El proceso electoral municipal de Lima no ha sido afortunado para el prestigio de las compañías encuestadoras.
A una semana de la votación las más importantes y acreditadas fallaron escandalosa, ruidosamente, en sus pronósticos. Hubo una que dio hasta una diferencia de 17 puntos entre las dos candidatas principales. Otra reveló una distancia de 10 y la que menos se equivocó marcó una diferencia de 8 puntos.
Es decir, según esas encuestadoras, ya estaba decidida la elección, con todo el efecto que tenía sobre amplios sectores del electorado, especialmente el indeciso, en la determinación de su voto que siempre tiende a ser para la favorita. Inclusive hubo un vocero que dijo que ya era irreversible una variación de las cifras.
Desde luego esas empresas acuden a la conocida afirmación de que cada encuesta es como “una fotografía del momento”, y que cuando hicieron su sondeo esos eran los datos.
En mi experiencia en la cobertura de casi 20 procesos electorales (presidenciales, municipales y asambleas constituyentes) tanto para diarios y, especialmente, para la televisión, nunca aprecié tal diferencia.
Lo que estaba completamente seguro era que el día de las elecciones las encuestadoras iban a dar los datos ciertos y confiables, ya que estaba en juego su prestigio. Ya no podía haber, como denunciaron algunos contendientes, manipulación de las cifras. Fundamentalmente porque la ONPE iba a dar los datos oficiales. Y la comparación iba a ser inevitable.