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El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos

Antes de empezar, cuando hablamos de “acoso y maltrato sistemáticos” hacia el hermano, nos referimos a la realización de comentarios desagradables o hirientes, empujones, golpes, patadas, exclusión total del grupo de amigos o propagación de mentiras o rumores acerca de él, perpetradas estas acciones varias veces a la semana o varias veces al mes, de tal forma que se entienda como algo constante.

Muchas personas minimizan el hecho de que un niño haga esto repetidamente a su hermano. Podemos escuchar entonces comentarios como “son cosas de niños” o “es normal que los hermanos se peleen”.

Es verdad que cierta medida de conflicto es natural, pero cuando se llega al punto del hostigamiento, del acoso o del maltrato sistemáticos, las cosas pueden ponerse peligrosas.

El acoso entre hermanos eleva hasta en 300% el riesgo de sufrir un trastorno psicótico hacia el final de la adolescencia

Ya se sabía que el acoso entre hermanos estaba asociado con la depresión y con las autolesiones (automutilación, cortarse, por ejemplo) (tomen nota de esto también los papás). Ahora se sabe algo más: este año se ha publicado una investigación en la revista científica “Psychological Medicine” en donde se ha encontrado que los niños que viven una situación de acoso con algún hermano, sea como víctima o como victimario (aunque especialmente como víctima), tienen de 2 a 3 veces más posibilidades de desarrollar algún trastorno psicótico para sus 18 años, en comparación con los niños que no viven tal situación.

Además, se vio que los niños que, además de ser víctimas en casa, lo son parte de compañeros, por ejemplo en el colegio, tienen aun más probabilidades de desarrollar dicho tipo de trastorno (hasta 4 veces más posibilidades).

Trastorno psicótico

Cuando hablamos de “trastorno psicótico”, nos referimos a un conjunto de trastornos graves caracterizados por la pérdida de contacto con la realidad. Las personas que sufren algún tipo de psicosis pueden experimentar alucinaciones (por ejemplo, ver cosas o escuchar voces que no existen) y/o delirios (por ejemplo, creer que están siendo perseguidos, sin que eso tenga relación con la realidad), entre otros síntomas muy perjudiciales. La esquizofrenia o el trastorno delirante, son ejemplos de trastornos psicóticos. Un trastorno psicótico con frecuencia discapacita o incapacita totalmente a una persona (muchos de los que comúnmente llamamos “locos calatos” que andan por las calles, son personas que sufren algún tipo de psicosis). Evidentemente este tema de las psicosis es muchísimo más complejo. Solo pongo lo mínimo como para que se hagan una idea.

¿Cómo se hizo el estudio?

Nuevamente voy a colocar aquí lo mínimo. A quienes les interese pueden ir a la publicación para leer el artículo, que, si bien, es bastante técnico, puede ser de interés para quienes deseen saber más acerca de cómo se realizó la investigación.

Se contó con 3596 participantes, a los que a los 12 años se evaluó si sufrían acoso por parte de algún hermano o si lo perpetraban, así como si sufrían de acoso (bullying) por parte de compañeros. Luego, a los 17.5 años, en promedio, se evaluó si habían desarrollado algún trastorno psicótico. Del total de participantes, se encontró que 55 desarrollaron psicosis para ese momento, lo que coincide relativamente con la prevalencia de las psicosis a nivel de población. A partir de aquí se realizó todo el trabajo estadístico.

Recomendación para los papás

Los autores del estudio afirman que los hallazgos llevan a pensar en una relación directa entre el acoso y el mayor riesgo de trastorno psicótico (es decir, que el acoso puede llevar al trastorno psicótico). Por ello es importante que los papás tomen nota del peligro que conlleva este tipo de relaciones entre los hijos.

Es necesario que, de detectarse esto, se tomen medidas coordinadas entre las figuras de autoridad de la casa (pareja de papás, por ejemplo), no solo para frenar el abuso, sino también para resolver cualquier conflicto de fondo que lo esté facilitando.

