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Atrévete a aceptar y agradecer los cumplidos de tu pareja

Ilustración: Wikihow

Algunas personas no aceptan los cumplidos de su pareja, los niegan o incluso los destruyen ahí inmediatamente. Por ejemplo:

– ¡Qué bonita eres!

– No, no lo soy.

O:

– ¡Eres muy guapo!

– No, no soy guapo, soy feo.

O también:

– ¡Me gusta que seas tan inteligente!

– ¡¿Qué?! No, no lo soy. Si lo fuera las cosas me saldrían mejor.

Si tú eres una de las personas que hace esto, esto va para ti: es respetable que creas que eres feo(a), que no eres atractivo(a), que tu cuerpo es desagradable, que tu cabello es horrible o cosas por el estilo acerca de tu físico. También es respetable que creas que eres poco inteligente, poco astuto(a) o poco interesante. Es decir, si tú crees esas cosas acerca de ti, nadie tiene derecho a cuestionarlo. A lo que quiero ir en realidad es a otra cosa: el hecho de que tú creas esas cosas negativas acerca de ti mismo(a) no tiene por qué implicar que todos los demás te evaluemos así. Habrá personas que tal vez te evalúen aun peor, así como habrá personas a las que les resultarás agradable o les gustes. Una de ellas tendría que ser tu pareja, que por algo está contigo, ¿cierto?

Si tu pareja te dice un piropo, cumplido o halago es porque a ella le gusta eso de ti. ¿Para qué manifestar tu desacuerdo? ¿Hacer eso lleva a algo? ¿Cuál es el propósito?

En términos lógicos, pretender refutar un halago podría ser algo tan inútil como manifestar tu desacuerdo por la afición de alguien a determinado equipo de fútbol o a determinado artista. En la mayoría de casos resulta evidente que ponernos a discutir eso con el aficionado no nos va a llevar a ningún lado.

El asunto no queda ahí; y es que resulta que no estamos hablando de un equipo de fútbol. Estamos hablando de ti mismo(a). A esa persona le gustas tú, sus palabras son una muestra de su cariño o de su amor por ti, es un regalo o una caricia verbal, y tú lo que estás haciendo es destruir ese regalo y tirárselo en la cara.

Es como que tu pareja te quisiera dar un beso y tú apartases la cara. También es como si tu pareja te quisiera dar la mano y tú la retirases. Así de desagradable puede ser para tu pareja. Es como que tu pareja llegue con un detalle, un regalo, te lo diera, y entonces tú dijeras “no me lo merezco, toma”, y se devolvieses, o directamente lo eches al suelo o a la basura. Eso es lo que haces cuando tu pareja te dice que eres hermoso(a) y tú lo niegas, lo refutas y afirmas en respuesta la palabra “feo(a)”; destruyes esa “hermosura” y la conviertes en “fealdad”.

OK, mi pareja me dice algo positivo que yo no creo. ¿Qué podría hacer?

Aunque sea por cortesía, por cariño o amor hacia tu pareja, o por cuidado de tu relación, a la que seguramente sí valoras, recibe el cumplido y agradece con una sonrisa, una caricia y/o un “gracias”. No rompas ese regalo, aunque sea por educación.

Y ojo, tampoco valdría este tipo de salidas para evitar el recibir y agradecer:

– ¡Qué linda eres!

– ¡Tú eres lindo!

¡No! Esa respuesta lleva implícita la negación del cumplido (el mensaje real es “no, tú eres el lindo, no yo”), le estás devolviendo el regalo. A ver que vayas al cumpleaños de alguien querido para ti, le des un presente y esa persona va y te lo devuelve. ¿Cómo se ve eso? ¿Cómo se siente eso?

Atrévete a aceptar el cariño verbal de tu pareja. Nadie dice que creas lo que te dice. Repito: si tú quieres vivir pensando que eres feo(a), desagradable, antipático(a), tonto(a) o poco interesante, dale, nadie tiene por qué cuestionarlo. Lo que sucede es que tu pareja no te quiere convencer de nada (tal vez ahí radica el malentendido), no es un debate, tu pareja solo te está diciendo lo mucho que le gustas (a ella, no a ti). Recíbelo nada más.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Los niños observan las acciones de sus papás

132 diego fernandez

En varias entradas en este blog he mencionado cuán importante son las acciones de los papás para sus hijos. La frase “los papás son el ejemplo” está tan manoseada que cuando la decimos puede no tener ningún efecto y caer en saco roto. Pero resulta que la frase es abrumadoramente real.

Ejemplo 1

Es decir, por ejemplo, ¡qué difícil debe ser para un niño entender que debe ser mesurado en el manejo de su teléfono celular, si sus propios papás se la pasan chateando todo el día y prefieren hacer eso que conversar o estar en silencio con la persona que tienen al lado!

Ejemplo 2

Otro ejemplo un poco más complejo: uno de los papás le saca la vuelta al otro constantemente y es evidente que no va a modificar su comportamiento. El otro papá, “la víctima”, puede decir: “¡qué mal ejemplo que le da a nuestros hijos!”, y tiene razón, sin embargo esos hijos también tienen el ejemplo de ese otro papá que se queda con la pareja infiel y que no hace nada para distanciarse, quedándose en ese rol de víctima. Esos chicos tienen no solo el ejemplo de cada uno de sus papás, sino tienen también un primer modelo de pareja sexual. Para ellos, así es (y probablemente así será) la vida de pareja. Cuando crezcan, lo harán con ese modelo en la cabeza, que será determinante para sus vidas futuras.

