Archivo de la etiqueta: reglas y límites

¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?

No es cosa de entrar a debatir con los niños (eso no es pertinente, ya que la crianza no es una democracia), sin embargo sí es adecuado darles, breve y claramente, las razones cada vez que les neguemos algo que piden, por más pequeñitos que sean. De esta manera aprenden desde muy temprano que sus papás no dicen “sí” o “no” de forma impulsiva, guiados únicamente por sus emociones o por su estado de ánimo, sino que tienen razones que los guían, y que dichas razones buscan su bienestar, su salud y lo mejor para ellos.

Por ejemplo: “hoy no alcanza el dinero para comprar ese juguete, cuesta bastante y necesitamos comprar otras cosas”.

Otro ejemplo: “mejor hoy comemos en otro sitio, comer mucho ese tipo de comida podría enfermarnos después”.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La coherencia de los papás en la crianza

En una argumentación (ojo, solo en la argumentación) entre adultos no importa en realidad lo que uno haga o haya hecho, lo que vale es el argumento.

Por ejemplo, imaginemos que hay dos amigos, el amigo A y el amigo B. El amigo A realiza movimientos irregulares con el dinero de la empresa en la que trabaja. Entonces el amigo B le dice:

– No me parece que esté bueno que estés haciendo esas cosas. Además de incorrecto, no te conviene, porque por unos pocos billetes malhabidos estás jugándote toda tu carrera.

Entonces el amigo A, seguramente sintiéndose criticado, recuerda que el amigo B hizo lo mismo anteriormente, y le responde:

– ¿Qué me hablas tú de esas cosas, si yo sé por tu propia boca que tú hacías lo mismo en la última empresa en la que estuviste?

La respuesta del amigo A, aunque les parezca extraño a muchos, es incorrecta. Se trata de un error de argumentación conocido como “falacia ad hominem”, un tipo de argumentación inválida en la que se pretende refutar un argumento mediante la desautorización de la persona que lo ha dicho, cuando en verdad eso no tiene nada que ver. Lo máximo que logra la persona que hace esta falacia es distraer la atención, el argumento no queda refutado. La única forma de refutar un argumento es con otro argumento.

En la crianza sí importa que lo que digan los padres sea congruente con sus acciones

Pues bien, todo esto que he puesto se aplica en la lógica adulta. Por tanto hay una situación en la que esto no funciona, y es en la crianza. Por ejemplo:

– Padre: hijo, no está bien que te acuestes con el teléfono ahí, jugando o chateando. Eso no te hace bien, no quiero que lo hagas.

– Hijo: ¿qué? ¡Pero si tú haces eso mismo todas las noches!

Sería ridículo que en una situación como esta el padre responda:

– No, hijo, no puedes contradecir mi argumento atacando a quien lo dice. Tienes que atacar al argumento, no a la persona.

Absolutamente fuera de lugar, ¿verdad? Aquí el hijo tiene razón, tal vez no en el sentido de la lógica o de la argumentación, sino en el sentido de que este padre pretende instaurar una norma que él mismo no cumple. El niño o el adolescente no es un adulto, no va a entender tan fácil cómo es que, independientemente de lo que haga su padre, a él le conviene hacer caso a lo que le ha dicho. Incluso a los adultos nos cuesta aceptar que se nos haga esto, y esperamos que, si se nos va a imponer una limitación, por más bien que nos haga, se imponga a todos de forma equitativa y justa.

Hay que ser coherentes, enseñar con el ejemplo

Por eso, papás, hay que ser coherentes. Si vamos a criticar o a imponer normas a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que nosotros también nos estamos rigiendo bajo los mismos criterios.

Ilustración: Pedro Meca

Por eso es que no conviene decir cosas como “¡todo el día estás pegado a la pantalla de esa computadora! ¿No tienes otra cosa qué hacer?”, cuando el papá que dice esto está pegado todo el tiempo a la pantalla del teléfono. O, de repente, decirle “¡todo el día estás con esos muchachos en la calle! ¡Tú tienes una casa!”, cuando el papá que dice esto se la pasa de jueves a sábado de juerga en juerga, o todos las noches con los amigos o la pareja, o trabajando en exceso fuera de casa.

O de repente: “¡oye contrólate! ¿Qué es eso de jugar con esa consola seis horas al día? ¿No sabes controlarte?”, cuando todos los fines de semana este papá se excede con el alcohol. También está el clásico “¡no digas lisuras, no grites, no alces la voz!”, cuando el papá mismo que ordena esto es el primero que habla groserías y grita.