De no funcionar esto, es necesario acudir con un profesional recomendado.

Referencia

Dantchev, Slava; Zammit, Stanley & Wolke, Dieter (2018). Sibling bullying in middle childhood and psychotic disorder at 18 years: A prospective cohort study. Psychological Medicine, 1-8. Online: enlace.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Una recatafila interminable de palabrotas

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La tarde del jueves pasado tenía una hora libre en mi consultorio. Estaba ahí en el escritorio sin mucho qué hacer. De repente, desde la ventana de atrás, que da a un jardín interior y, más allá, a la espalda de las casas vecinas, escuché los gritos de una mujer, proveniente de una de esas casas. Los gritos eran de enojo y llamaba “par de conchudos” a dos personas, de las que no se escuchaba ni pío.

Lo que siguió fue entre media hora y 45 minutos de gritos provenientes de esa casa, todos de esa misma mujer. Al poco tiempo de iniciado este griterío, pude darme cuenta de que le hablaba especialmente a otra persona del sexo femenino, que yo asumí que era su hija, a quién le decía, cosas como “inútil de mierda”, “conchuda”, “estúpida”, “idiota”, entre otras perlas, como carajos, mierdas y puta madres hasta para regalar.

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Casi finalizando el desagradable episodio, escuché a la mujer en cuestión exigirle a grito pelado a esta otra persona que sacara algo o le mostrara algo. La otra persona no le respondía, o si lo hacía no se escuchaba. Vale aclarar que la distancia entre las casas es relativamente grande. Hay que gritar mucho para que se escuche a la casa vecina, así que lo normal es que no se escuche la respuesta.

Al parecer la otra persona no “sacaba” o no “enseñaba” lo que quería la mujer de los gritos, por lo que exigía cada vez con más fuerza y de forma más imponente y con más volumen de voz y sí, con más insultos y palabrotas.

De pronto, la mujer de los gritos perdió la paciencia y se escuchó como un movimiento violento de cosas. Entonces finalmente pude escuchar a la otra persona. En realidad no es que haya dicho nada, pues lo que se oyó no fueron palabras, sino un lloriqueo… el lloriqueo de una niña de unos 6 o 7 años como máximo.

Vaya, pues por el tono de los gritos, por el hecho de haberla llamado “conchuda”, por las lisuras y palabrotas, yo habría jurado que esta mujer estaba peleando con una hija adolescente o con una joven, pero no, era una niña.

La pregunta del millón: ¿hay alguien que realmente crea que esto le enseñó algo positivo a esa niñita?

Bueno, la respuesta ya la sé: sí, hay muchas personas que creen que esa es una buena forma de educar a una niña, y muchas de esas personas han sufrido cosas similares de sus propios padres, y lo justifican diciendo cosas como “yo soy una persona de bien, no he quedado traumada ni nada, [por tanto mis papás hicieron muy bien en lisurearme, insultarme y masacrarme]”.

En este caso, nosotros preferimos la evidencia científica a lo que pueda decir alguien particular acerca de su vida privada. Y la evidencia, desde hace ya décadas, muestra una y otra vez otra cosa muy diferente.

Menos mal que es la primera vez que escucho este tipo de griteríos en el consultorio. Si ha sido un acto aislado, estoy 99% seguro de que esa pobre niña nunca en su vida se va a olvidar de la interminable recatafila de palabrotas que salió de la boca de esta mujer. Si el cerebro de esta niñita ve que es mejor ocultar o encubrir el terror y lo impensable que sufrió en ese momento, y que yo pude percibir desde mi escritorio, tal vez más adelante escriba por ahí en alguna red social: “yo no estoy traumada ni nada, [estuvo genial que me gritaran conchuda, imbécil, inútil de mierda, etcétera, etcétera, etcétera]”.

