Hay periodistas que se consideran personas privilegiadas exentas del cumplimi9ento de normas y obligaciones a las que están sometidos todos los ciudadanos.
Son profesionales que creen tener “patente de corso” que los posibilita a faltar a todos los principios éticos del periodismo.
Se convierten casi en unos “matones” periodísticos, siempre dispuestos a actuar más allá de cualquier límite.
La prepotencia la demuestran cuando se abalanzan sin misericordia contra todo aquel que los critica o denuncia.
Como se decía en la antigüedad “Ay de los vencidos”, los periodistas prepotentes pueden parafrasear así: “Ay de los que se meten conmigo”.
Esos periodistas exigen todas las ventajas, como, por ejemplo, si son de televisión invadir el horario del programa siguiente a discreción y, sin embargo, quejarse y denunciar cuando un programa precedente le ocupa su horario algunos minutos.
Son los periodistas que quieren que sus amigos obligatoriamente compartan sus criterios y sus preferencias electorales y los castigan con los más ofensivos y denigrantes calificativos cuando eso no ocurre.
Son los que casi nunca reconocen sus errores y no se disculpan por sus atropellos, apelando a los argumentos más rebuscados.
Ellos no temen a jueces y fiscales porque éstos saben que si intentaran una acción legal serían “despedazados” y objeto de todas las críticas, basadas en las irremediables denuncias de los perdedores judiciales.
Estos periodistas creen estar más allá de la autoridad y control de los dueños de su medio, llegando, a veces, al franco desafío y rebeldía.
Sin embargo, pierden toda vigencia y casi importancia cuando son despedidos y ya no cuentan con sus privilegiadas tribunas mediáticas. Hay muchos ejemplos al respecto.