Es difícil, pero es que es lo mejor que los papás prediquemos con el ejemplo. Si no lo hacemos, no podemos quejarnos luego de que nuestros hijos no nos hagan caso o nos den problemas.

¿Y qué pasa cuando es el pasado el que nos desautoriza?

Todo lo dicho valdría para el presente, pero a veces es el pasado el que nos traiciona. Por ejemplo cuando el papá le exige a su hijo ser un alumno excelente y le hace un escándalo cuando desaprueba un examen, cuando la libreta de calificaciones de ese mismo papá estaba, en sus tiempos, llena de desaprobados. Aquí, cuando el hijo le pregunte a su papá qué clase de estudiante era él, dicho papá, o le tendría que mentir (lo que no recomiendo para nada) o decirle la verdad, quedando desautorizado.

Otro ejemplo bastante común es el de aquellos papás que les exigen a sus hijos estudiantes técnicos o universitarios que no fracasen en sus carreras, cuando ellos mismos, o bien fracasaron o bien ni siquiera empezaron estudios superiores.

Estos casos son un poco diferentes porque son cosas que ya sucedieron y que, por tanto, ya no se pueden cambiar. Aquí lo adecuado sería aflojar un poco las exigencias, ya que nos encontramos comprometidos por nuestra propia biografía. Aquí, en vez de exigir o ser autoritarios, valdría más la pena conversar y entender con los chicos que quizás es mejor que ellos intenten hacer lo que más les conviene, independientemente de los fracasos, dificultades o cómo haya sido la vida de sus papás.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 54, 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“La coherencia de los papás en la crianza” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?

Los adolescentes a veces sorprenden a sus papás con cambios repentinos en su apariencia que pretenden ser chocantes, como adoptar un estilo de vestir, teñirse el cabello, cortárselo o peinárselo de cierta forma, o pintarse las uñas o maquillarse de determinada manera o con determinados colores.

Algunos adolescentes, los menos rebeldes o atrevidos, lo proponen verbalmente o buscan que se les dé permiso antes de hacerlo, mientras que los más rebeldes, atrevidos o impetuosos pueden sorprender de pronto con un cambio significativo ya realizado.

Los papás pueden tender a oponerse de inmediato a estas cosas, prohibir el pedido, exigir deshacer el cambio, castigar al adolescente o decirle cosas hirientes para hacerlo desistir (“¡pareces un maricón!” o “¡no se sabe si eres hombre o mujer!”, por ejemplo, lo que por supuesto está absolutamente desaconsejado).

El problema puede presentarse cuando luego tengan que, necesariamente, oponerse a cosas como el consumo de alcohol o drogas o a situaciones de riesgo o a cambios permanentes en el cuerpo, como tatuajes o piercings a temprana edad, porque entonces se acumulan las objeciones de los padres, generando la sensación de que ellos se oponen a todo, pudiendo así perturbar la relación con sus hijos.

Para evitar este riesgo podría ser buena idea sacrificar algunas cosas que no nos gusten y abstenernos de manifestar objeciones. Para no equivocarnos y acabar permitiendo algo verdaderamente perjudicial, es importante preguntarnos si el cambio que está proponiendo o mostrando nuestro hijo en su cuerpo o apariencia es permanente y/o si es directamente peligroso o nocivo. Por ejemplo, un par de prendas estrafalarias no representan un cambio permanente en su apariencia; más bien es algo reversible; ¡basta con ponerse otra ropa!

De esta forma los papás reservan sus objeciones para poder oponerse firmemente a cosas irreversibles o verdaderamente peligrosas, sin generar la sensación de que en todo están en desacuerdo o que todo prohíben.

Ahora bien, el no mostrar objeción no significa mostrar falta de interés. Los papás pueden:

  1. Preguntarle a su hijo para qué adopta ese cambio en su apariencia (buscar entender qué desea el adolescente, qué hay detrás de sus acciones, con genuina curiosidad, sin prejuicio).
  2. En momentos que no sean tan forzados, mostrar interés en cómo se está sintiendo o en cómo le está yendo en sus asuntos.
  3. De ser necesario, se le puede mencionar qué consecuencias puede traer su apariencia, para que tome una decisión informada. Por ejemplo, el peinarse o vestirse de forma muy llamativa o demasiado diferente (sin que eso signifique que “está mal”), puede atraer muchas miradas en lugares públicos, gestos de sorpresa, de burla o incluso podrían personas inadecuadas e impertinentes decirle cosas que tal vez no le agraden o le hagan sentir incómodo.

