Lionel Messi acaba de recibir el Balón de Oro que le acredita como mejor jugador del mundo en el año 2011. Ya tiene en su haber los de 2010 y 2009. Es el mejor futbolista del mundo reconocido por los premios individuales y también uno de los mejores atendiendo a lo colectivo, como integrante del F.C. Barcelona.
En Lima son varios los que hace casi quince años asistieron a un campeonato en el que la categoría 87 de Newells fue invitada a participar. En ese equipo rosarino ya brillaba La Pulguita. Arrastraba rivales que lo seguían sin poder hacer otra cosa que eso, correrlo desde atrás, entre las nubes de polvo que agitaba su gambeta. Y metía goles: uno, dos, tres goles o más por partido, como lo hace en el Barcelona. Y despertaba el interés y el comentario del público, como esa estrella e ídolo que es en todos los países donde se respira fútbol. Usaba la camiseta número 10, como ahora lo hace en la Selección y en su equipo. Y pateaba tiros libres. Era callado, evitaba esas bravuras que en muchos países están concebidas como un atajo al liderazgo. Se escondía en una timidez que no inhibía su coraje para jugar a la pelota.
La sede de la Academia Cantolao limeña fue su primera participación internacional. Brilló, como en los partidos de Champions League disputados en escenarios míticos que años más tarde debería afrontar. Las imágenes son elocuentes, como si se tratara de una de esas revelaciones imperceptibles que todos advierten una vez consumado el producto final.
(Basado en http://ar.deportes.yahoo.com/blogs/desde-redacci%C3%B3n/messi–aquel-ni%C3%B1o-que-jugaba-a-ser-messi.html)