Ayer murió uno de los grandes maestros de la historia de la Universidad Peruana. Se ha escrito y se escribirán muchas líneas de elogio y exaltación de su figura.
El autor lo recuerda en su breve etapa como comentarista de 24 Horas, en el gobierno del general Juan Velasco. En las conversaciones confidenciales que tuve con él en esos tiempos difíciles para los medios de comunicación, me reveló: “Velasco dice a su entorno que no entiende mucho mis comentarios, pero está seguro que los estoy fastidiando”.
En efecto, con gran inteligencia y cuidado, Luis Jaime no dejaba de fijar su posición contraria a los principios autoritarios del régimen militar.
A continuación difundimos en su homenaje uno de sus últimos artículos en La República. Es del 10 de octubre del año pasado cuando la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel a Mario Vargas Llosa.
Esta semana ha sido provechosa para el recuerdo y reconfortante para el espíritu. El justo premio concedido a Mario Vargas Llosa ha removido viejas imágenes, cuya importancia ha adquirido en estos días especial relieve emocional. Evoco, primero, en casa de Raúl Porras, la presencia de un joven estudiante arequipeño, que acababa de terminar la secundaria y, gracias a su espíritu crítico alerta, ayudaba a Porras en sus investigaciones. Ese fue para mí el primer Vargas Llosa: ciertamente, la literatura le interesaba más que la historia, pero lo que ocurría en el país, más allá de las aulas, no le era indiferente. Mi segundo recuerdo es de Mario, alumno sanmarquino, en mi curso de Literatura, sentado junto a Javier Silva Ruete y Víctor Li Carrillo. Y en seguida la vida para cuya vivencia y ejercicio estaba Mario destinado: la literatura. El premio obtenido por Los jefes (1958).
Nos reencontramos en París en los 60, en su departamento situado en una plazoleta cuyo nombre olvido. Estaba dedicado al periodismo. Y lo resalto porque esa vinculación con la prensa le ha permitido a Vargas Llosa mantenerse en contacto con lo que ocurre en el mundo y ha respaldado su vivo interés por cuanto acontecimiento político apareciese en el horizonte. A partir de entonces aprendí a seguirle los pasos en el quehacer literario. Mario fue afirmándose progresivamente en el manejo del idioma, y fue ofreciéndonos testimonio vivo y frecuente de su interés por la libertad y la justicia. El Perú que sus textos reflejaban no era el Perú que pudiera interesar al turista, sino el país vivido por los lectores, donde fuera fácil reconocer errores y aciertos.
A los historiadores de la literatura les interesa sentar su preocupación en los temas, como si el peso de un
texto estuviera garantizado por el contenido. A mí me interesaba descubrir, en el manejo de la prosa de Vargas Llosa, su evidente interés por hacer del lenguaje un arma de lujo. La sonoridad de la lengua no ha dejado de atraerle ciertamente; sus textos no solamente enteran al lector de un contenido determinado, sino que lo invitan a compartir un modo especial de vivir el movimiento de lo que se dice.
Si es verdad lo que los críticos reconocen de cómo cada texto revela los progresos obtenidos en el manejo de los temas, no es menos verdad que el perfeccionamiento en el manejo abierto del lenguaje ha alcanzado en Vargas Llosa un punto culminante. Una conciencia clara de la arquitectura de la frase y de la interioridad melódica revestida en el lenguaje va ganando el relato vargallosiano. Octavio Paz llegó a poner de relieve cómo es posible reconocer en los textos de Vargas Llosa “la doble transformación de la invención verbal, de la imaginación creadora y de la crítica”. Un testimonio reciente de este minucioso trabajo estilístico con que ahora nos regala la prosa de Mario podemos hallarlo en el fragmento dado a conocer de su última novela: constituye, en mi sentir, un vivo testimonio que asegura al texto una estructura fílmica.
“Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó, recostada en la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, con la antipatía que nunca había tratado de disimular”. (El sueño del celta).
El lector no puede evitar el ‘movimiento’ con que viene acompañado el texto. Vargas Llosa ha confiado a la puntuación la responsabilidad del movimiento.
Con el Nobel de Literatura 2010 a Mario Vargas Llosa no solamente se le premia por un constante manejo laborioso del lenguaje, sino por un insobornable afán por defender los derechos del hombre, de la justicia y la libertad. Para el Perú, el premio significa volver a creer en el prestigio de la palabra y en el valioso significado de la creación artística.