Pero vamos, ¿tú qué harías si alguien te habla así? Exceptuando a las personas que se han unido a una pareja maltratadora, supongo que harían algo. De no poder hacer nada, la humillación y el daño experimentado tendría que traerles alguna consecuencia. De poder hacer algo, responderían, de una u otra forma. Es más, tal vez incluso se defenderían o atacarían. Pues bien, esta niña fue humillada ¡45 minutos SIN PODER DEFENDERSE! Algo de empatía: ¿qué sentirías en su lugar? No como hija, porque eso trae un montón de justificaciones, sino como persona, como ser humano.

Bueno, igual cada quién se responderá a su modo. Si quieres seguir leyendo sobre este tema puedes ir a este enlace:

http://blog.pucp.edu.pe/blog/diego-fernandez-castillo/tag/maltrato-psicologico/

 

Salud por los golpes que me diste / más me pegas más te quiero

Viendo mi sección de noticias en Facebook me encontré con este “chiste”:

La risa, el chiste, tiene muchas funciones en la vida de las personas. Muchas son funciones netamente saludables y positivas, otras no lo son tanto. Una de ellas es la de defendernos de aquello que nos duele o nos angustia, convirtiendo lo doloroso o angustiante en algo gracioso. De esa forma, la experiencia es más llevadera.

Un ejemplo de ello es cuando vas al cine a ver una película de terror. Después de cada buen susto podrás escuchar a algunas personas del público que se ríen o empiezan a bromear. De esa forma trivializan la película y la historia terrible que se está contando y la convierten en un juego, en una seguidilla de chistes.

¡Asu mare!

Aquí en el Perú un actor conocido, llamado Carlos Alcántara, montó un show de comedia, creo que le llaman también “stand up comedy” titulado “¡Asu mare!” (de ahí salió la película del mismo nombre). Yo no asistí a ninguna de esas presentaciones, pero algo leí sobre ello y también luego vi algún vídeo en Youtube. Buena parte de ese espectáculo era para hacer gracia de cómo la madre del protagonista lo golpeaba y maltrataba cuando era niño, para disciplinarlo. Todo contado de forma graciosa y nostálgica.

Nótese a la mamá detrás con la escoba.

A mí, personalmente (no tiene que ser así para todos, ni mucho menos), no me da risa. Debe ser porque trabajo en salud mental y estoy expuesto (como testigo) día a día al maltrato físico y al maltrato psicológico. Los niños y adolescentes que experimentan esto no me lo cuentan riéndose. Muchas veces más bien es al revés. Felizmente también hay muchos papás responsables que buscan encontrar una forma más saludable de criar a sus hijos, lo que es una forma también de buscar superarse a sí mismos, de avanzar, de crecer y de ser mejores personas día a día.

Dos posibles vías para los hijos maltratados

Una persona que ha sido golpeada por sus papás o maltratada psicológicamente tiene, al menos, dos formas de llevar su adultez:

1) Reaccionando ante el dolor de haber sido maltratado por sus propios padres haciendo precisamente lo contrario: “no quiero que mis hijos pasen por lo que yo pasé”. Muchas de estas personas, cuando son papás, se convierten en la antítesis de sus propios padres, papás que sobreprotegen, faltos de autoridad y que lamentablemente pueden criar niños tiranos.

Curiosamente muchas personas echan la culpa de la proliferación de niños tiranos a la falta de golpes, cuando visto así en global es todo lo contrario. Los golpes pueden crear niños tiranos al crear padres temerosos de ejercer autoridad.

2) La segunda forma sería: reaccionando ante el dolor de haber sido maltratado por sus propios padres encontrando la forma de validar el maltrato, de darle un sentido. De ahí sale el “me lo merecía”, “la educación antigua es la mejor” y de ahí también salen este tipo de chistes. Es una forma de anular el dolor y el resentimiento aliándose con los abusadores porque peor es sentir odio por ellos, pues resulta que son los papás. Estas personas, cuando son papás, tienen muchas posibilidades de repetir el maltrato y el abuso con sus propios hijos, pues ya lo tienen validado como estrategia de crianza.