Es posible (solo posible, ojo) que el adolescente, al sentirse incómodo, regule lo chocante de su apariencia o inclusive desista de su cambio, cuando sus papás han sido tolerantes. Más bien cuando los padres se ponen intransigentes y generan esta sensación de que todo lo castigan y todo lo censuran, el adolescente se puede aferrar a sus acciones por pura necesidad de llevarles la contra.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Enseñar a no interrumpir con el ejemplo

Cuando tu hijo esté platicando, no lo interrumpas. Así le estarás enseñando a través del ejemplo, que cuando alguien más habla, hay que esperar a que termine para intervenir (Baltazar y Palacios, 2011, página 28).

Como vimos en la entrada anterior, los niños tienden a interrumpir las conversaciones de los adultos. Como se explicó, esto sucede porque ellos buscan sentir la seguridad de que sus papás o el adulto encargado todavía lo están teniendo en cuenta, dado que son seres dependientes, necesitados de cuidados.

Interrumpir a los niños cuando hablan

Esto a los adultos puede parecernos muy molesto, lo que también es comprensible. Justamente por eso hay que enseñarles a no hacerlo, y la mejor (y única, en realidad) manera de enseñarles a los hijos es mediante el ejemplo.

Para ello los papás podríamos evitar interrumpir a nuestros hijos cuando ellos están hablando, porque si lo hacemos, ¿con qué cara y autoridad les pedimos luego que ellos no lo hagan? Lógicamente, si nuestras acciones muestran lo contrario de lo que decimos, los niños nos desautorizarán, no nos harán caso y seguirán interrumpiendo como siempre.

Esto no lo harían a propósito; es que simplemente así se da. Es bien difícil ser vegetariano en una casa donde todos los días te sirven carne y donde no tienes acceso ni poder de decisión en la cocina. De la misma forma, es bien difícil ser niño y aprender a no interrumpir cuando tus papás todo el tiempo lo hacen.

Interrumpirnos entre nosotros cuando hablamos

Pero la cosa no queda ahí. Si queremos que nuestros hijos aprendan a no interrumpir y a no ser impertinentes, además de darles el ejemplo no interrumpiéndolos a ellos, también podríamos darles el ejemplo evitando interrumpirnos entre los adultos, al menos delante de ellos.

Funciona de la misma forma: ¿cómo se le enseña a dejar hablar a un niño si ve que sus propios papás se comunican interrumpiéndose constantemente? Es evidente que esto le haría un corto circuito en la cabeza, es bien confuso y no se entiende nada.

De cosas como estas salen esas afirmaciones de los niños y adolescentes: “mis papás son bien raros” o “mis papás están locos”. Estas expresiones no las dicen por gusto. Exigirle a tu hijo que deje hablar cuando tú y tu pareja viven interrumpiéndose es como el consabido “¡no hables lisuras, carajo!”. Obviamente no se va a entender el mensaje y el comportamiento del niño persistiría o se agravaría.

 

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“Enseñar a no interrumpir con el ejemplo” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Niños que interrumpen y llaman la atención

Sucede mucho que cuando estás conversando con otra persona, tu hijo empieza a intentar llamar tu atención, te pide que veas algo (“¡mamá, mira!”), hace preguntas o se mete en la conversación de manera impertinente.

¿Por qué hace eso?

Sí, puede ser muy irritante. Lo que sucede es que los niños son seres sociales dependientes que necesitan la atención de sus papás o de los adultos en general. Es así que cuando sienten que pierden dicha atención, buscan recuperarla. Esto no lo hacen por gusto o por molestar, lo hacen porque necesitan tener la seguridad de que estamos ahí, que aún podemos escucharlos o que aún los tenemos en cuenta.

¿Qué hacer cuando interrumpa?

