Ha sido recuperado el cuerpo de Ciro Castillo después de más de 6 meses de su desaparición en el Colca. El balance de la cobertura informativa de los medios limeños no es el mejor. Los principios fundamentales del periodismo como la objetividad, imparcialidad y responsabilidad fueron olvidados casi siempre. Los editores tomaron partido indebidamente por alguna de las dos partes en conflicto. Especialmente respaldaron las versiones radicales de los familiares del joven desaparecido, a quienes entrevistaron a diario. En consecuencia, la opinión pública no tuvo una versión ponderada y desapasionada de lo ocurrido.
Augusto Alvarez Rodrich, columnista de La República, publicó el artículo “Los Castillo y los Ponce sin punto final” que merece ser difundido por abordar otros aspectos del drama
Más de 200 días después de desaparecido y de haberse convertido en tema inacabable de portadas y reportajes, la inminente recuperación del cuerpo del estudiante Ciro Castillo Rojo debería llevar a una evaluación profunda de la prensa sobre la cobertura que hizo de esta desgracia, especialmente de aquella que no tuvo problemas en mentir con descaro e irresponsabilidad solo con el fin de mejorar su circulación o audiencia.
Ojalá que el cuerpo que hace unos días vieron cinco rescatistas en un precipicio de 900 metros en el nevado de Bomboya sea efectivamente el de Ciro, pues no es la primera vez que se efectúa un falso anuncio que frustra el deseo de las dos familias directamente involucradas en esta desgracia de encontrar el cadáver como una forma de ponerle punto final a la tragedia.
Pero ese punto final nunca va a llegar. Para la familia Castillo, porque la muerte de un hijo constituye una pérdida irreparable que nunca podrá ser asimilada. Para la familia de Rosario Ponce, porque un sector de la prensa se encargó, sin los elementos suficientes, de condenarla y de asesinar su reputación.
Con una serie inacabable de reportajes motivados únicamente por la constatación de que Ciro Castillo era gasolina de alto octanaje para elevar ratings y circulaciones, un sector de la prensa se dedicó a alargar la historia como chicle.
En ese proceso, no tuvieron problema en denigrar a Rosario Ponce, acusándola de asesina e, incluso, divulgando material estrictamente privado como el obtenido en sus declaraciones en la Cámara Gesell, lo cual es una grave violación de la intimidad y de la privacidad. Esa fue una decisión que, hay que decirlo de manera clara y directa, no es periodística sino comercial, pues no se habla acá de la búsqueda de la verdad –que es lo que un periodista responsable debe hacer– sino del dinero.
¿Va la prensa a hacer esa autocrítica que se le demanda luego de una cobertura periodística en la que, con dignas excepciones que tampoco fueron pocas, abundaron malas prácticas del oficio que sus autores, sin duda, no cometerían si es que los perjudicados fueron sus hijos o familiares? Lo dudo mucho. Lo que van a hacer muchos de estos irresponsables es salir a buscar, como hienas hambrientas, la próxima víctima.
Es ante casos como estos en los que me asaltan dudas sobre el planteamiento de despenalizar los delitos de prensa. No, ciertamente, ante abusos contra periodistas como el pucallpeño Paul Garay –quien sigue preso, no hay que bajar la guardia–, pero sí ante abusos como el cometido contra Rosario Ponce, en cuyo caso algunos medios siguieron con rigor eso de que la verdad no puede interferir con un ‘buen’ titular
Tal como lo plantea, sería bueno, que los medios de comunicación hagan un mea culpa para evitar cometer actos, o veredictos que lejos de aclarar confunden o parcializan la opinión popular.
No ha sido, definitivamente, profesional la cobertura que se ha hecho sobre este caso, pero hasta cuándo tendremos que tolerar este tipo de periodismo? Nosotros somos quiénes debemos exigir un periodismo claro, imparcial y honesto.