Durante sus décadas de actividad periodística, el autor vivió numerosos episodios que constituyen una especie de anecdotario muy personal. A continuación algunos de ellos.
A fines de los años 60, los satélites artificiales fueron el motivo de asombro en las comunicaciones. Iniciaron una nueva era en el alcance universal de la información. Por mi ubicación en Panamericana, viví maravillosas experiencias en este campo. Una de ellas fue la de asistir a una reunión internacional para el uso de los satélites de comunicaciones en México. A esa cita acudió el doctor Harold Rosen, inventor de la serie de satélites Intelsat. Recuerdo que dijo -en respuesta a algunos escépticos- que un satélite de comunicaciones era como una gigantesca torre de microondas de 36 mil kilómetros de altura, imposible de ser saboteada. Algunos países, como México, ya en esa época padecían las acciones destructoras de grupos extremistas.
Como culminación de dicha reunión, se fundó la Organización de la Televisión Iberoamericana (OTI), para la utilización preferente de las transmisiones vía satélite entre sus miembros, representarnos en los congresos mundiales y en la compra de los derechos de los grandes eventos, como los Campeonato Mundiales de Fútbol y las Olimpiadas. Me correspondió ser fundador, en representación de Panamericana, de esa poderosa entidad, integrada por las empresas televisivas más importantes de Latinoamérica.
En realidad, la OTI fue la continuación ampliada de una experiencia tenida meses antes. En Madrid, los directores de noticias de los principales canales de televisión de Latinoamericanos, Portugal y España, crearon el Sistema Iberoamericano de Noticias (SIN), pionero en el uso del satélite para el intercambio diario de noticias entre los dos continentes. De América se enviaba noticias que eran bajadas del satélite por España para su difusión en Europa y, luego, España retribuía el servicio poniendo en el satélite las noticias de Europa que se bajaban en los países americanos. Nadie había intentado antes esa utilización. Cuarenta años después, la audacia pionera de Madrid es un hecho común y corriente en el mundo de las comunicaciones y no causa ningún asombro. Pero en 1970 fue algo extraordinario y revolucionario.
Resistencia de las Agencias
En el primer año de funcionamiento del SIN me correspondió la Presidencia del Grupo Latinoamericano. Tuvimos que enfrentar una terca resistencia de las grandes agencias internacionales de noticias. Su cobertura informativa proporcionaba material de gran interés, que era utilizado en las transmisiones desde España. Pero no todos las televisoras latinoamericanas podían pagar a esas agencias los costos del servicio. Cuando comprobaron que muchas televisoras utilizaba su material sin el pago de los derechos correspondientes, formalizaron protestas y convocaron a una reunión de emergencia en Londres con los representantes del SIN. Yo asistí por las televisoras latinoamericanas con un planteamiento muy concreto. De acuerdo con los tiempos, el pago debería ser sólo de derechos de uso con alguna de las agencias y no –como querían- el pago de todos los aspectos de sus servicios, como la costosa adquisición de las filmaciones que eran enviadas por avión a cada país.
En realidad, la era de los satélites sorprendió a las agencias con inmensas instalaciones fílmicas, gigantescos laboratorios y complejas redes de envíos del material a todo el mundo. Los revolucionarios inventos del satélite y la videocinta, al simplificar el proceso, pusieron en la estacada a dichas agencias. Comprobaron que eran organizaciones congeladas en el tiempo y que si se renovaban, tendrían que desactivar sus millonarias instalaciones y despedir a centenares de empleados. De ahí su negativa a aceptar, inicialmente, el planteamiento que hicimos y su insistencia en sabotear al SIN.
Meses después de la reunión de Londres, una de las agencias –la UPITN- rompió los esquemas y decidió vender a Panamericana sólo sus derechos de uso –sin incluir su material- por 500 dólares mensuales. Anteriormente todo el servicio costaba 2,500 dólares mensuales. Fue una victoria significativa. Con esos derechos y por el sistema de “rota” (por el cual, el material de un acontecimiento de acceso común a las agencias y que fuera puesto en el satélite podía ser utilizado, sin importar a qué agencia realmente pertenecía dicho material) las televisoras iberoamericanas pudieron aprovechar la riqueza informativa de las transmisiones europeas.