El niño observa, escucha, guarda en la memoria e imita

Aquí les voy a compartir algo que escribió Françoise Dolto sobre este asunto:

“El niño observa los gestos y los actos de los adultos. Escucha sus palabras. Guarda todos estos comportamientos en la memoria. Los imita cuando está solo (…). El niño ama a los adultos y teme desagradarlos. Desea conquistar su asentimiento, alcanzar su poder y su dominio de las cosas. Se ejercita imaginariamente en su propio dominio de las cosas y de las personas, solo y junto a ellos” (Dolto, 1998; página 33).

Aquí algunas de las últimas entradas en las que he mencionado cuán importante son las acciones de los papás en la crianza de los niños:

Obesidad infantil

Ante una infracción no se salte nunca el reglamento

Pautas para formar hijos moralmente sanos

Como hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.

Cuidado con los criterios diagnósticos publicados en internet

Hay muchas páginas en internet dirigidas al público en general donde tienen expuestos los criterios diagnósticos para los diferentes trastornos mentales. De tal forma que casi casi como que nos ofrecen cosas como “sepa si su hijo es asperger” o “sepa si su hijo es autista” o “sepa si tiene a un psicópata cerca”.

Seguidamente suelen ofrecer descripciones, características o incluso los criterios diagnósticos, que suelen verse como un listado de condiciones para que podamos ir poniéndoles “check”, cumple o no cumple, con respecto a la persona que estamos queriendo descartar como poseedor del trastorno, sea nuestra pareja, nuestro hijo, nosotros mismos o cualquier otra.

Un ejemplo

Una página publica una descripción del trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y se llega a un cuadro en el que se pone: “tipos de TOC”, un listado de diversos subtipos del trastorno. Uno de ellos reza: “tipo acumulador: colecciona objetos insignificantes de los que no puede desprenderse”. ¡Ajá! Entonces viene la madre del adolescente que colecciona apasionadamente “unas cartas estúpidas de Pokemon que no tienen ninguna utilidad y que ni siquiera se entiende cómo se juega con ellas” y ¡zaz! le pone check al ítem en su cabeza. Su hijo ya tiene TOC. Pues no, resulta que nada más lejos de la realidad, evidentemente.

Cuando pienso en esto siempre me acuerdo de una amiga que un buen día me llamó por teléfono muy preocupada porque había leído una página sobre el síndrome de Asperger. Resulta que ella supuestamente cumplía con las condiciones para ser diagnosticada como tal.

Pero nada que ver, esa chica no tenía nada, pero nada, de asperger. Era una “neurotípica” más en el mundo, que simplemente había leído unos criterios diagnósticos que no han sido escritos para que ella los maneje.

¿Quiénes han escrito los criterios diagnósticos y para quiénes se escribieron?

Esos listados que ahora están publicados por todas partes y que muchas veces incluyen los criterios diagnósticos para determinar si alguien posee determinado síndrome o trastorno, han sido escritos por científicos, psicólogos y psiquiatras que han hecho estudios estadísticos muy complejos con la población para poder llegar a una descripción de los diversos tipos de padecimientos mentales que sufrimos las personas.

Estas descripciones han sido escritas para que los psicólogos, los psiquiatras y demás profesionales de salud podamos entendernos entre nosotros y trabajar coordinadamente. Solo los profesionales están capacitados para poner ese “check” al lado de cada característica o criterio. A veces para determinar si una persona cumple con un criterio diagnóstico es necesario aplicar pruebas o instrumentos, no es algo que se pueda dilucidar así nomás leyendo con el sentido común en la computadora. Definitivamente estos criterios diagnósticos no han sido escritos para que el público en general vaya utilizándolos en su casa, porque no, se arma una total confusión.

Las listas de características publicadas en internet jamás deben reemplazar el diagnóstico o el criterio de un profesional. Algunas páginas incluso incluyen información falsa o mal redactada.

Las personas nos solemos identificar con los criterios diagnósticos

Si una persona X va y lee estas descripciones, hay muchas posibilidades de que se sienta identificada con ellas o que sienta que la persona en quien está pensando tenga esas características. Recuerden el ejemplo de las cartas de Pokemon o cómo mi amiga se identificaba con las descripciones del Síndrome de Asperger hasta llegar a creer que lo tenía.

Pongo otro ejemplo: una mujer con graves problemas de relación con su pareja con quien convive, va y se pone a leer sobre psicópatas. Entonces lee, horrorizada, que los psicópatas no tienen empatía, que solo piensan en su beneficio, que son seductores al principio con las personas, etc. ¿Qué creen que pase con esa mujer? Pues sí, puede fácilmente adjudicarle cada una de esas características a su pareja, sin tomar en cuenta que no posee una mirada objetiva, que toda su visión está empañada por las dificultades que tiene con él y que, por último, está intentando hacer un diagnóstico, algo que solo un profesional de salud está capacitado para hacer.