A muchos les gustará este meme, o estarán de acuerdo con él, o se reirán. A mí no me gusta, no me provoca ninguna sonrisa y, si hay alguna idea seria detrás, no estoy de acuerdo con ella. ¿Por qué? Porque, para empezar, agarrar a cachetadas a los hijos es un delito y no se puede estar a favor del incumplimiento de la ley y pretender vivir bien en comunidad.

Por otro lado, si golpeamos o insultamos a nuestros hijos estamos cometiendo actos delictivos contra ellos y por ende les estamos enseñando también a zurrarse en las normas y en la ley (contradictorio, ¿no?).

Negando la evidencia

Decía que el maltrato físico es un delito, y esto es así en todos los países civilizados de este planeta. Y es así no porque a cuatro psicólogos se les haya ocurrido, sino porque durante décadas, los estudios científicos correspondientes han demostrado que golpear e insultar hace daño a los niños y adolescentes. No es por gusto que las sociedades han penalizado esta costumbre, no es capricho ni coincidencia, es porque hay evidencias.

Por ejemplo, ahora hay evidencia de que la Tierra no es plana, como se creía siglos atrás. Afirmar que la tierra es plana ahora, en el 2015, sería un sinsentido total. Es fácil porque es un hecho externo a nosotros.

Pues bien, también hay evidencia de sobra que apunta a lo dañino del maltrato físico y psicológico. Pero a diferencia de la forma de la Tierra, este tema es algo que tiene que ver con nuestras vidas, con nuestros recuerdos, con nuestros padres, con nuestros hijos y con nuestras experiencias más dolorosas.

Es por eso que todavía hay personas que defienden este delito y lo cometen, de vez en cuando o día tras día, convirtiendo en víctimas a sus propios hijos. Luego esos niños, ahora adultos, tal vez se rían de cómo los victimizaron años atrás, perpetuando así la violencia, la ley de la selva y el dominio de la fuerza bruta.

 

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“Salud por los golpes que me diste / más me pegas más te quiero” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Perder a un hijo recién nacido

Perder a un hijo recién nacido representa una experiencia muy dura para los papás. A diferencia de otras pérdidas humanas, esta es la pérdida de alguien esperado durante meses o años, a quien de alguna forma las circunstancias niegan la posibilidad de vivir, al comienzo mismo de su existencia.

El hecho de esperar a esta nueva criatura y todo lo que su concepción y nacimiento genera en los papás le da a este tipo de pérdida un matiz muy especial. Esto lo podemos ver incluso en muchas especies animales, empezando por cómo defienden a su prole, cómo arman sus nidos y cómo notablemente su vida cambia y gira en torno al nacimiento.

Entonces, cuando sobreviene la pérdida, incluso los animales se encuentran de pronto en una situación que los enfrenta a un vacío enorme, donde toda su espera, todos sus preparativos, toda su abnegación, todas las energías, el tiempo y el afecto que se dedicó de pronto terminan con la pérdida, con el estar de pronto nuevamente solos, los mismos que estaban antes de la espera.

Los animales reaccionan de formas sorprendentes ante la pérdida de sus crías. Siempre recuerdo una madrugada que muy cerca de la ventana de mi casa, un gato asaltó el nido que una pareja de palomas había hecho, con sus dos pichones ya nacidos. La paloma adulta huyó inmediatamente, lo que conllevó a la muerte de los pichones. Yo acudí a mirar y vi el nido vacío. A los pocos segundos, en plena madrugada, escuché a la paloma cantar a lo lejos, en el parque. Fue una escena muy triste que de alguna forma me hizo pensar en esto. Yo, que fui testigo durante semanas del apareamiento, de la construcción del nido, del cuidado de los huevos, de la eclosión, de la alimentación pico a pico, días, semanas de cuidados y esperas, de pronto, también pude ver cómo todo ello finalizaba con un nido vacío en medio de la noche.

Los seres humanos también estamos expuestos a este tipo de pérdidas, y las experimentamos de una forma probablemente similar al comienzo. Después, la experiencia es completamente humana. Vendría lo que conocemos como “duelo”.

