Se comprueba, día a día, que la televisión peruana está en una etapa que bien puede definirse como “todo vale por el rating”.
Como saben los que están en el negocio de la televisión, el rating es una cifra que indica el porcentaje de hogares o espectadores con la TV encendida en un canal, programa, día y hora específicos (o promediando minutos y fechas), en relación al total de TV Hogares o televidentes considerados en la muestra (encendidos + apagados). Generalmente la muestra se refiere a localidades concretas. Si en un lugar medido hay 100 hogares con televisión y un programa es visto por 25 de los hogares, el rating de ese programa será de 25 puntos.
Se ha discutido y, por supuesto se seguirá discutiéndose, si un buen rating significa necesariamente programas de baja calidad pero de efectiva penetración en los sectores populares o de escasa preparación cultural. Ha habido casos en que han coincidido buen rating con excelente calidad. Pero, han sido excepciones.
Lo que hay es una verdad invencible en la televisión comercial: espacio que no tiene sintonía carece de suficientes auspiciadores para financiarse y, por lo tanto, no puede seguir en la programación del canal.
El Público Decide
Al respecto se pueden recordar las declaraciones de César Hildebrandt, uno de los más destacados
periodistas peruanos, quien durante algunos años trabajó en varios programas, en casi todas las televisoras, con desenlaces poco felices.
Hildebrandt dijo en esa oportunidad: “El televidente decidirá mi permanencia o no en la pantalla chica. En este tipo de trabajo nadie sale por la edad o el físico, a menos que hablemos de deportistas. En los trabajos como los nuestros no hay retiro. Mi juez es el público. Cuando tenga un rating miserable, cuando me vea en el camino de ser sentenciado por el televidente, trataré de irme instintivamente. En la televisión, o eres o no eres rentable. Cada 24 horas el público hace su elección, decide quién se va y quién se queda”
Al parecer, debido a esa necesidad de tener rating para seguir existiendo los productores televisivos están
acudiendo a recursos francamente criticables.
Tres Ejemplos
Así, un estilista convertido en conductor de un programa ocasiona una gran controversia al entrevistar al asesino de su mejor amigo, en la edición inaugural de su programa. El objetivo: obtener rating.
Un conductor, casi desesperado por sintonía, se lanza con críticas inmisericordes contra la candidata
favorita para ganar las elecciones municipales por su vinculación legal con un empresario, utilizando expresiones no sólo singulares en el periodismo ( “casi narcotraficante” en lugar de presunto) sino pasibles de denuncias por difamación, como hubiera ocurrido en países con una estricta legislación respetuosa del derecho de las personas a no merecer un trato delincuencial, mientras la justicia no emita sentencia.
La práctica de un periodismo de “comisaría” en la casi totalidad de los noticieros, en los que se informa en secuencias interminables sobre secuestros, violaciones, asaltos, homicidios, accidentes, suicidios, incendios y otros sucesos que impactan a las audiencias. Lo criticable no es tanto por la información de las ocurrencias, sino por el despliegue telenovelero, exagerado de las mismas.