Rafael Nadal, el famosa astro español del tenis mundial, al momento de publicarse esta entrada, ya está en semifinales del Abierto de Estados Unidos que se juega en Nueva York y es una de las grandes competiciones del deporte blanco.
Pero este artículo de Periodista Digital no aborda el aspecto deportivo sino algo que llama mucho la atención: la miríada de tics y manías que acompaña ahora su magistral actuación en la pista.
UN METICULOSO RITUAL
Cuando uno repasa el vídeo de su victoria en Roland Garros en 2005, el año en que dio el salto definitivo a la élite del tenis mundial con una temporada espectacular, se comprueba que ya entonces limpiaba con la suela de la zapatilla la línea de fondo antes sacar, se colocaba el pelo detrás de una oreja y ponía la toalla sobre sus piernas, cuando estaba sentado en los cambios de lado.
Ya tenía la obsesión de colocar las dos botellas -una con agua fría y otra del tiempo- siempre en el mismo sitio y beber de las dos, pero eso era casi todo.
Servir, entonces, era algo tan simple para él como caminar hasta la línea de fondo, botar unas cuantas veces la pelota con la derecha y sacar con la izquierda.
Viéndolo ahora en el US Open, o repasando lo que hizo en sus victorias sobre Djokovic en Montreal y frente a Isner en Cincinnati, el contraste es notable.
LA CEREMONIA DEL SAQUE
Antes de efectuar el primer saque, Nadal, que acaba de cumplir 27 años y lleva ocho años en la cumbre del tenis mundial, suele pedir la toalla al recogepelotas y se seca los brazos y la cara.
Ya en posición, examina las tres bolas que tiene en la mano derecha, descarta una lanzándola hacia su espalda y mete otra en el bolsillo.
Después, se echa el brazo hacia atrás y tira de la culera del pantalón, mientras bota la bola con la raqueta; se ajusta la hombrera derecha de la camiseta, repite el gesto la hombrera izquierda, se pasa el dorso de la mano por la frente justo debajo del pañuelo con el anagrama de Nike; se toca la oreja izquierda, se pinza levemente el puente de la nariz y se toca la oreja derecha.
Sólo entonces, al noveno bote, deja Nadal de darle a la bola con la raqueta, la coge con la mano derecha, la bota otras cinco veces por lo menos. Llegado a ese punto, lanza la pelota al aire y saca, mucho más preciso, potente y duro que antaño, algo a lo que contribuye sin duda una raqueta ligeramente más pesada que la que usaba antes.
Todo ese ritual hace que consuma casi siempre los 20 segundos que el árbitro da a cada jugador para efectuar el servicio, lo que al manacorí no le quita el sueño.
Nadal tiene más manías y tics.
EL CAMBIO DE RAQUETA Y LA MAGIA DE LA LINEA
Cambia de raqueta indefectiblemente cada ocho juegos, lo que tiene su explicación porque cuenta con cordaje nuevo y a la tensión precisa justo después de que echen bolas nuevas a la cancha.
Cuando salta a la pista no pisa nunca las líneas. Llega siempre segundo al sorteo del árbitro, da saltitos mientras lanzan la moneda al aire y esprinta hasta la línea de fondo antes del peloteo.
Luego vuelve a su sitio con pasos largos, evitando pisar las rayas. En los cambios de campo hace algo parecido, porque cede el paso a su rival y cruza evitando tocar las líneas y siempre con el pie derecho por delante.
En la silla, sigue una meticulosa rutina con las toallas. Coloca la usada en la parte derecha del asiento y pone la raqueta encima. La otra, la limpia, la tiende sobre sus piernas, por encima de las rodillas.
LAS DOS BOTELLA DE AGUA
Lo de las botellas es espectacular. No sólo bebe siempre de las dos, sino que la coloca obsesivamente en el mismo sitio, con las letras alineadas en diagonal.
Primero coge la de más afuera, la apoya sobre el muslo derecho, la abre y bebe. La deja en el mismo sitio, siguiendo la marca de la base de la botella.
Agarra la segunda botella, la apoya en el muslo derecho, la abre, bebe y la coloca exactamente en el mismo sitio.
Es algo que nunca pasa desapercibido a sus rivales. En el pasado Masters 1000 de Montecarlo, sabedor de la fijeza en las costumbres del fenómeno español y probablemente desesperado por el devenir del partido en el que perdía por 6-1/ 5-2 estaba siendo ‘corrido por la pista’ a pelotazos, el australiano Matosevic decidió al cambiarse de campo para sacar, pegarle una patada a las botellas.
Al contemplar la escena -venía al banquillo- Nadal dirigió la mirada hacia su equipo, se encogió de hombros y sonrió. Cerró el partido rompiendo el saque del australiano en el siguiente juego.
LA CORTESÍA DEL CAMPEÓN
Al terminar el partido, casi siempre vencedor, se quita la cinta del pelo, sacude la cabeza con fuerza desperdigando el sudor, saluda cortésmente a su rival a quien suele dedicar una palabra amable, estrecha la mano del árbitro, deja la raqueta después de levantarla y golpear con la palma derecha las cuerdas, como si aplaudiera al público, y retorna al centro de la pista a saludar.
No hace mucho, en ‘The New York Times’, contaba el ex tenista norteamericano Jim Courier, tras examinar centenares de vídeo de Nadal, que siendo junior, en sus ya lejanos comienzos, el español no tenía ninguna de estas manías.
“Estos gestos están marcados al rojo vivo en la mente de los jugadores; incluso los grandes necesitan un ritual para sentirse cómodos y concentrase”