ellos, sobre todo para comprarles sabrosos platos a base del pescado que capturaban. Beltrán pudo combinar las galletas con ese pescado que no le hacía daño.
Las Noches
En las noches los vigilantes encadenaban las puertas de los galpones. Al comienzo esto motivó nuestra protesta. Pero después entendimos que no lo hacían para impedir nuestra fuga imposible, sino para librarnos de un asalto nocturno de los criminales que estaban al otro lado de la pequeña pared divisoria.
En general, el trato que nos dieron fue muy respetuoso. Por las mañanas el alcaide venia a conversar con nosotros. Nos decía que la política era tan cambiante que él ya tenía seleccionada su celda, para cuando le tocara el turno.
La noche de nuestra liberación interrumpieron un pesado sueño ya que habíamos disfrutado todo el día del sol de la playa y hasta nos habíamos bañado en el mar. Los vigilantes tenían una lista con los nombres de los que íbamos a abandonar la isla. A mi lado dormía un célebre columnista de espectáculos de Ultima Hora. El estaba seguro de figurar en la lista. Pero no fue llamado. El insistió, casi rogando, que verificarán la lista. No figuraba. Se quedaba. Nos dio lástima su desilusión desesperada. Tratamos de consolarlo, indicándole que probablemente vendría una nueva lista y saldría después. En realidad, se quedó una semana. Por supuesto, Beltrán y los políticos permanecieron más tiempo: tres semanas.
En Libertad
Al llegar al Callao, nos trasladaron a la Prefectura de Lima, donde nos aguardaban los dirigentes de la Federación de Periodistas que habían gestionado nuestra libertad. Luego de entregarnos con “cargo” y recibir una arenga-amonestación del Prefecto, volvimos a nuestras casas.
Habían sido 3 días en el Frontón.