La idea no es que, basándonos en lo que acabo de explicar, pongamos al niño por sobre todas las cosas, que tampoco esa es la idea, como tampoco la idea es gritarle o enojarnos con él. Lo que hay que hacer es explicarle con tranquilidad que debe esperar a que termines de hablar con la otra persona, siempre y cuando se trate de algo que no requiere tu atención en ese momento. Naturalmente esto excluye alguna urgencia real que el niño esté manifestando o alguna situación que sí amerite la interrupción y que sería ilógico o poco realista que espere a que termines de hablar. Aquí los papás necesitan ser rápidos tomando en cuenta el contexto y discriminando si lo que el niño está diciendo puede esperar, y cuánto.

Reducir al mínimo las interrupciones

Ahora bien, este tipo de situaciones podemos reducirlas al mínimo. ¿Cómo así? Si quieres conversar más de 5 o 10 minutos con alguien, sería mejor en realidad quedar con la persona o personas en un momento en el que no estés con tu hijo. Si esto no es posible, hay que mantenerlo entretenido, que tenga algún juguete o algo para colorear que lo haga sentir atendido (NO se recomienda el teléfono celular, la tablet o la computadora portátil, eso NO). Aun así hay que tener en cuenta que de todas formas podría buscar tu atención directa en algún momento, por lo que ya se explicó arriba.

También puedes, si es que es pertinente, intentar incluir al niño en la conversación. Si se hace bien, esto suele gustar mucho a los niños. Hay que hablar de cosas interesantes, cosas divertidas (no del colegio o de asuntos académicos, a menos que él saque el tema), por ejemplo de películas o de juegos o de cualquier cosa que sea interesante para todos los presentes.

Finalmente, si vas a incluir a tu hijo en la conversación, evita avergonzarlo exponiendo cosas íntimas de él o de su relación contigo o con la familia. Exponer los asuntos personales de tu hijo sin su previo consentimiento es tan desagradable para él como para cualquier otra persona, por algo es considerado una descortesía. Por eso, es mejor no avergonzarlo hablando de la chiquita que le gusta o de otras cosas que pueden parecerte graciosas, pero que seguramente a él no.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 27-29.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“Niños que interrumpen y llaman la atención” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

“Ante una infracción, no se salte NUNCA el reglamento”

Ya pasaron tres semanas de las elecciones generales aquí en Perú y ya me siento más libre de compartir esta imagen que circulaba por Facebook. Un poco antes, los medios de comunicación informaron de que habían muerto estudiantes universitarios a manos de asaltantes, quienes, en el colmo de la insanía, los asesinaron porque querían sus respectivos teléfonos celulares (dicho sea de paso, cuesta entender cómo es que alguien puede ser tan enfermo e infantil como para matar a alguien porque quiere su celular). El hecho es que estas noticias se entrelazaron con el asunto de las elecciones presidenciales, de tal manera que cuando me encontré con este cartel, lo quise publicar de inmediato porque también tenía relación con una de las últimas entradas que publiqué aquí, pero me frené justamente por el tema político. Aquí la imagen en cuestión:

113 diego fernandez

En fin, ya descontextualizado de la coyuntura política, viene más a cuento comentar lo que quería: la penúltima entrada que publiqué aquí se titula “Pautas para formar hijos moralmente sanos”. Esta entrada es una cita textual de un libro de la psicoanalista francesa Francoise Dolto. Una de sus pautas a los papás tiene que ver con esto, y dice: “ante una infracción, no se salte nunca el reglamento”. Yo subrayaría ese “nunca” y lo pondría así: “ante una infracción, no se salte NUNCA el reglamento”.

¿A qué se refiere? Se refiere a que los papás tienen que tener muchísimo cuidado con su propio comportamiento, porque sus hijos los están viendo y para sus hijos ellos son el modelo a seguir. Esta parte es dura, pero si se piensa en los niños que uno está criando de repente no es tan descabellado. A ver: te para un policía de tránsito porque cometiste una infracción. Aquí la costumbre es intentar sobornar al policía. Pero veamos, resulta que a tu lado están tus hijos. Francoise Dolto te dice “¡no lo hagas!”… yo también te lo diría: ¡no lo hagas! Es mejor y más barato pagar tu multa a que tu hijo te vea haciendo esa bestialidad, por más pequeño que sea (porque eso de “está muy chiquito para entender” es mentira, aunque resulta muy largo de explicar por qué… en otra entrada tal vez).