El duelo

El duelo es un proceso depresivo natural frente a la pérdida de un ser amado o de un objeto importante. La persona entra en un proceso depresivo asociado con la pérdida: siente tristeza, culpa, rabia, se siente vacía, llora, se siente sin fuerzas, duerme en demasía o muy poco, come mucho o muy poco, está irritable o afectada por cosas que antes no le afectaban tanto, etcétera.

La pérdida de un hijo recién nacido trae uno de los procesos de duelo más duros y difíciles a los que el ser humano se tiene que enfrentar a lo largo de su vida, y también lo enfrenta a situaciones particulares. Por ejemplo, este proceso de duelo puede involucrar a la pareja de papás. El vacío es tan grande y doloroso que muchas parejas sienten el deseo de llenarlo o curarlo concibiendo otro bebé que, de alguna forma, reemplace al bebé perdido.

Si esta pareja tiene hijos anteriores en crianza (niños o adolescentes), ellos se verán afectados también, no solo por la pérdida de su hermanito, sino también por el proceso doloroso por el que están pasando sus padres, que son para ellos las personas más importantes de su vida y las encargadas de mantenerlos vivos.

El duelo: un proceso natural que tiene un final

Los procesos de duelo son superables. De forma natural las personas se sobreponen a la pérdida, le dan un sentido a la experiencia, se terminan de despedir del ser amado y cierran el proceso para continuar con su vida. Debido a que corporalmente la mamá ha vivido más cerca todo el proceso, desde la concepción hasta la muerte, es probable que a ella le tome más tiempo reponerse. Esto también sería comprensible.

No es que haya un tiempo fijo para considerar un duelo como normal. Esto dependerá de la persona y de lo que implica su pérdida. Se suele hablar, en casos de pérdidas importantes para la persona, de etapas depresivas normales de medio año aproximadamente. Sin embargo, fácilmente se puede comprender que en el caso de la pérdida de un hijo recién nacido, este proceso pueda extenderse, especialmente para la mamá.

Evitar el clavo que saca otro clavo

No sería recomendable buscar concebir nuevamente antes de una real superación de la pérdida. Esto, salvando las enormes distancias, vendría a ser algo así como cuando algunas personas, frente al rompimiento con la pareja, buscan inmediatamente a otra para llenar el vacío y no enfrentar su tristeza, sus sentimientos de culpa o su rabia. A esto popularmente se le conoce como “el clavo que saca otro clavo”. No es recomendable. Es mejor que un hijo venga al mundo deseado por sí mismo, por lo que él será, no porque tenga que “salvar” a sus padres de la depresión (que dicho sea de paso, encima, no funcionará). Un bebé tendría que venir al mundo con unos papás fuertes que lo sostengan, no para sostener a unos papás que se encuentran débiles y que dependen de él. Esto, como se puede ver, invierte el orden natural de las cosas y traería consecuencias.

Es mejor que los papás que han sufrido este tipo de pérdida superen física y emocionalmente la pérdida de su bebé antes de intentar concebir de nuevo. Mientras tanto hay que protegerse para que esto suceda en el momento adecuado.

¿Cuándo buscar ayuda profesional?

Los papás que han sufrido esta pérdida podrían pensar en acudir a apoyo profesional en dos casos: cuando, a pesar de haber transcurrido poco tiempo de la muerte del bebé, los sentimientos son tan duros y tan insoportables que realmente se ve que lo saludable sería dedicar un espacio y un tiempo para trabajar este tema con un especialista, especialmente cuando la situación empieza a incapacitar a la persona en otras áreas de su vida. No es necesario que con la excusa de que “es normal sentirse así”, una persona tenga que soportar un dolor tan grande. Esto también incluye aquellas situaciones en las se empiezan a generar otros síntomas que evidentemente necesitan atención, como ataques de pánico o de ansiedad en general, violencia o agresiones, ideas de suicidio, alucinaciones o ideas extrañas, etcétera.

