La Canonización de Ciro

http://www.youtube.com/watch?v=RaDVA6YkVNo

Impactante informe que revela una histeria popular increíble

A varios días del sepelio del joven universitario Ciro Castillo, se están publicando nuevos y lúcidos análisis del caso, como el del doctor Nelson Manrique en “La República”. Creemos que también debe ser difundido.

A inicios de la década del 70 del siglo pasado Víctor Apaza asesinó brutalmente a su esposa.

Entonces la pena capital estaba vigente, Apaza fue condenado a muerte y lo fusilaron en Arequipa.

Durante los años siguientes surgió en torno a su tumba, en el cementerio de Apacheta, un culto informal que congrega ahora a millares de creyentes. Su crimen, que lo descalifica como ejemplo moral para la iglesia, aparentemente es indiferente –si acaso no juega un papel positivo– para quienes van a rezarle y pedirle milagros. No he podido menos que recordar este hecho luego de ver las manifestaciones de los vecinos de Arequipa ante la presencia del cadáver de Ciro Castillo en la ciudad.

Un manifestante (porque es evidente que nos encontramos ante a una manifestación) protesta a las puertas de la morgue arequipeña frente a la perspectiva del traslado del cadáver de Ciro a Lima para la autopsia. Esto para él es centralismo e incapacidad de las autoridades regionales para defender sus fueros: “¿Dónde ha ocurrido ese crimen que dicen ficticio? Aquí en Arequipa”. Finalmente el cadáver fue estudiado durante 13 horas en Arequipa, por 10 peritos arequipeños y 7 llegados de Lima. El “que dicen ficticio” sobre el crimen no es accidental.

El declarante no es el único que tiene una firme opinión sobre el caso. “¡Rosario criminal!”, vocea la muchedumbre. Una muchacha exhibe una pancarta que dice “¡Rosario descarada!”. “¡Es asesina!”, afirma una señora indignada; cuando le preguntan si le consta responde “¡Sí!”, firmemente: Rosario (“esa tipa”) es culpable por sus contradicciones. A estas alturas los asistentes vocean “¡Arequipa se levanta, si no hay justicia!”. “Rosario ni a la cárcel, señor –dice otra muchacha con ira–, porque en la cárcel va a gozar de muchos privilegios. ¡Que la maten si es posible!”. Otra joven opina que debieran desbarrancarla para que

20111101-AManrique.JPG

sufra como ha sufrido Ciro. Una opinión vertida por Sol Carreño en TV, sosteniendo que no hay derecho a que se trate a nadie de asesino en tanto no se pruebe su culpabilidad, provoca la indignación popular y los reporteros de Canal 4 son agredidos. “¡Fuera, América!”, “¡Lárguense!”. Mientras tanto prospera la venta de llaveros, pines, cintas con el rostro del joven fallecido, “para ayudar económicamente a su padre”.

La identificación de la muchedumbre con Ciro Castillo termina adquiriendo matices abiertamente religiosos: “Todo el tiempo que voy a vivir voy a rezar para ese joven”, afirma una señora. “Es un chico muy alegre, añade otra, limpio de corazón”. “Ese va a ser ahora mi santo –dice una tercera–, porque yo le voy a rezar”. “¡Ciro va a ser mi ángel. Mi guía va a ser Ciro!”, remata otra. De poco sirve la preocupación del padre del fallecido, que advierte que en ocasiones “la bondad se desborda”. Por una triste ironía de la vida en la misma concentración humana está la señora Eladia Díaz llorando y mostrando el retrato de su hijo, Enrique Charca Díaz, de 24 años, que desapareció en Arequipa una semana antes que Ciro sin que nadie sepa hasta ahora de su paradero y cuyo caso no interesa ni a los medios ni a la opinión pública. La salida del féretro de Ciro acalla su demanda.

Es evidente la responsabilidad de los medios, cuya cobertura del caso en algunos casos ha sido nauseabunda, en lo que está sucediendo. Pero es importante tomar en cuenta sobre qué terreno caen las semillas sembradas por una prensa cuyo único interés es vender más periódicos u obtener más rating.

He llamado la atención sobre el caso de Víctor Apaza para recordar que en el surgimiento del culto a las “almitas milagrosas” no interesa gran cosa la identidad del venerado. En los años 60 comenzó en la comisaría de Huancayo la adoración a una calavera desconocida, de la que no se sabía su origen y ni siquiera su sexo y a la que sus fieles bautizaron como “Panchito”. El culto creció y hoy Panchito tiene una capilla donde sus cada vez más numerosos fieles se reúnen a rendirle culto. Estos ejemplos podrían muy fácilmente multiplicarse por todo el país.

Ojalá que ahora Ciro Castillo Rojo pueda descansar, finalmente, en paz.

Puntuación: 5.00 / Votos: 1

Comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *