Siempre que se debate temas sobre la función y finalidades que debe atender la televisión, se insiste en el mensaje que transmite, ya sea información o los contenidos de los distintos espacios de su programación. Aquí es donde se le pone el mayor énfasis y se llega a plantear diversas soluciones, desde la más amplia libertad de los canales para transmitir lo que consideran conveniente, hasta el control de los mensajes que muestra una gama sumamente diversa: organismos reguladores sólo para velar por los horarios de protección al menor y proponer medidas, consejos para determinar contenidos y dar o quitar licencias y, por último, acción plena y total de los gobiernos, típica de países de regímenes dictatoriales o totalitarios. Hay que indicar que hasta hace más de una década también esta manifestación de absoluto control público o estatal se practicaba en la mayor parte de los países europeos que no podían ser calificados de dictatoriales.
Nadie puede desconocer que esa libertad absoluta de los canales- esa posición que se sintetiza en: dar a la gente lo que quiere- en manos de empresarios sin formación y convicciones sólidas de respeto a la familia, la formación de la niñez, da lugar a una televisión criticable y nefasta. Y si a ello se suma el afán
empresarial de ganar sintonía y dinero a como dé lugar se completa un cuadro realmente deplorable e indeseable. Esta televisión es la que dio cabida en la televisión peruana a programas tan criticados como los de los cómicos ambulantes y a programas informativas truculentos y carentes de respeto a los principios periodísticos de objetividad, veracidad, imparcialidad, honestidad y responsabilidad.
Por otra parte, la segunda posibilidad controlista, sin duda alguna, es la que más se defiende en los medios académicos y algunos políticos. En el Perú, una calificada exponente es Veeduría Ciudadana. Su vocera, Rosa María Alfaro, declaró en una entrevista con el diario “La República”: Creo que es necesario revisar los contenidos periodísticos de los canales. La televisión debe mejorar su calidad”.
Hay que indicar que en cualquier conversatorio sobre estos temas, cuando hay opiniones contrarias a supervisiones o controles, los defensores de éstos apelan a un argumento que les parece definitivo: “Nosotros no queremos que la televisión peruana siga como está ahora”.
Es que en todas las discusiones al respecto, se olvidan de algo fundamental: el público, el televidente, es el dueño y señor de lo que quiere ver o no en la intimidad de su hogar. Para algunos académicos y políticos el televidente no cuenta en sus planteamientos en cuanto agente activo y decisivo. No tienen en cuenta el “derecho a decidir sobre lo que quiere ver” del público. Para ellos, el televidente es poco menos que un “minusválido” intelectual y espiritual. Un “minusválido” que requiere de tutores privilegiados que le indiquen qué es lo que debe ver. No conciben una situación en la que el televidente no reciba la orientación y supervisión de personas de sólida formación académica y cultural. En otras palabras, quieren un régimen televisivo en el que exista, en la cumbre, un grupo de élite que gobierne el desenvolvimiento televisivo. Es decir, que un puñado de privilegiados le digan a millones de televidentes peruanos qué es lo que deben ver y en qué horarios.