Veamos otra: tu hijo te pide un videojuego. Aquí la costumbre nos dicta ir al mercado informal y comprar una copia pirata. Pues bien, igual, ¡no lo hagas! Puede que esto que estoy diciendo suene utópico, pero en realidad no lo es. Simplemente se trata de hábitos antisociales a los que nuestra sociedad nos ha acostumbrado y vivimos con ellos como si fueran normales. El problema está en que nuestros hijos nos están viendo y si nos interesa su salud, habría que pensarlo dos veces antes de sobornar, coimear, piratear, robar, o utilizar a tu criatura para hacerte el pobrecito y que te atiendan primero en el banco cuando tu pareja está bien campante en el auto afuera.

Lo mismo se aplica a la imagen: tu hijo te pide un teléfono celular, o tú te quieres comprar uno, o le quieres regalar uno a tu pareja. Vas al mercado informal y le compras al tipo que está ahí. Pues bien, ese celular pudo haber sido de una persona que ahora mismo está debatiéndose entre la vida y la muerte por un balazo o seguro la están velando, o seguro ya está bajo tierra; sí, justamente por ese celular que tú estás comprando; es decir, esa persona fue asesinada para que tú compres tu celular. Por supuesto, luego, cuando le pasa lo mismo a uno de los tuyos, ahí sí saltas y lloras y te rasgas las vestiduras. Pues sí, tu hijo lo está viendo todo, y está aprendiendo toda esa complicidad y toda esa hipocrecía de ti. Luego te puedes lamentar porque tu hijo te engaña y te puedes preguntar horrorizado “¿de dónde aprendió a ser tan deshonesto?”.

Mejor no lo hagas, ante una infracción, no te saltes nunca las reglas, tu hijo te está viendo.

114 diego fernandez

Pautas para formar hijos moralmente sanos

109 diego fernandez

Cuando el niño se enfrenta con las leyes del grupo, de la sociedad o de la escuela, no se entrometa usted calificando positiva o negativamente lo que ha sucedido. Y ante una infracción, no se salte nunca el reglamento. ¡No lo haga nunca! Así es como ayudará a un niño a introyectar la instancia paternal. Las modificaciones de los reglamentos se deben anunciar a medida que el niño crezca. Es necesario decretar estas reducciones de los castigos, pero no cuando no se ha cometido una infracción.

(…)

En el estado de cosas actual, lo que los padres pueden dar sobre todo es el ejemplo de tener amigos de su edad, de tener intereses fuera del hogar, de conciliar los intereses de su grupo social y los de la vida personal del hogar, de intercambiar su creatividad con el prójimo. Eso es lo que producirá un niño sano socialmente y le permitirá mantenerse apegado a su célula familiar, al mismo tiempo que sentirse llamado hacia los grupos de jóvenes y las pandillas de una manera que no será delictiva en modo alguno.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 19, 20.

Nota: los resaltados son míos.

Pregunta clave: ¿valía la pena?

106 diego fernandez

“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: <<¿Valía la pena arriesgarse al castigo?>>. <<¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!>> La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: <<Me importa un bledo>>, lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: <<¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?>>. <<Estuve hablando cinco minutos.>> <<¿Valía la pena?>> <<¡Oh, no!>> <<¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.>> La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

La fórmula de Françoise Dolto para criar bien a los hijos

«En la infancia hay dos períodos difíciles: el del destete y el de tocarlo todo. Cuando han transcurrido bien, ningún acontecimiento tendrá ya repercusiones graves en la vida del adulto.»

El destete

103 diego fernandez

«El destete, que es un destete del cuerpo a cuerpo con la madre, en el olor de la madre, se debe acompañar de una mayor cantidad de palabras e intercambios gestuales. Si este período se vive bien, el niño prosigue su desarrollo hacia la motricidad acrobática, que debe tener lugar antes de la educación de los esfínteres. Pero si la edad acrobática se acompaña de la educación esfinteriana, es decir, de la culpa por ensuciarse, el niño no puede estar “al caldo y a las tajadas”. No puede controlar sus esfínteres y adquirir habilidad con las manos. En cambio, cuando el niño es capaz de subir y bajar solo de una escalera casera, obtiene en veinticuatro horas la limpieza, que deseaba ya desde hace tres meses. Dicho de otra manera, cuando se trae a un niño al mundo, hay que saber que habrá que lavar pañales durante veintiséis meses.»