La segunda situación en la que los papás podrían pensar en buscar apoyo profesional es cuando se considera que ya ha pasado mucho tiempo y no se ve un final del proceso de duelo. Si ya ha pasado, por ejemplo, un año y la mamá o el papá siguen sintiéndose heridos por la pérdida de su bebé, sí ya se estaría sobrepasando el duelo saludable o tal vez ya se habría sobrepasado. Sería necesario recurrir cuanto antes a un espacio de salud emocional que permita cerrar este proceso de forma armoniosa y natural.

Estas consideraciones habría que tomarlas más en cuenta aun cuando la pareja tiene niños o adolescentes. Estos hijos, al estar vivos, necesitan de sus papás y son emocionalmente tan frágiles como esos pichones que mencioné antes. Si la crianza se empieza a ver alterada en demasía, la vida de estos hijos se puede ver muy afectada. ¡Cuántas veces no habré recibido pacientes niños o adolescentes aquejados en gran medida por la depresión de su mamá o de su papá!

Una mamá deprimida o un papá deprimido podría no tener ganas ni fuerzas para pasar momentos con sus hijos, paciencia para formarlos, entereza para no maltratarlos, son más fáciles de irritar, de desear golpear o de caer en el insulto o en la descalificación, también estando deprimido es más fácil ser negligente, tirar al abandono a los chicos. Por su parte, los papás que son especialistas en la simulación, en ocultar sus sentimientos, expondrán a sus hijos a experiencias falsas y muchos de ellos en el fondo se darán cuenta de que su papá o su mamá en realidad esconde cosas.

Por eso, en estos casos, es mejor resolver la pérdida para que el bebé fallecido deje en algún momento de ser la prioridad en la mente de sus papás y así estos puedan centrarse en los hijos que tienen, que están vivos y que los están esperando.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Perder a un hijo recién nacido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Papás que insultan a sus hijos

En la cabeza de los niños y adolescentes, está indefectiblemente grabado, por naturaleza, que papá y mamá son quienes los mantienen vivos, que son aquellos que los cuidan, que los alimentan, que los forman para la vida adulta, que son los adultos que los crían.

Cuando un papá es negligente, golpea o abusa sexualmente de su hijo, este supuesto biológico se rompe, la vida del menor entra en un estado terrible y generalizado de indefensión, el mundo se torna horriblemente amenazante, pues no está más ese papá que protege a su cría, que le da lo necesario para que se logre, sino que se ha convertido en el victimario, en quien más bien lo daña, lo usa o lo destruye.

Los insultos: una cuarta forma de corromper la crianza

Mencioné negligencia, maltrato físico y abuso sexual. Hay una cuarta acción que genera los mismos efectos: el maltrato psicológico, y en particular, los insultos.

Si un amigo o amiga insulta a un niño o adolescente, éste se defenderá, se reirá, contraatacará, irá a la chacota o a la broma. En todo caso, queda claro que el niño o adolescente podría defenderse o podría no tomarlo tan en serio. Lo mismo sucede más o menos con los primos o los hermanos.

Sin embargo, cuando es el papá o la mamá quien le dice  “estúpido”, “huevón”, “imbécil”, “idiota”, “cojudo” o cuantas más perlas puedan ocurrírsenos, algo muy distinto sucede. Esa sola palabra resulta tan dolorosa, tan humillante, tan devastadora para la autoestima del menor, que muchos chicos cuando hablan de ello afirman que prefieren los golpes.

Si estas palabras se repiten sistemáticamente, el daño es gigantesco, ya que este papá o mamá, no es que sea indiferente ante los logros de su hijo, no es que no vea lo bueno que es, no es que desapruebe o critique, sino que directamente está destruyendo la autoestima de su hijo, pues es su propio padre o madre quien lo señala y le dice lo inútil, lo imbécil, lo bueno para nada que es; sí, su papá o su mamá, quien supuestamente lo cría, lo protege y lo forma para la adultez. Si había alguien en el mundo en quien se podía confiar, justamente habría sido él o ella. Démonos cuenta del contrasentido, de la ruptura del orden natural de las cosas.

