Es una realidad desalentadora que la televisión informativa peruana de los últimos tiempos se desarrolla de acuerdo con una nomenclatura noticiosa que privilegia los casos de impacto fácil y escandaloso. Que no respeta, por lo común, los principios básicos del periodismo como la objetividad, la imparcialidad, la veracidad, la honestidad y la responsabilidad.
Desde el año 2000, con los sucesos políticos ocurridos, el periodismo televisivo en el Perú entró a una etapa de desconcierto y pérdida de orientación sólida. Hasta ese año, la televisión, como ningún otro medio, fue manipulada y sometida a los intereses del régimen fujimontesinista. De ahí que cuando hubo cambio de régimen, en el periodismo, especialmente en el televisivo, brotó el “síndrome Fujimori”. Es decir, el rechazo a lo que había sido expresión informativa diaria: preponderancia y gran despliegue de las actividades del fugado ex presidente. La consecuencia fue minimizar al extremo los actos y acciones que protagonizaba el nuevo Primer Mandatario.
Si antes Fujimori era la figura informativa estelar en los noticieros, en adelante, la nueva imagen presidencia, encarnada por Toledo, debía ser abreviada y casi ignorada. El periodismo consideró que era la manera de demostrar que se había producido un profundo y radical cambio. Había que demostrar que se vivía una etapa en la que los medios eran ajenos a la influencia del poder político.
Pero esta decisión condujo al periodismo televisivo a cometer torpezas que le impidieron ejercer la tarea informativa con criterios profesionales y, sobre todo, esencialmente periodísticos. Esto se comprobó de una manera brutal y sin justificación alguna, cuando el noticiero de más sintonía relegó y minimizó la información de la presencia del primer presidente peruano ante el Congreso Chileno, en agosto del 2002, considerada, con mucha razón, como histórica en la relación entre los dos países El noticiero emitió la nota en la segunda parte del programa – la de menos sintonía- entre sendas informaciones de una vacunación de perros y la captura de un delincuente. Más aún, la vacunación de los canes tuvo más duración y despliegue que la dedicada a Toledo ante el Congreso Chileno.
Sin duda, una criticable pérdida de brújula en la calificación y selección noticiosas de los editores peruanos. Hay que precisar que para los teleinformativos sureños, como no podía ser de otra manera, la presencia de Toledo fue la información principal de sus programas.
El “síndrome Fujimori” fue uno de los factores que mediatizaron y rebajaron la calidad y jerarquía informativas del periodismo televisivo, porque la predisposición a minimizar las noticias relacionadas con el Presidente Toledo – y, después con el Presidente García- se extendió a todo lo que tuviera contenidos de seriedad política o de trascendencia e importancia en general.
Otro factor fue originado en la competencia desesperada y sin cuartel para obtener sintonía o ráting. Para ello, los canales apelaron, preponderantemente, a la cobertura de los sucesos policiales y judiciales (asaltos, secuestros, accidentes, procesos). También a destacar los escándalos políticos, farandulescos y deportivos. Hasta los noticieros, otrora serios y responsables, apelaron a esas informaciones en el convencimiento de que ganarían mayor ráting con la acogida en los sectores c, d y e; es decir los estratos populares y más numerosos, menos exigentes en cuanto a la calidad de los mensajes.
Fue tal la insistencia en esta tendencia que nacieron los reporteros especializados en la “telenovela noticiosa”, que no es otra cosa que la cobertura de los sucesos truculentos con extensas imágenes de todos los ángulos, emitidos con una narración efectista y dramática. Esta cobertura total y a fondo se justifica en casos realmente valiosos, pero no en sucesos nimios y sin mayor trascendencia, como son muchos incidentes policiales. Y menos cuando se trata de forzar, con clara y ostensible intención sensacionalista, el contenido noticioso.
Hubo y hay ediciones televisivas en que las notas deprimentes de dolor, sangre y escándalos ocupan casi la mitad de la duración de los programas informativos.
Por otra parte, en su afán de lograr la “mejor” información y, sobre todo, la “exclusiva”, los periodistas televisivos fueron burdamente manipulados. Por ejemplo, cuando se desataba un conflicto sindical, los manifestantes exageraban espectacularmente su accionar porque sabían que las cámaras de televisión iban a captar sus violentas protestas. Cuanto más cámaras más violencia. Cuanta más violencia más noticieros impactantes. Los dirigentes manipulaban de esta manera la cobertura periodística para el logro de sus demandas.
También los políticos llevan de las orejas a los periodistas y fijan la agenda informativa que les interesa cuando hacen declaraciones donde hay más trampas desinformativas que comprobaciones de hechos. Es otra de las manipulaciones que sufre el periodismo, en especial el televisivo. Las cámaras, los micrófonos y las grabadoras ejercen para los políticos un magnetismo descomunal.
En el aspecto de la televisión de investigación y de programas semanales se apreció un afán de exagerar los reportajes de denuncias, muchos de ellos carentes de la suficiente indagación y cruce de fuentes, que, inclusive, llegaron a los terrenos del libelo y la difamación. Personajes preferidos y buscados fueron los familiares del primer mandatario. En algunos casos, con motivos muy justificados; en otros, con una exagerada y sensacionalista intencionalidad. Por ejemplo, el incidente de un sobrino con el guardián de una playa de estacionamiento mereció largos minutos en los programas, con un empeño periodístico digno de sucesos de mayor significación