La edad de tocarlo todo

«La edad de tocarlo todo es muy importante. El niño de catorce a dieciocho meses aprende a conocer las cosas entonces, ayudado por su madre (y ¡Dios sabe lo fatigoso que es, sobre todo cuando ella está embarazada del siguiente!). En ese momento, no hay que hacer que el niño se sienta en un mundo en el que “el-padre-está-en-todos-los-muebles”. En efecto, el padre representa para el niño la ley a la que se enfrentan sus deseos. Es la persona que aparta a mamá, es decir, la seguridad del contacto consigo mismo. Si el niño pone el dedo en el enchufe y le da la corriente, dirá: ¿Papá está ahí?”, “Papá-va-a-dar-corriente”. Porque la instancia paternal está asociada a la discontinuidad de las experiencias de seguridad. Cuando esa seguridad se rompe, es que el otro está ahí para llevársela él. Así, si la madre o una persona que la sustituye está presente y verbaliza constantemente las experiencias del niño (por ejemplo: Hay que coger así una tetera caliente o una plancha para no quemarse”), si para todas las tareas peligrosas se le acompaña por la palabra y el gesto, se advertirá que el niño se hace sumamente prudente, muy industrioso en familia y casi no sufre accidentes. Puesto que nuestra educación tiene como fin la autonomía de la persona, el niño debe saber que, si le pasa algo malo, no lo regañarán por eso, puesto que la causa es una mala ejecución, y el adulto también podría haber ejecutado mal ese movimiento. Lo importante es que el niño se sienta del mismo lado que los otros seres humanos ante los elementos, las cosas, los animales, las personas, las leyes… Y no él a un lado de la barrera y los adultos en el lado de la perfección, es decir de la instancia paternal suprema.

104 diego fernandez

La edad de tocarlo todo dura un mes o un mes y medio, dos meses en los niños que tienen necesidad de muchas experiencias para comprender la ley que estipula el comportamiento con respecto a tal o cual cosa. Después de esa edad, ¿qué es lo que se prohíbe? Dentro de la familia no está prohibido casi nada, pero hay una prohibición inexorable, al menos pasajeramente, ya que se dirá al niño: Eso está prohibido hasta que seas mayor y sepas hacerlo”. Una madre puede dedicar todos los días una hora de su tiempo para permitir al niño la exploración de la casa. Se escoge una habitación y se permite al niño tocarlo todo, absolutamente todo, bajo ciertas condiciones que, si no se respetan, provocarán una catástrofe también para el adulto. Si se procede así, se puede estar tranquilo: a los tres años el niño casi no desobedecerá. ¿Por qué? Porque un niño al que le pasa algo malo cada vez que trata de identificarse con el comportamiento de los adultos, comienza a angustiarse, a sentirse culpable y a provocar un castigo para aplacar su sentimiento de culpabilidad. Así es como hacemos desobedientes a los niños, por no haberlos formado, en la edad de tocarlo todo, en el conocimiento de la medida de sus posibilidades de “pequeños que están creciendo”, de seres de la misma especie que nosotros.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 17, 18.

¡No hables lisuras, carajo!

A varios pacientes en edad de adolescencia o pubertad les he escuchado contarme que su papá o su mamá les exigen no hablar groserías cuando de boca de ellos mismos las escuchan y las aprenden.

Los niños y adolescentes actuales son hijos de papás miembros de la llamada “generación X” (personas nacidas en las décadas de los 70 y 80). Estas personas (yo soy una de ellas), hemos crecido cuestionando todas las normas dadas por sentado por nuestros padres y abuelos. Uno de los reflejos de ello es la total proliferación de vocabulario soez. Ahora los papás hablan y escupen palabrotas como si nada delante de sus bebés y de sus hijos chiquititos.

Yo no quiero decir que esto esté mal. Lo que quiero decir es que tal vez no sea tan práctico, pues luego, cuando esos bebés o niños chiquititos crezcan, ¿cómo hacer para que respeten la presencia de sus papás? ¿Cómo hacer para que incluso no se dirijan a sus padres utilizando esas palabras que han oído siempre?

Un ejemplo

Yo tengo por vecinos a unos padres con dos hijos adolescentes. El menor, calculo que debe tener 14 o 15 años. Varias veces sus discusiones se escuchan hasta mi casa y algunas de esas veces le he escuchado decir a ese hijo menor “¡ya, carajo!”, “¡no me jodas entonces!“, a su papá en alguna discusión. Y es que, claro, al padre también le escucho carajear a cada rato, de él mismo es que ha aprendido ese mocoso.