Por supuesto, demás está decir que, a diferencia de lo que pasa con los amigos, los primos o los hermanos, aquí el niño o adolescente no puede defenderse y no hay forma de que no le dé importancia al ataque, no hay forma de que no lo sienta, de que no lo destruya poco a poco.

Por eso, en general, se recomienda desterrar estas palabras del vocabulario en el trato con los hijos. Es mejor no usarlas, no sólo para evitar agredirlos con ellas, si no para que ellos no escuchen cómo sus padres las utilizan para agredir a otras personas o para hablar mal a sus espaldas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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“Papás que insultan a sus hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Estrés crónico y muerte neuronal

El estrés crónico en el niño pequeño le provoca pérdida de neuronas, especialmente en un área del encéfalo llamada hipocampo. Ésta área tiene varias funciones; por ejemplo, juega un papel importante en los procesos de memoria.

Cortisol, hormona del estrés

¿Por qué sucede esto? Se ha visto que el estrés provoca que el organismo libere una hormona llamada cortisol. La segregación excesiva de esta hormona es la que provoca la pérdida de neuronas debido a los cambios fisiológicos que genera en el organismo.

Niños sobre exigidos

Así que es importante pensar qué pasa con los niños a los que desde muy pequeños se les somete a situaciones excesivamente demandantes, por ejemplo, académicas o de rendimiento, o a situaciones no recomendadas o no deseadas, como trabajo infantil, cuidado de hermanos pequeños, hacinamiento, falta de recursos básicos, falta de sueño, o a situaciones de maltrato físico o psicológico o a experiencias de abuso sexual.

Por ejemplo, si usted es padre o madre y cree que por someter a sus hijos a una sobre exigencia les van a enseñar a ser mejores, se le sugiere tomar en cuenta la posibilidad de que su comportamiento pueda estar provocando precisamente el efecto contrario, afectando y dañando físicamente su sistema nervioso, del que depende todo su rendimiento presente y futuro en toda actividad que vaya a realizar.

El punto medio entre la sobre exigencia y la irresponsabilidad

Pero cuidado, estamos hablando de una “sobre exigencia”. No estamos hablando de exigir lo necesario. Aquí es importante que los papás sepan diferenciar en qué momento las exigencias para con sus hijos pasan a ser excesivas o cuando más bien son muy bajas. Si hay dudas o desacuerdos al respecto, es necesario consultar con profesionales, absolverlas y aplicar las recomendaciones.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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Premios y castigos

Ilustración: Lucía Fernández

Hay un texto llamado “Principios de aprendizaje y conducta” en el que se afirma: “tanto la sabiduría popular como la evidencia experimental nos dice que el reforzamiento inmediato es preferible al demorado”.

Lo que escribe el autor se basa en muchos años de investigación científica y significa que mientras más rápido reforcemos o castiguemos una conducta, más efectivo será el reforzador o el castigo. Por el contrario, mientras más nos demoremos en reforzar o castigar, menos eficaz será dicho reforzador o dicho castigo.

Esto puede conllevar cierto interés para los papás, los maestros y toda figura de autoridad que deba mantener disciplina en niños y adolescentes. En general, esto compete a toda actividad en la que alguien desee que otro realice determinados comportamientos y no otros; por ejemplo, una empresa que desea incentivar a su personal. Pero aquí nos ocuparemos sólo de lo concerniente a la relación padres hijos.

El regalo de Navidad como premio

Una forma muy recurrente de intentar que los niños o adolescentes se porten bien o saquen mejores calificaciones es la del premio demorado para determinada fecha, que puede ser el cumpleaños, Navidad o vacaciones de verano.

Los papás suelen decirles a sus hijos: “si sacas buena nota, te regalo eso que me has pedido para Navidad”. Los hijos suelen aceptar, a veces entusiasmados. Sin embargo, este tipo de premio no resulta tan efectivo y muchas veces sencillamente no funciona. Esto se debe a lo que hemos dicho anteriormente: el premio está excesivamente demorado; pasa demasiado tiempo. El niño o adolescente no ve un efecto positivo inmediato a su esfuerzo, sino que tiene que esperar varias semanas o meses antes de ver el efecto deseado. Por tanto, no aprende que estudiar trae consecuencias lo suficientemente buenas.

