Hay una extensa lista de casos de celebridades que no contentas con el maquillaje, el botox, la silicona y demás enseres de belleza, dan un paso más hacia la falta de dignidad y aparecen en las portadas de la revistas como personajes casi irreconocibles, de feria. Y todo gracias a ese recurso enemigo llamado Photoshop.
Un ejemplo para ilustrarlo es Kate Winset, esa moza de campiña inglesa bien alimentada, quien luchó durante años contra el uso del Photoshop en las revistas de moda. Ella se autoproclamó paladín de la mujer “real” y se cuenta que llegó a parar la rotativa de una famosa publicación que había osado a retratarla como si estuviese a dieta. Pero el tiempo pasa, la autoestima disminuye y la tentación crece. En 2012, la actriz de “Titanic” no se quejó cuando, siendo imagen de la marca de ropa St. John, pasó de ser una madre madura y orgullosa de sus curvas para convertirse en poco menos que… Justin Bieber.
Y es que la cuestión es: ¿Quién tiene la culpa del desquiciado uso del Photoshop? ¿El personaje o la revista? Cuando alguien presta su imagen -sea para una publicación, sea para un anuncio- accede a que ésta se manipule a no ser que haya una cláusula en el contrato que diga lo contrario. Tiene lógica. Se trata de vender y puesto que la mujer -o el hombre- perfectos no existen pues habrá que inventarlos. Sin embargo, hay también los que exigen directamente el retoque digital.
El problema llega cuando la belleza se transforma en estupor. Cuando al especialista se le va la mano y se llegan a publicar auténticas imágenes grotescas sin que nadie se haya percatado antes. Es aquí donde se pasa de querer vender algo a ahuyentar al consumidor.
(Basado en texto de Periodista Digital)