Puede ser mejor enfocarse en el sufrimiento más que en las etiquetas

Si estamos preocupados por nosotros mismos o por algún ser querido, más que buscarle un diagnóstico, podría ser útil darnos cuenta del sufrimiento, qué podemos hacer frente a él, qué alternativas tenemos o si de repente es momento de consultar con profesionales.

Leer no está mal, informarse, curiosear, es algo bueno. Al mismo tiempo, si hay malestar, síntomas desagradables o preocupantes que se repiten, cualesquiera que sean, hay que dejarles la tarea del diagnóstico y del tratamiento a los profesionales de salud.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Cuidado con los criterios diagnósticos publicados en internet” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Perder a un hijo recién nacido

Perder a un hijo recién nacido representa una experiencia muy dura para los papás. A diferencia de otras pérdidas humanas, esta es la pérdida de alguien esperado durante meses o años, a quien de alguna forma las circunstancias niegan la posibilidad de vivir, al comienzo mismo de su existencia.

El hecho de esperar a esta nueva criatura y todo lo que su concepción y nacimiento genera en los papás le da a este tipo de pérdida un matiz muy especial. Esto lo podemos ver incluso en muchas especies animales, empezando por cómo defienden a su prole, cómo arman sus nidos y cómo notablemente su vida cambia y gira en torno al nacimiento.

Entonces, cuando sobreviene la pérdida, incluso los animales se encuentran de pronto en una situación que los enfrenta a un vacío enorme, donde toda su espera, todos sus preparativos, toda su abnegación, todas las energías, el tiempo y el afecto que se dedicó de pronto terminan con la pérdida, con el estar de pronto nuevamente solos, los mismos que estaban antes de la espera.

Los animales reaccionan de formas sorprendentes ante la pérdida de sus crías. Siempre recuerdo una madrugada que muy cerca de la ventana de mi casa, un gato asaltó el nido que una pareja de palomas había hecho, con sus dos pichones ya nacidos. La paloma adulta huyó inmediatamente, lo que conllevó a la muerte de los pichones. Yo acudí a mirar y vi el nido vacío. A los pocos segundos, en plena madrugada, escuché a la paloma cantar a lo lejos, en el parque. Fue una escena muy triste que de alguna forma me hizo pensar en esto. Yo, que fui testigo durante semanas del apareamiento, de la construcción del nido, del cuidado de los huevos, de la eclosión, de la alimentación pico a pico, días, semanas de cuidados y esperas, de pronto, también pude ver cómo todo ello finalizaba con un nido vacío en medio de la noche.

Los seres humanos también estamos expuestos a este tipo de pérdidas, y las experimentamos de una forma probablemente similar al comienzo. Después, la experiencia es completamente humana. Vendría lo que conocemos como “duelo”.

El duelo

El duelo es un proceso depresivo natural frente a la pérdida de un ser amado o de un objeto importante. La persona entra en un proceso depresivo asociado con la pérdida: siente tristeza, culpa, rabia, se siente vacía, llora, se siente sin fuerzas, duerme en demasía o muy poco, come mucho o muy poco, está irritable o afectada por cosas que antes no le afectaban tanto, etcétera.

La pérdida de un hijo recién nacido trae uno de los procesos de duelo más duros y difíciles a los que el ser humano se tiene que enfrentar a lo largo de su vida, y también lo enfrenta a situaciones particulares. Por ejemplo, este proceso de duelo puede involucrar a la pareja de papás. El vacío es tan grande y doloroso que muchas parejas sienten el deseo de llenarlo o curarlo concibiendo otro bebé que, de alguna forma, reemplace al bebé perdido.

Si esta pareja tiene hijos anteriores en crianza (niños o adolescentes), ellos se verán afectados también, no solo por la pérdida de su hermanito, sino también por el proceso doloroso por el que están pasando sus padres, que son para ellos las personas más importantes de su vida y las encargadas de mantenerlos vivos.

El duelo: un proceso natural que tiene un final

Los procesos de duelo son superables. De forma natural las personas se sobreponen a la pérdida, le dan un sentido a la experiencia, se terminan de despedir del ser amado y cierran el proceso para continuar con su vida. Debido a que corporalmente la mamá ha vivido más cerca todo el proceso, desde la concepción hasta la muerte, es probable que a ella le tome más tiempo reponerse. Esto también sería comprensible.

No es que haya un tiempo fijo para considerar un duelo como normal. Esto dependerá de la persona y de lo que implica su pérdida. Se suele hablar, en casos de pérdidas importantes para la persona, de etapas depresivas normales de medio año aproximadamente. Sin embargo, fácilmente se puede comprender que en el caso de la pérdida de un hijo recién nacido, este proceso pueda extenderse, especialmente para la mamá.

Evitar el clavo que saca otro clavo

No sería recomendable buscar concebir nuevamente antes de una real superación de la pérdida. Esto, salvando las enormes distancias, vendría a ser algo así como cuando algunas personas, frente al rompimiento con la pareja, buscan inmediatamente a otra para llenar el vacío y no enfrentar su tristeza, sus sentimientos de culpa o su rabia. A esto popularmente se le conoce como “el clavo que saca otro clavo”. No es recomendable. Es mejor que un hijo venga al mundo deseado por sí mismo, por lo que él será, no porque tenga que “salvar” a sus padres de la depresión (que dicho sea de paso, encima, no funcionará). Un bebé tendría que venir al mundo con unos papás fuertes que lo sostengan, no para sostener a unos papás que se encuentran débiles y que dependen de él. Esto, como se puede ver, invierte el orden natural de las cosas y traería consecuencias.

