DE VUELTA A 24 HORAS

En 1994, cuando se consideró que SUR era ya una realidad, me pidieron volver a dirigir el área informativa de Panamericana, en especial 24 Horas, su noticiero señero. Era una constante que cada vez que me alejaba del programa éste perdía sintonía, lo que me obligaba a volver a su dirección para recuperarla. En 1994 fue la tercera vez. Después de un año, logramos que 24 Horas volviera a su sitial de privilegio con otro récord de audiencia.

En esta última etapa de mi permanencia en Panamericana realizamos transmisiones excepcionales con enorme sintonía de los actos de Fiestas Patrias, particularmente de los desfiles militares. Nunca se había realizado en la televisión peruana el despliegue técnico y periodístico que logramos tres años sucesivos. La suma de la sintonía de los demás canales alcanzaba apenas a la mitad de la nuestra. Fueron años, por otra parte, de dos desafíos periodísticos tremendos: la guerra del Cenepa y la toma de la residencia de la embajada del Japón.

El viaje a la Cueva de los Tayos
Para el primer caso tuvimos que aguzar el ingenio para informar debidamente. Nuestro principal obstáculo fue la equivocada política informativa que implantó el gobierno, al no dar facilidades a los medios. Situación que contrastaba con la que ocurría en el Ecuador, donde el periodismo –especialmente extranjero- tenía todas las facilidades para acceder al mismo lugar del conflicto. La realidad se supo después: las cosas no marcharon bien para las fuerzas peruanas. El gobierno no quería que se supiera los severos reveses que sufrieron nuestras fuerzas en las primeras semanas.

Cuando la situación se volvió más favorable -gracias al valor y al temple del combatiente peruano- el presidente Fujimori recién invitó a los reporteros de Palacio -más propiamente reporteras- a acompañarlo a la posición recuperada, conocida como Cueva de los Tayos. En Panamericana tuvimos que enviar un camarógrafo poco acostumbrado a los viajes presidenciales, ya que el titular se hallaba en Quito, en misión ligado al conflicto. Cuando el presidente llegó al lugar, luego de una extenuante caminata para los periodistas, dio el gran espectáculo al bañarse en una laguna y aceptó entusiasmado, tener una conversación -vía el teléfono satelital de Radioprogramas- con los periodistas de la radio en Lima.
Los ecuatorianos rastrearon con facilidad la señal y con ello determinaron la exacta ubicación de la comitiva presidencial. Cuando se producía el regreso, las tropas ecuatorianas bombardearon las cercanías de la comitiva con numerosos disparos de morteros. Era indudable que no querían dar en el blanco sino asustar y avergonzar. Lo lograron plenamente. Hubo un desbande general y gritos desesperados de las reporteras, algunas subiditas de peso. Fujimori fue protegido con los cuerpos de su personal de seguridad y cargado en vilo para alejarlo del lugar, dejando atrás a los periodistas.

El Espanto del Camarógrafo
Nuestro camarógrafo fue dominado por el pánico y alocadamente se internó en la selva, perdiéndose en ella. Allí pasó una noche de terror masacrado por los insectos. En su desesperación, cayó a una zanja y perdió la flamante cámara Betacam de más de 20 mil dólares que había llevado. Al día siguiente una patrulla del ejército enviada en su búsqueda, lo ubicó, con una pierna muy golpeada. Su estado era patético. Cuando regresó a Lima, tuvo que ser internado en un hospital y recibir tratamiento psiquiátrico durante varios meses. Sin duda, era alguien que nunca debió ser comisionado para una misión de tanto riesgo.

En cuanto a la costosa cámara al parecer fue ubicada después y vendida en Lima a una productora. Panamericana no pudo hacer uso del seguro correspondiente, porque una cláusula, en letras pequeñitas, precisaba que si a la cámara le ocurría algo en un escenario de guerra, el seguro no estaba obligado a la reposición del caso.

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