Como se puede entender, un panorama así no es nada conveniente. ¿Por qué? Porque ese chico está creciendo con una figura de autoridad totalmente debilitada y eso le puede traer serios problemas. Si no ha aprendido a respetar a su propio papá, ¿cómo se espera que respete a una autoridad o a la ley misma de la comunidad en la que vive? ¿Cómo se va a esperar que respete a su mujer o a sus hijos en el futuro? Si la idea es criar a un hombre de bien y exitoso, y sembrar las bases para una buena descendencia, un panorama en el que al padre o a la madre se le mande al carajo o a la mierda en cada discusión no es precisamente el camino más seguro.

Menos aun dirigirse a ellos hablando palabrotas

A veces, los papás, especialmente los padres varones, por dárselas de “bacansitos”, les hablan a sus hijos con palabrotas.

Si arriba he explicado cómo el solo hecho de que los chicos crezcan escuchando palabrotas de sus padres puede traer problemas, con mayor razón no es recomendable dirigirse a ellos hablándolas.

Cosas como:

  • Primera fiesta del hijo púber: “ni se te ocurra tomar trago, huevón, ¿ah?”.
  • Hablándole en tono juguetón a un pre púber que está muy demandante: “fulanito, ya pues, no jodas a tu madre, ¿ya?”.
  • “Estás en la casa a las 2 de la mañana, ni se te ocurra demorarte más, cojudo, ¿eh?”.
  • Mamá a hija: “no seas huevona, pues”.
  • Papá a hija: “¡si ese pendejo no te trae temprano se caga conmigo!”.

Evidentemente no se recomienda para nada utilizar este lenguaje. Al hacerlo, el padre o la madre lo único que logran es bajarse de nivel frente a su hijo o hija, que está en crianza y bajo su responsabilidad. Inmediatamente su nivel de respeto baja, y no, no van a lograr la confianza que quieren ganar, por lo menos no sin arriesgar su estatus de papá o mamá respetables. Esa no es la forma. Más bien muchos chicos pueden arrugar el entrecejo en señal de extrañeza o incomodidad. Hay que recordar que los chicos pueden hacer amigos en la esquina o en cualquier lado, pero papás, solo tienen dos en todo el mundo. No vale la pena rebajar el nivel de la paternidad en aras de una especie de amistad vulgar y forzada.

Para ilustrar esto: ¿alguna vez has visto a un policía o a un sereno hablar con lenguaje inapropiado, con lisuras o jergas, o utilizando formas vulgares? Cosas como “ya ‘pe causha, déjame trabajar ‘pe” de boca de un agente de seguridad ciudadana. ¿Qué sientes cuando escuchas o eres testigo de estas cosas? Por lo menos, lo que yo siento es que esa “autoridad” ya perdió toda su investidura y no merece el respeto de ningún ciudadano. Ya, eso mismo pueden sentir los hijos cuando sus padres hablan vulgaridades, con la enorme diferencia de que ya no se trata de un policía X o de un sereno X de la calle, no, se trata de papá o de mamá en persona. Policías o serenos pueden haber miles; papá o mamá solo hay dos en el universo; es mucho peor y más chocante.

Usar un lenguaje correcto

Con los hijos es mejor utilizar palabras convencionales, por lo menos hasta la mayoría de edad. Esto no quiere decir que los papás tengan que ser serios y aburridos, no. Solo se trata de mantener el estatus padres – hijos. Los chicos necesitan a sus papás. Estos son los que le dan la seguridad, el sostén, el ejemplo frente a un mundo adulto extraño, desconocido e incierto. No es conveniente arruinar las figuras de los padres con palabrotas que luego pueden regresar a los padres de boca de los hijos, dejando a los chicos sin figuras qué respetar, solos, sin seguridad.

Por otro lado, si los padres hablan estas lisuras y luego censuran a sus hijos impidiéndoles a ellos hacerlo, involuntariamente se les está enseñando a ser hipócritas e inconsecuentes. Este hijo podría pensar: “o sea, me dices que está prohibido lo que tú mismo haces”. Así el hijo pierde el respeto por su papá o su mamá y aprende que por lo bajo puede quebrar las normas, teniendo la raza de exigir que los demás las cumplan (esto lo podemos ver a diario en nuestras pistas, por ejemplo).

A los hijos es mejor criarlos sin palabrotas. Las palabrotas mejor usarlas entre adultos, entre amigos, y si es posible, fuera de casa.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“¡No hables lisuras, carajo!” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.