Es mejor que los papás que han sufrido este tipo de pérdida superen física y emocionalmente la pérdida de su bebé antes de intentar concebir de nuevo. Mientras tanto hay que protegerse para que esto suceda en el momento adecuado.

¿Cuándo buscar ayuda profesional?

Los papás que han sufrido esta pérdida podrían pensar en acudir a apoyo profesional en dos casos: cuando, a pesar de haber transcurrido poco tiempo de la muerte del bebé, los sentimientos son tan duros y tan insoportables que realmente se ve que lo saludable sería dedicar un espacio y un tiempo para trabajar este tema con un especialista, especialmente cuando la situación empieza a incapacitar a la persona en otras áreas de su vida. No es necesario que con la excusa de que “es normal sentirse así”, una persona tenga que soportar un dolor tan grande. Esto también incluye aquellas situaciones en las se empiezan a generar otros síntomas que evidentemente necesitan atención, como ataques de pánico o de ansiedad en general, violencia o agresiones, ideas de suicidio, alucinaciones o ideas extrañas, etcétera.

La segunda situación en la que los papás podrían pensar en buscar apoyo profesional es cuando se considera que ya ha pasado mucho tiempo y no se ve un final del proceso de duelo. Si ya ha pasado, por ejemplo, un año y la mamá o el papá siguen sintiéndose heridos por la pérdida de su bebé, sí ya se estaría sobrepasando el duelo saludable o tal vez ya se habría sobrepasado. Sería necesario recurrir cuanto antes a un espacio de salud emocional que permita cerrar este proceso de forma armoniosa y natural.

Estas consideraciones habría que tomarlas más en cuenta aun cuando la pareja tiene niños o adolescentes. Estos hijos, al estar vivos, necesitan de sus papás y son emocionalmente tan frágiles como esos pichones que mencioné antes. Si la crianza se empieza a ver alterada en demasía, la vida de estos hijos se puede ver muy afectada. ¡Cuántas veces no habré recibido pacientes niños o adolescentes aquejados en gran medida por la depresión de su mamá o de su papá!

Una mamá deprimida o un papá deprimido podría no tener ganas ni fuerzas para pasar momentos con sus hijos, paciencia para formarlos, entereza para no maltratarlos, son más fáciles de irritar, de desear golpear o de caer en el insulto o en la descalificación, también estando deprimido es más fácil ser negligente, tirar al abandono a los chicos. Por su parte, los papás que son especialistas en la simulación, en ocultar sus sentimientos, expondrán a sus hijos a experiencias falsas y muchos de ellos en el fondo se darán cuenta de que su papá o su mamá en realidad esconde cosas.

Por eso, en estos casos, es mejor resolver la pérdida para que el bebé fallecido deje en algún momento de ser la prioridad en la mente de sus papás y así estos puedan centrarse en los hijos que tienen, que están vivos y que los están esperando.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Perder a un hijo recién nacido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Poner límites a los abuelos

Muchas veces un miembro de la pareja de padres se queja de que los abuelos, sus suegros (o ex suegros), hacen lo que les viene en gana con sus hijos, desautorizando, ignorando el hecho de que ellos no son los padres, obstaculizando la crianza.

Un ejemplo muy simple: el hijo está peligrosamente subido de peso, el médico ha recomendado restringir los dulces, las galletas, los pasteles y la comida chatarra. Sin embargo, apenas se deja solo al niño con su abuelo, este va y lo atiborra de aquello que justamente le hace daño, con aquel rollo bien conocido de “es que es mi nieto, quiero engreírlo”.

El denunciante

Cuando sucede esto, el miembro de la pareja de padres que protesta, generalmente, es aquel que NO es el hijo de los abuelos engreidores; es decir, el que denuncia el fenómeno suele ser la nuera o el yerno, mientras que el hijo de los abuelos en cuestión (el otro papá) es acusado de no poner límites a sus padres.

Poner límites a los abuelos

A aquellos padres que están siendo acusados por su pareja o ex pareja de no poner límites a los abuelos de los chicos, les sugeriría que vayan pensando en resolver el tema, no por la pareja, que muchas veces es vista como exagerada, quejona, antipática o problemática, sino por los chicos. Tengan por seguro de que si no hacen nada al respecto, se van a desarrollar consecuencias en sus hijos.

Esto sería casi como una ley: no se debería permitir que los abuelos tengan más autoridad que un papá o una mamá, de ninguna manera (salvo casos excepcionales). Y esta es la parte difícil, porque uno tendría que estar dispuesto a defender la autoridad de su pareja o ex pareja, frente a sus propios padres, aquellos que durante la mitad de su vida han sido precisamente las máximas figuras de autoridad.

Si tú te das cuenta que efectivamente tu pareja o ex pareja (en el caso de padres separados), tiene razón con respecto al comportamiento de los abuelos, pues es tu función ponerles límites a tus padres con respecto a la crianza de tus hijos. Jamás, por ejemplo, se debe llegar a un punto en el que la nuera o el yerno tenga que ponerse a discutir con los suegros, no. El que debe regular el comportamiento de los abuelos y hacerles entender que ellos NO son los padres de los chicos, eres tú, que eres su hijo adulto, padre o madre de familia.

