Durante 60 años fue corresponsal de la Casa Blanca. En ese tiempo hizo sufrir a 10 presidentes con sus preguntas sin contemplaciones y cuartel. Su figura se convirtió en legendaria para el periodismo, hasta que en 1910 unos comentarios contra Israel provocaron su alejamiento y ausencia. Este blog publicó una entrega cuando ocurrió ese episodio.
La web mundo.es. ha difundido esta reveladora columna de Pablo Pardo que merece ser publicada en este blog:
“Demasiado combativa como para ser vista como un tesoro nacional y demasiado inquieta como para ser nostálgica”. Así la vio ‘The New York Times’, un periódico que nunca tuvo simpatía por ella, en 2008. Helen Thomas, que acaba de fallecer cuando estaba a punto de cumplir los 93 años de edad, ha sido un verdadero icono del periodismo de Estados Unidos.
A fin de cuentas, cuando le preguntaron a Fidel Castro por las diferencias entre Estados Unidos y Cuba, contestó: “Yo no tengo que contestarle preguntas a Helen Thomas”. Cuando lo supo, la periodista dijo: “Lo considero el mayor cumplido. Todos los dictadores deben ser cuestionados”. Un colega trató de ‘sacarle punta’ a la anécdota: “¿Todos deben ser cuestionados por ti Helen?”. “No, por todo el mundo”, fue la respuesta.
Thomas fue corresponsal en la Casa Blanca entre 1960 y 2010. Diez presidentes de Estados Unidos (Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush I, Clinton, Bush II y Obama) y sus portavoces la tuvieron que sufrir. Thomas no era una persona fácil. No ocultaba sus opiniones, al menos en privado. Hablar con ella era escuchar la versión de la Historia reciente según la izquierda demócrata: la ‘Gran Sociedad’ y la lucha de los derechos civiles y contra la discriminación racial de Kennedy y Johnson; el intento frustrado de Carter de imponer criterios éticos en la política exterior de EEUU y la lucha de Bill Clinton para crear un sistema de salud universal, culminada por Obama.
Y ¿respecto a los presidentes republicanos? De esos no existía nada para Thomas.
Esa ideologización se fue notando más y más en su trabajo. Sobre todo cuando en 2000 la secta Moon compró la agencia de noticias UPI, en la que llevaba trabajando desde 1961. Thomas decidió dejar la empresa por su desacuerdo con la línea ideológica conservadora de los ‘moonies’, como algunos les llaman despectivamente, y pasó a ser columnista de la cadena de periódicos Hearst.
El comentario final
En junio de 2010 su carrera se acabó cuando, en la Casa Blanca, y justo en el Día de la Herencia Judía, Thomas dijo que los judíos “deben irse de una buena vez” de Israel. Cuando el rabino David Nessenof le preguntó “¿a dónde?”, Thomas respondió: “A casa. A Polonia, a Alemania”. Más tarde añadió “y a Estados Unidos. ¿Por qué hay que echar a gente que lleva allí viviendo desde hace siglos?”. Nessenof le preguntó si conocía la Historia de Oriente Medio y Thomas respondió: “La conozco muy bien, soy de origen árabe”.
Thomas era, efectivamente, de origen árabe. Sus padres eran cristianos ortodoxos libaneses (su padre cambió su apellido Antonius por Thomas). Y, aunque había nacido en Kentucky, desde niña había vivido en Detroit, una ciudad muy multicultural. A los 21 años se trasladó a Washington y allí vivió desde entonces.
Las declaraciones de Thomas supusieron el final ignominioso de su carrera profesional. Fue obligada a dejar su trabajo y su actividad pública más evidente pasó a ser su presencia en el restaurante del National Press Club en Washington que ahora, en su ausencia, va a tener que comprar muchas menos botellas de licor.
Porque la resistencia de Thomas al alcohol era legendaria. Como también fue legendaria su lucha para que el Club admitiera a las mujeres, algo que no hizo hasta 1971. Thomas era una feminista, que logró que las periodistas en Washington dejaran de escribir de la primera dama y llegaran a ser corresponsales en la Casa Blanca. Su trabajo fue la gran pasión de su vida. No deja de ser paradójico que su marido, Doug Cornell, que falleció en 1981, fuera uno de sus competidores.
Thomas nunca se arrepintió de sus declaraciones. Siete meses después, dijo: “Puedo llamar al presidente de Estados Unidos cualquier cosa, pero no puedo tocar a Israel, que tiene carreteras solo para judíos en Cisjordania. Ningún estadounidense toleraría eso: carreteras solo para blancos. Somos siervos de propagandistas contra los árabes. Eso es algo fuera de toda duda”. Esa ideologización es curiosa, porque, en sus años como jefa del equipo que cubría la Casa Blanca para UPI, Thomas siempre guardó una equidistancia absoluta. Si fue la edad o el hecho de tener sus propias columnas lo que la hizo ser cada vez más explícita en sus juicios.
La controversia fue el triste final a una carrera brillante. Thomas fue una gran reportera. Pero no fue una gran columnista, que es a lo que se dedicó desde 2000. En todo caso, su dureza a la hora de perseguir a los presidentes y a sus portavoces está fuera de cuestión. En un momento en el que unos Gobiernos (en EEUU) acusan a los filtradores de información de cometer traición y otros (en España), no comparecen si no es con una pantalla de plasma de por medio, la figura de Helen Thomas, con todas sus contradicciones y controversias, es un ejemplo del papel de los medios de comunicación en una sociedad democrática.
Como dijo Barack Obama, “lo que le dio el título de ‘Decana de los periodistas de la Casa Blanca’ no fue solo la durtación de su mandato, sino su feroz convicción de que nuestra democracia funciona mejor cuando hacemos preguntas duras”. No sabemos si el presidente de EEUU se cree de verdad esas palabras. Y, sin Helen Thomas, no está claro que nadie vaya a preguntárselo.