Uno de los episodios más significativos en la fe cristiana es la Última Cena que recuerda la postrera ocasión en la que Jesús se reunió con sus apóstoles para compartir el pan y el vino antes de su muerte. Para la iglesia católica se considera que es el momento en que se instituye la eucaristía. La Última Cena, ha sido el tema de numerosas pinturas, siendo quizás la obra de Leonardo da Vinci la más conocida de todas.
Es una pintura mural situada en una pared del refectorio del convento dominicano de Santa María delle Grazie en Milán y requirió diez años de preparación. Fue encargada por Ludovico Sforza, duque de Milán.
Técnicamente no se puede afirmar que sea un fresco, ya que este sistema le parecía a Leonardo muy precipitado. Esto le llevó a pintar con óleo sobre el yeso seco, técnica experimental que provocaría un rapidísimo deterioro, obligando a numerosas restauraciones.
Leonardo da Vinci ha sido uno de los hombres más extraordinarios que han existido. En torno a él se han inventado muchas leyendas. Ésta tal vez sólo sea una más de ellas.
Leonardo era muy detallista con sus cuadros, y muy exigente a la hora de encontrar modelos. Tenía en su mente una idea de lo que quería pintar y necesitaba encontrar alguien que estuviera a la altura de sus ideas preconcebidas. Por eso a veces se tardaba mucho en terminar una obra.
La Leyenda
Cuenta una leyenda que uno de los cuadros que más se tardó en pintar fue el de la Última Cena. El ya tenía una imagen de cada uno de los personajes, así que se dio a la tarea de encontrar modelos adecuados.
El primero que encontró fue al que representaría a Cristo. Era un joven tan lleno de vida, con tal fuerza espiritual, que al exigente Leonardo le llenó el ojo.
Siguió después con Pedro, un hombre recio y maduro. Y así se fue encontrando poco a poco con cada uno de los Apóstoles… Pasaron varios años, y el cuadro estaba aún incompleto. Sólo le faltaba un personaje, Judas Iscariote.
A Leonardo le parecía que debía ser alguien que representara la misma indignidad, alguien que al verlo provocara una sensación de repudio. Visitó muchos sórdidos lugares, pero nadie alcanzaba la altura de depravación que su imaginación de artista requería. Pasaron muchos más años, y entre muchas otras cosas que dejó a medias, el cuadro de la Última Cena se le estaba quedando sin concluir.
¡Ayer Cristo… ahora Judas!
Algún conocido, enterado de la larga y estéril búsqueda de Leonardo, le contó alborozado: “¡Leonardo, creo que encontré lo que buscas!” Y le refirió la historia de un hombre vil al cual habían condenado a muerte por una larga serie de fechorías sin nombre.
Este amigo usó su influencia para evitar que se cumpliera la sentencia hasta que Leonardo pudiera ver a este tipo. Al gran genio le llamó la atención el asunto, y se dirigió al lugar donde pudo encontrar a este sujeto. En cuanto lo vio, su cara se iluminó por completo. En efecto, esto era lo que él buscaba; representaba la esencia misma de la maldad, era un reflejo de lo más bajo a lo que podía caer un ser humano.
El pintor se presentó al condenado a muerte.
– “¿Sabes quién soy?”
– “¿Quién no lo sabe? Tú eres el maestro Leonardo.”
– “Bueno pues tengo una propuesta que hacerte. Te necesito para que seas modelo de una de mis pinturas. Mientras te ocupe no te ejecutarán. Y cuando termine puedo darle una cantidad de dinero a alguna persona en tu nombre. No sé si te interese.”
– “¿Y qué cuadro estás pintando?”
– “El de la Última Cena”
– “¿Y qué personaje seré yo?”
En este momento Leonardo soltó una carcajada:
“¿Pues quién más? ¡Judas Iscariote!”
El hombre guardó silencio y bajó la mirada. Y lo que no se creería posible ocurrió…Empezó a llorar. Levantó la cabeza hacia el pintor mientras decía con gran desesperación:
“¡Leonardo! ¿No me reconoces? Yo soy aquél con el que iniciaste, hace muchos años, ese cuadro…
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