Puntos irreconciliables

Si el conflicto no se puede resolver, si hay desacuerdos constantes, si se llega a un punto muerto en el que no hay resolución y más bien se parece entrar en una rutina de malestar, es necesario consultar con profesionales, sean ambos padres o solo uno, si es que el otro no quiere asistir.

Como mencioné, no les recomiendo dejar pasar conflictos de este tipo con los abuelos de los chicos. Las consecuencias son muy negativas. Algunas empiezan en la niñez, otras se manifiestan en la adolescencia o juventud, y tienen que ver, por ejemplo, con la falta de autoridad de los padres, con lo endeble de la ley, con la facilidad de caer en tentaciones nocivas, con la intolerancia a las frustraciones, con el engreimiento, la soberbia, el egoísmo, etcétera.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Antes de decidir ser papás

Hace algunos años me contaron que una psicóloga fue invitada a un programa de radio. Durante el programa, esta psicóloga afirmó algo así como “si desean ser padres, por favor, mínimo, 4 años de psicoterapia antes”.

La recomendación parece exagerada, pero realmente si algo extraño sucediera y una parte de la población mundial le hiciera caso, tendríamos garantizado un mundo muchísimo mejor luego de esos 4 años. Y luego de otros tantos años, tendríamos toda una generación nueva de personas más saludables o, en todo caso, con menos males que cargar.

La psicóloga, de la que lamentablemente nunca supe su nombre, tiene razón. Normalmente las personas cargamos con historias muy dolorosas y en el momento en que decidimos tener hijos, o peor aun, en el momento en el que nos salen los hijos por accidente, esos males que arrastramos se actualizan en la crianza de mil y un maneras, perpetuándose luego en nuestros hijos, y esto es así en prácticamente todo el mundo, ricos y pobres, hombres y mujeres, y en todas las razas y culturas.

Que una recomendación como la que extendió esta profesional en aquel programa de radio sea tomada en serio masivamente parece algo utópico, pero, nuevamente, la psicóloga está en lo cierto: si quieres ser un buen papá, antes de tener un bebé, optimiza tu salud mental, no con libros, ni vídeos, sino con una psicoterapia de verdad. Cuando llegue tu hijo, toda tu salud mental va a ser remecida como si de un terremoto se tratara, así que vale muchísimo la pena tenerla bien puesta y sólida para el acontecimiento.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Dormir en la misma habitación que los padres

Ilustración: Lucía Fernández

La habitación donde una pareja sexual adulta mantiene su intimidad y sus comunicaciones privadas sólo debería ser de uso exclusivo de los dos miembros de la pareja en cuestión.

Dicho de esta manera, no se necesita mayores argumentos. Basta pensar en uno mismo. Me imagino que a muy pocas personas les agradaría que otro, que no sea su pareja, esté presente en la habitación mientras mantienen una discusión, o mientras se cuentan cosas personales, o mientras debaten acerca de una decisión importante, o mientras mantienen relaciones sexuales.

Y sin embargo…

Sin embargo, a pesar de esto, muchos padres, a veces innecesariamente, optan por instalar la cuna o incluso la cama de su hijo o hija en la misma habitación donde se encuentra el lecho conyugal.

Haciendo esto, seguramente sin querer, se expone a los hijos e hijas a ser testigos y partes de las discusiones, de los desacuerdos, de los conflictos, y, lo más grave, de las relaciones sexuales de sus padres.

¿Se dan cuenta o no se dan cuenta?

Muchas personas creen que los niños no se dan cuenta de lo que sucede a su alrededor. Esto es un error. Los niños se dan cuenta de lo que sucede, y no estamos hablando de nada sobrenatural ni de una especie de sexto sentido. Los niños se dan cuenta de la misma forma que un adulto se daría cuenta, sólo que la manera de procesar la información que recibe de su medio ambiente es distinta, y por ello, si se le pregunta, responderá de manera diferente a cómo respondería un adulto.

El hecho es que el niño experimentará malestar, al igual que cualquiera de nosotros, si es que se lo obliga a permanecer en el mismo ambiente en el que está una pareja que no se habla por estar peleada, con el agravante de que, además de la incomodidad natural, también seguramente experimentará tristeza, inseguridad, preocupación, miedo (de que por ejemplo se vayan a separar o se dejen de querer), ya que se trata de sus padres y no de cualquier otra pareja.

Asimismo, al igual que cualquiera de nosotros, experimentará una mezcla extraña de malestar y estimulación al saber que está en el mismo lugar en el que una pareja mantiene relaciones sexuales, con él presente. Muchos padres creen que sus hijos no se dan cuenta porque lo hacen silenciosamente y debajo de las sábanas, o porque los niños están dormidos. Eso es falso. Los niños son testigos de lo que sus padres les muestran. Los niños no son criaturas estúpidas. Los niños se dan cuenta de que algo sucede debajo de esas sábanas, escuchan los sonidos que se emiten, se despiertan ante la situación extraña, se hacen los dormidos, o se tapan con sus propias frazadas.

