Las coberturas periodísticas de casos de interés masivo frecuentemente se convierten en lamentables, deprimentes espectáculos, en los que los periodistas de las distintas especialidades, sobre todo camarógrafos y fotógrafos, actúan como si fueran una jauría humana.
Sin respeto alguno a las normas más elementales de comportamiento se “lanzan” sobre los personajes empujándolos, acosándolos, peleándose entre ellos para lograr las mejor ubicación, el mejor ángulo, insistiendo incesantemente por una declaración.
Su afán noticioso llega hasta invadir el hogar de los asediados, tal como ocurrió cuando Eva Bracamonte fue puesta en libertad y trató de ingresar a su domicilio en el vehículo conducido por su padre. Los periodistas penetraron a la fuerza, venciendo la resistencia de policías, al interior de la casa, tratando, sin tregua ni descanso, de seguir con su cobertura audiovisual.
No les importó que se les dijera que la liberada, luego de anularse el juicio por la muerte de su madre y de más de 4 años en la cárcel, solo quería descansar y superar el trauma por el que había pasado.
Con una censurable, implacable actitud inhumana sólo les importaba que Eva Bracamonte respondiera a sus preguntas.
Es cierto que los medios exigen que sus reporteros muestren mucho celo y entusiasmo en sus coberturas. Sin embargo, cuando esa exigencia ocasiona espectáculos tan criticables como en el caso de Eva Bracamonte, se piensa que ha llegado el momento de rectificar comportamientos profesionales para no exhibir conductas propias de una jauría (consultar el diccionario de la RAE).