No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que la nueva brecha generacional entre los padres y tus hijos adolescentes será tecnológica. Son necesarias dosis de velocidad expresadas en bytes para descifrar los vocablos que describen comportamientos que los padres contemporáneos quieren evitar.
En Estados Unidos, según explica The New York Times, la práctica de trasnochar para seguir conectado se conoce como vamping desde que los propios adolescentes usan en sus comunicaciones nocturnas este hashtag que alude a sus películas de referencia –las sagas de vampiros–, al hecho de no poder dormir de noche y al envío de mensajes de textos a través de los chats en línea desde sus portátiles, tablets o dispositivos móviles.
En España, apelando a la ironía de los propios jóvenes y a la habilidad y empatía precisadas por los padres para atajar el asunto, se empieza a llamar phonbies a los adolescentes que no dejan sus pantallas ni a la hora de irse a dormir, y varias entidades, lideradas por Protégeles y la Comunidad de Madrid, han lanzado una campaña, titulada” The Phonbies” y dirigida por las productoras The Go Betweeners y Peek a Boom, orientada al público juvenil que ridiculiza los efectos de vivir dominado por el móvil incluso durante las horas de sueño.
Mucho más actual es la campaña www.thephonbies.com, una iniciativa que promueve la Fundación SmileStone y Protégeles, en colaboración también con la Comunidad de Madrid. Alerta sobre la epidemia “phonbie”: “Un ser humano que ha perdido su condición de persona tras ser infectado por un virus que toma el control de sus actos a través de los dispositivos móviles”.
Aunque la caricatura que propone The Phonbies refleja un extremo disparatado con aires apocalípticos, las consecuencias de darle a Internet lo que le corresponde al sueño se asemejan a los de cualquier adicción: nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, aislamiento social offline y el llamado ‘efecto tolerancia’ que, Ana Oliaga, psicóloga y directora de proyectos de Protégeles, describe como “la necesidad, cada vez mayor, de invertir más y más tiempo para sentirse bien tras la conexión dado que, cuanto más conectados están, más conectados quieren estar”.
Y tras estos síntomas, llega el deterioro de varias dimensiones de su vida diaria. Las cifras no hablan de un virus como en el caso de la campaña, pero sí de un alarmante crecimiento de jóvenes que llevan a cabo conductas muy excesivas respecto a Internet: el 20% de los menores usan las redes con pautas que pueden desembocar en una adicción a internet y el 1,5% ya están enganchados según los datos para España del estudio EU NET ADB para conocer los riesgos de la conducta adictiva a Internet entre los adolescentes en Europa.
Como en los cuentos infantiles, la noche es la hora de los monstruos y, además de robarles horas de descanso, es una franja en la que se amplifica la exposición de los menores a los aspectos más perturbadores de la red: grooming (adultos que pretenden su amistad con fines sexuales), sexting (intercambio de fotos de contenido erótico), o ciberbulling (acoso a través de la computadora) son las prácticas que más preocupan a los padres y las que, aunque pueden darse a cualquier hora del día, son habituales en las conexiones nocturnas donde los tonos de las conversaciones cambian.
Causas del “vamping”
La batalla entre padres e hijos se presenta complicada cada vez que hay que irse a dormir. La noche no parece el momento más adecuado para permitir que mantengan sus conexiones y, sin embargo, es el momento más tentador. Danah Bouyd, autora del libro “No es tan fácil: la vida social de los adolescentes en red “(Yale University Press) apunta dos posibles causas del vamping al subrayar que la noche no solo es el tiempo en el que pueden comunicarse sin vigilancia y con más intimidad y privacidad sino que, cuando se apaga la luz, se apagan también las obligaciones y las tareas escolares y se enfocan los intereses personales. Y ese tiempo es percibido por los menores como el rato de rebeldía ante la sobrecarga de actividades dictada por los padres. Así que Internet deja de ser un medio para convierte en un lugar en el que relajarse y disfrutar de cierta intimidad y tiempo personal, quizá una de las conquistas más perseguidas por quienes avanzan hacia la vida adulta.
Prevención y recursos
Las recomendaciones sobre el tiempo máximo que un menor debe pasar activo en Internet no son claras. Oliaga precisa que “no es lo mismo estar conectado dos horas para hacer un trabajo, escuchar música mientras recoges tu cuarto, actualizar tus redes sociales, chatear o jugar a un videojuego”. Como tampoco es lo mismo la exposición a la tecnología que debe tener un menor de 5 años que otro de 17, ni la madurez del menor sea cual sea su edad. También hay diferencias generales entre chicos y chicas, ellos suelen tender a engancharse a los juegos en red y a ellas, más sociables, les cuesta cortar sus chats personales. En cualquier caso la experta es clara “estar dos horas o más jugando a un videojuego o participando en las redes sociales correlaciona positivamente con desarrollar conductas adictivas a Internet, así que podríamos decir que no más de media hora al día para los niños más pequeños y un máximo de una o una y media para adolescentes serían parámetros adecuados”.
Los expertos reconocen que, a veces, los padres se alarman y no distinguen entre un uso excesivo y la adicción. En la actualidad, hay recursos como el que ofrece la Fundación Maphre a través de su programa Controlatic para evaluar con test online las conductas sospechosas de los menores y ponerles remedio a través de profesionales especializados. Instalar controles parentales en la computadora (como Escudo Web, Parental Control Bar o K9 Web Protection) puede limitar la conexión a una determinada hora del día, suspenderla y también filtrar a qué contenidos no pueden acceder.
Poner límites, animar a los menores a que socialicen y tener reglas para toda la familia sobre la hora en la que los dispositivos han de estar fuera de la habitación son algunos remedios para que aquellos adolescentes que hicieron la EGB y ahora son padres consigan apagar la luz de los dormitorios de sus hijos sin que las pantallas vuelvan a iluminarlos.