Aun en el caso de que estuvieran dormidos siempre (cosa extraña), los niños acaban siendo testigos en sueños de lo que sucede. Es probable que muchos de nosotros recordemos, por ejemplo, alguna situación en la que nos despertamos después de haber soñado algo relacionado a lo que efectivamente estaba sucediendo en el lugar donde dormíamos, tal vez relacionado a lo que se decía en la TV, en la radio, o a las voces de las personas presentes.

La necesidad de tener un mínimo de privacidad

Los niños, generalmente, no tienen forma de razonar como lo haría un adulto y pedir que se lo traslade a otra habitación porque no quiere seguir presenciando estos hechos, más aun cuando ha crecido así y no conoce otra opción posible. Pero su silencio o su dificultad para expresar racionalmente sus sentimientos o necesidades no significa que sean indiferentes a estas situaciones.

Muchos niños, por el contrario, no quieren dormir solos, pero esto tampoco implica que se deba mantener una situación de hacinamiento y de sobreexposición como esta. Más bien habría que pensar por qué es que el niño no quiere dormir en su propio ambiente. ¿Tendrá miedo? ¿Se sentirá inseguro? ¿Se sentirá demasiado apegado a alguno de los padres o a ambos, a tal punto que desea compartir estas situaciones íntimas con ellos?

En suma, hay que tener cuidado. Así como los niños no están preparados para ver determinadas películas, programas de TV o determinadas revistas o publicaciones, con mayor razón no están preparados para presenciar la vida íntima de una pareja sexual. Es más, parecería que nadie, por más adulto que fuese, debería estar preparado para presenciar y compartir la vida íntima de sus padres. Pensemos en nosotros mismos para entenderlo.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Una pareja y su bebé

 

Diego Fernández Castillo

No sin razón muchas personas suelen decir que la llegada de un bebé cambia por completo la vida de una pareja. La vida de aquellas dos personas, especialmente si la pareja se mantiene junta y se hace cargo de su hijo, ya no volverá a ser la misma. Este cambio tan radical, lógicamente, puede generar miedo. Uno de los temores que pueden aparecer en los papás tiene que ver con la posibilidad de que la relación de pareja deje de ser la misma, se deteriore o sufra una transformación no deseada. Este temor puede aparecer más fuerte mientras más placentera haya sido la etapa anterior a la paternidad.

Temores fundados

Lamentablemente, muchísimas veces este temor se hace realidad. El bebé mantiene ocupados a los papás, especialmente a la mamá, y uno de ellos o ambos pueden llegar a olvidarse la mayor parte del tiempo de que tienen una pareja y que con ella hay una relación que no se limita solamente a su rol de padres. Los papás pueden sentir celos de su propio bebé, que la vida cambió para mal, que la pareja se olvidó de uno.

Cuando esto se mantiene en el mediano o largo plazo, la relación entre la pareja puede verse afectada negativamente, y esto lógicamente afectará a la larga a la familia y al mismo niño más adelante. Por eso, es útil pensar la forma de salvaguardar la vida de pareja. Es verdad que ahora son tres, pero eso no quita que sigan siendo una pareja de a dos.

Seguir siendo una pareja

Para mantener viva la relación de pareja y preservar lo mejor posible lo placentero de la etapa anterior, pueden buscar una cantidad razonable de momentos en los que juntos hagan una pausa de su vida de padres y se dediquen a disfrutar de su vida de pareja.

Intenten establecer esos momentos como parte de su rutina semanal. Si se puede, tómense toda una tarde con parte de su noche del fin de semana, como lo hacían antes. Busquen el apoyo de familiares o personas de confianza para cuidar del bebé o del niño en esos momentos. Por ejemplo, a muchos abuelos les encanta estar con sus nietos (lo que no significa que se permita que ellos los críen). Esto ayudará también a que desde bebito, el niño sepa relacionarse con su entorno más cercano y no se limite siempre a su mamá. Además, el bebé vivirá la experiencia de que también puede apoyarse en otras personas que lo quieren, además de sus papás.

Durante la semana, después del trabajo o en algún momento libre, pueden ir a pasear o a tomar algo. Aquí no se trata de que se sienten en la mesa del comedor de la casa a escuchar música o a tomar un café. Lo más seguro es que la pareja sea interrumpida por el mismo hijo o que se la pasen hablando de las cosas que hay que hacer en la casa. De lo que se trata es que de vez en cuando se diviertan juntos, como lo hacían antes y como aún lo saben hacer.

Si no es posible apoyarse en nadie, ya que no hay familia de confianza y/o no hay recursos para contratar a alguien en esos momentos, pueden aprovechar los momentos en los que el bebé duerme para hacer algo juntos, aunque sea en la misma casa, si no hay más salida. Apenas el niño esté en edad para realizar actividades fuera (por ejemplo, el nido), pueden aprovechar esas horas para retomar sus momentos juntos y ver la forma de que se acomoden los horarios de trabajo a esta necesidad.

Traten de dejar todo listo para evitar interrupciones cuando salgan. Al comienzo será seguramente difícil mantenerse fuera de contacto con la casa, pero conforme se tome experiencia, habrá más confianza y seguridad en la responsabilidad de cada quien. De lo que se trata es de que los momentos juntos no sean perturbados, sin caer en la negligencia. Hay que hacer el acuerdo explícito con las personas que verán al bebé o al niño durante ese tiempo que si hay una situación que lo amerite ellos deberán comunicarse y no esperar a que sean los papás los que llamen. Esto permitirá que los papás puedan poco a poco olvidarse de estar llamando a la casa a cada momento para ver si todo anda bien.