Intelsat
En sus comienzos, el uso de los satélites de comunicaciones estaba en manos de Intelsat, una gran organización del mundo occidental. Todos los países del área no comunista eran socios de Intelsat, con distintos aportes. Tenía su sede en los Estados Unidos, y era administrada por Comsat. La utilización de los satélites fue exclusividad de los Estados, estableciéndose en cada país un monopolio abusivo.
Los costos del servicio eran increíbles. En el Perú, por el uso de la estación de Lurín, Entel cobraba para noticias su tarifa más baja: 450 dólares diarios por los primeros 10 minutos y 18 dólares por cada minuto adicional. Para las transmisiones deportivas y de otra naturaleza, exigía 600 y 28 dólares por los mismos conceptos. En otros países las tarifas eran aún más elevadas. Las protestas por los precios tan exorbitantes crecieron, cuando se supo que lo que costaba realmente a los Estados no superaba los cuatro dólares, -cuando se trataba de transmisiones multidestino- y siete, cuando tenían un solo destino. Mayor abuso no se podía concebir. Éste se impuso a la determinación de ingresar a la era espacial en las comunicaciones y -antes de los dos años de fundado el SIN- algunas empresas televisivas se tuvieron que retirar del servicio ya que sus presupuestos no resistían tales costos. Entre esas empresas estuvo la pionera Panamericana.
El Panamsat
Los tiempos cambiaron. Las tarifas de Intelsat se redujeron en una quinta parte. Se privatizó ENTEL, al ser adquirida por la Telefónica. Pero ya había satélites particulares como la serie Panamsat que permitió a las televisoras peruanas transmitir directamente su señal al satélite, rompiendo con un monopolio indeseable.
En el espacio prestan servicios muchos satélites nacionales y regionales. Hay también una ubicación reservada para un proyectado satélite de la Comunidad Andina, cuyo proyecto ha sido mencionado últimamente. Además, con la tecnología digital se están lanzado nuevas generaciones de satélites de mejor y más amplia operatividad, a menores precios.
El caso del Panamsat es muy especial, no sólo porque fueron los primeros satélites de propiedad particular que rompieron con los monopolios estatales, sino por la trayectoria de su dueño inicial, el cubano-norteamericano René Anselmo, quien había logrado establecer la primera red de televisión en español en Estados Unidos. En 1985 los mexicanos de Televisa le compraron su cadena (STN) en 120 millones de dólares, para convertirla en Univisión.
Pero aquí viene lo notable. Anselmo, casi sexagenario, decidió invertir 80 millones en un nuevo proyecto realmente temerario: un satélite de comunicaciones privado. Para conseguirlo, necesitaba el voto favorable de por lo menos dos países socios de Intelsat. No le fue difícil lograr el voto norteamericano, ya que se trataba de una iniciativa empresarial. Le faltaba otro país. Sorprendentemente fue el Perú. En esos años gobernaba Alan García, un presidente que no era muy partidario de las privatizaciones. Pero un asesor de Alan García era Héctor Delgado Parker, el más visionario e imaginativo de los tres hermanos dueños de Panamericana. Héctor Delgado convenció a su asesorado y compadre para que diera el apoyo a Panamsat. Desde luego, había un premio, la donación de uno de los canales – transponder- del nuevo satélite al Estado peruano para difundir la educación y la cultura, por el simbólico pago de un dólar mensual. El transponder finalmente fue entregado al Canal 7.
Anselmo fue un hombre afortunado. Su satélite -el PANAMSAT 1- lanzado por el cohete francés Ariadne fue un éxito completo. Funcionó sin fallas desde que fue exactamente ubicado en su posición en el espacio. Experiencias anteriores no habían tenido igual éxito. Algunos satélites estallaron en el aire o no pudieron ser ubicados debidamente y quedaron inoperativos, perdiéndose centenares de millones de dólares en los intentos. Anselmo vendió la mayoría de las acciones a consorcios internacionales por miles de millones de dólares.