Si hay deseos de pasarla juntos, pero cierto temor o inseguridad en uno o ambos papás, intenten salir sin alejarse mucho de la casa, de tal forma que si hay alguna emergencia, puedan acudir rápidamente. Más adelante, con más confianza y de repente con una situación más estable y segura, puedan alejarse un poco más o ir tranquilamente al teatro, al cine o a algún concierto, situaciones que implican una mayor desconexión y que despiertan también mayores temores.

Sentir que no se puede

Muchas situaciones pueden generar la sensación de que no se puede hacer nada de lo dicho arriba. Una de ellas es la inseguridad. El miedo excesivo, esa aprehensión de padres que lleva a la sobreprotección puede volverse uno de los peores enemigos para la relación de una pareja con niños pequeños. Si alguno de los papás no puede dejar de tener miedo o inseguridad, no puede dejar de pensar en cómo estará el bebé o niño, no puede confiar en nadie que cuide de su hijo, siente mucha culpa por no estar con él y no puede disfrutar de estos pequeños momentos con su pareja, sin una razón suficiente que justifique estos sentimientos negativos, es preciso tomar el hecho como un problema y ver la forma de resolverlo.

Si pasa el tiempo y la situación no cambia y genera desgaste en la relación de pareja, aunque sea indirectamente, sería muy provechoso consultar el asunto con un profesional. Si uno de los papás no quiere hacerlo, no hay que temer hacer una consulta solo, como papá o como mamá, ya que se trata de la salud emocional de la familia, de la pareja, de uno mismo y del propio bebé. Lo más seguro es que el papá o mamá excesivamente temeroso esté arrastrando problemáticas anteriores, muy posiblemente ligadas a su propia infancia.

Diego Fernández Castillo

¿A dónde apuntar?

Una relación de pareja viva, apasionada y placentera ayuda a que estén contentos como papás y cumplan con su rol más despejados y con menos tensiones, además de que sean unos papás que se proveen de placer mutuamente y que se relacionan bien entre ellos.

En cambio una relación de pareja ahogada en la rutina, en los deberes y responsabilidades, sin momentos de soledad e intimidad fuera de las horas de sueño (que además son interrumpidas constantemente por las necesidades del niño), caerá más fácilmente en el tedio, en el hartazgo, en el aburrimiento, en la monotonía y en el sedentarismo. ¿Cuántas veces se ve a mamás o a papás que, habiéndose olvidado de que tienen una pareja sexual, acaban subidos de peso y en fachas cómodas pero impresentables, como si no existiera alguien del sexo opuesto a quién atraer? Este tipo de situaciones más bien atrae tensión, fastidio, estrés, depresión, y los papás pueden acabar cumpliendo su rol de padres cargando afectos negativos, que evidentemente su hijo percibe, por más que se esfuerzen en ocultarlos.

Muchas veces, lamentablemente, he visto a niños diciéndome que por su culpa sus papás no están contentos entre ellos, otras tantas veces acompañado esto del clásico “mejor no hubiera nacido” o “¿para qué nací?”. Hay que evitar estos resultados, y ¿qué mejor forma que simplemente pasándola bien juntos?

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Una pareja y su bebé” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Un día de descanso, un día invalorable

Ilustración: Lucía Fernández

Hace poco vi un anuncio publicitario en un periódico que me chocó de primera instancia. Se anunciaba un modelo de camioneta “para cubrir todas las necesidades de tu empresa”. El anuncio ponía arriba, muy visiblemente lo siguiente:

“UN DÍA DE DESCANSO, ES UN DÍA PERDIDO”

Debajo de semejante sentencia aparecían dos de las camionetas y al costado un modelo haciéndola de empresario de saco y corbata mirando al lector con rostro solemne.

Lo poco que sé de publicidad me recuerda que los anuncios nos presentan un mundo deseado pero que no es real. Por ejemplo, un detergente que hace magia o un desodorante para hombres que hace que supermodelos caigan a los pies de quien lo usa. La publicidad utiliza esas ilusiones para recordarnos nuestros deseos y necesidades y vendernos u ofrecernos sus productos o servicios.

Ahora bien, para un mundo empresarial puede ser verdad que se desea el máximo de productividad, la máxima ganancia, el día de 36 horas y la semana de 8 días. En parte, por ahí se puede entender la sentencia “un día de descanso, es un día perdido”; no es nada grave, es como decir que si un hombre destapa un par de cervezas aparecerán dos chicas a cada lado. Lo grave se puede dar cuando efectivamente, queriéndolo o no, funciona esta idea, fuera del anuncio, en la vida real y cotidiana de muchos hombres y mujeres. Veamos algunas áreas que pueden verse afectadas por esto.

El encuentro con uno mismo

El no tener un día, un tiempo, un espacio para uno mismo, puede traer muchas consecuencias; una de ellas es que la persona se desconecta de sí misma, no tiene tiempo para pensar en ella, en su vida, en sus deseos, en sus fantasías, en sus placeres y en aquello que lo hace sentir mal o le preocupa. Es así que si hay algún problema personal o dificultad, la persona no podrá resolverlo, pues no tendrá un momento para darle la atención necesaria, trayendo como consecuencia que la dificultad se perpetúe, evolucione o, en el peor de los casos, se agrave.

Lo dicho anteriormente no se limita al plano psicológico; también alcanza a la salud física. Esto lo podemos entender desde el momento en que utilizamos la palabra “descanso”, donde el cansancio se entiende, en un primer momento, como un fenómeno físico. Si no paramos un momento, si no nos damos un tiempo regularmente, más allá de las horas de sueño, nuestra salud física se verá deteriorada y tendremos más probabilidades de que tarde o temprano aparezcan enfermedades o afecciones dolorosas y lamentables.

El encuentro con nuestros seres queridos

No parar más que para dormir lo básico también nos deja solos. Nos quedamos sin amigos, sólo con contactos, sombras de viejas amistades. Nos quedamos sin la familia extensa, a la que no tenemos tiempo de ver más que en los compromisos. Se pierde toda posibilidad de hacer algo sorpresivo y refrescante, aquello que une más a las personas, un sorpresivo fin de semana fuera de la ciudad, una noche de diversión, una inesperada salida al cine, al bar, al teatro, al concierto o al club.

El combustible para la pareja

La pareja hundida en la rutina laboral y doméstica también puede verse afectada. Se pierde la sensación de complicidad de los años previos a la convivencia, se pierde la pasión que se alimenta de lo inesperado (muchas mujeres sabrían de esto, especialmente a aquellas que les gustan los “detalles”). Esto se agrava si hay conflictos domésticos sin resolver. La relación se vuelve, más que una vida de pareja, una sociedad conyugal fría en constante tensión.

Preguntémonos cuán placentero sería darse un tiempo a solas con la pareja, como aquellos momentos de pareja que disfrutan los jóvenes despreocupados. Ahora preguntémonos cuántas veces se dan casos de infidelidad por asuntos como “no me prestaba atención”, “me sentía sola”, “¡siempre llegaba tan tarde!”, “siempre estaba trabajando”, “no quería que la tocara”, “siempre le dolía la cabeza”, “siempre estaba preocupada”, “ya casi no nos veíamos”, y demás.

Unos hijos con padres que existen

Tener a papá y/o a mamá trabajando siempre y durmiendo cuando están en casa tiene un nombre: se llama tener un papá o mamá ausente. Como diría la canción de Franco de Vita, “no basta” con la manutención para ser padres efectivos. Los niños necesitan jugar con sus papás, necesitan divertirse con ellos, ser sorprendidos por ellos, tener oportunidad de admirarlos y de aprender de ellos, y eso sólo se logra en los tiempos de descanso de los padres. Creo que ningún papá podría hacer nada de esto con sus hijos mientras trabaja, y si lo hiciese me sonaría a falsificación o, en todo caso, a aprendizaje de oficio de los niños más que de disfrutar de ocio con los papás; y esto los niños lo sienten y lo resienten.

Más allá del déficit que trae el hecho de tener papás ausentes, se puede hablar también de riesgos más concretos. Si papá y/o mamá no tienen tiempo para ociosear con sus hijos, estos quedarán expuestos más fácilmente a una serie de situaciones que van desde el acoso escolar no comunicado por falta de confianza, hasta el abuso sexual de personas que se aprovechan de la ausencia de los padres, pasando por un sinnúmero de situaciones peligrosas, como exposición a drogas, “malas amistades”, delincuencia, accidentes, crianza cuestionable de terceros, maltrato físico y psicológico, y un extenso etcétera. La ausencia de los papás puede derivar incluso en la muerte de su hijo o hija, sea accidental, provocada o autoprovocada, como se da en los casos de suicidio de menores.

Ilustración: Lucía Fernández

El ocio con los niños o adolescentes permite alimentar la confianza, el diálogo, puede permitir al padre o madre darse cuenta del estado de ánimo de su hijo o hija, puede permitir que ellos les cuenten a sus padres aquello que les preocupa o que les hace sentir mal, detectando así amenazas, muchas veces antes de que estas se realicen. Y lo más importante, permite disfrutar con ellos.

El invalorable día de descanso

¿De verdad un día de descanso es un día perdido? No lo creo. Es posiblemente el día más valioso de la semana, es el día en que podemos saborear el fruto de lo que hemos trabajado el resto de días, es el día que nos salva del “vivir para trabajar” y que nos permite “trabajar para vivir”. Es verdad, lamentablemente, que muchas veces la situación real de las personas adultas hace que el descanso sea casi una utopía, pero es importante intentarlo, hacer lo posible para atender esas otras áreas de nuestras vidas que pueden sentirse tan abandonadas.

Para los que tienen la suerte de poder descansar, háganlo, sin culpas, pensando que es una necesidad básica. Si hay hijos, es necesario luchar para organizarse y darse también momentos en pareja o para uno y sus otros seres queridos (amigos, familia). Hay que intentar no exponer a los niños a tener unos padres que se sienten obligados a sólo descansar para sus hijos. Los niños se dan cuenta de esto y pueden sentirse culpables o pueden sentir que tienen el control de los papás, lo que no es lo más saludable. En fin, pensemos que hasta Dios, en la tradición judeocristiana, descansó el séptimo día, y no sólo descansó sino que “lo bendijo y lo hizo santo”.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Un día de descanso, un día invalorable” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.