Podríamos agregar, además, que no es recomendable utilizar premios materiales como juguetes, bicicletas, golosinas, consolas de juegos de vídeo, dinero, etcétera, como formas de incentivar a los hijos que guarden disciplina o que obtengan buenas calificaciones. Pero si a esto se le agrega que el premio es demorado, nuestra acción será doblemente inefectiva.

El castigo del fin de semana, de las vacaciones o el castigo de larga duración

De la misma forma que los premios, incentivos o reforzadores, los castigos también funcionan de la misma forma. Muchas veces un niño o adolescente llega con una mala nota, con una llamada de atención disciplinaria o se ha portado mal en casa, y los papás recurren a castigos inefectivos (pero muchas veces muy dolorosos) como:

“Ahora ya no irás al paseo del fin de semana”.
“Ahora te quedarás en casa en las vacaciones” o “ahora ya no harás fútbol en vacaciones”.
“No ves televisión por dos semanas” o, peor aún, “no sales en dos semanas” (o un mes o hasta dos meses).

Nuevamente, estos castigos que conllevan tanto tiempo en darse o que duran tanto, pueden infligir sufrimiento en el niño o adolescente, pero al final, el menor no habrá aprendido nada, debido a que no habrá registrado realmente que su acción haya originado un efecto negativo, dado que el efecto está demasiado diferido o demorado. Más bien lo que probablemente sentirá con mayor fuerza es que sus papás lo maltratan o que son malos.

Rapidez

Los reforzadores y castigos deben darse lo más pronto posible luego de la acción positiva o negativa del niño o adolescente. Mientras más tiempo pase, el niño o adolescente aprenderá menos. Además deben ser consecuencias de duración limitada. Mientras más dure el castigo o el premio, más pronto se le olvidará al menor que está siendo castigado o premiado por tal cosa que hizo.

Por ejemplo, si le va a quitar la televisión a su hijo, quítesela el mismo día que se portó mal. De repente, máximo, hasta el día siguiente, pero ya no más.

Por su lado, si busca reforzar una buena conducta o una buena nota, dele sus felicitaciones en ese mismo momento o saque provecho de lo que ha obtenido inmediatamente. Por ejemplo, si acabó de hacer un trabajo o una tarea, pueden ahora sí salir a tal sitio que deseaban o pasar determinado tiempo de placer ya sin la preocupación del deber pendiente.

Finalmente, habría que pensar también en que no todos los castigos y los premios son adecuados, por más rápido que se presenten. Ya mencioné que no se recomienda premiar con objetos materiales, especialmente lo relativo a los estudios. Tampoco se recomienda castigar, por ejemplo, privando de comida, encerrando a los menores en su habitación, golpeando o insultando. En el futuro intentaremos ahondar en este tema.

Referencia

Domjam, M. (2007). Principios de aprendizaje y conducta. Madrid: Thomson. Página 146.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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El horror de maltratar a nuestros hijos

Diego Fernández Castillo

Dañar o agredir a la prole cuando aún no ha completado su desarrollo hacia la adultez es una práctica que casi se encuentra sólo en el ser humano. Cuando se ven casos de agresión de padres a hijos en otras especies, generalmente se encuentran razones que permiten entender que finalmente la naturaleza opera según un orden, a veces cruel, pero fácilmente comprensible. En el caso del ser humano esto es más complicado, ya que las razones que encontramos nos remiten directamente a la psicopatología y no a un orden natural.

Aquí sólo voy a tratar de poner énfasis en un sólo punto ligado al maltrato que pueden sufrir los niños y adolescentes por parte de sus padres. Éste punto tiene que ver con el rompimiento de un orden natural para ceder a una humanidad trastocada por la enfermedad y por el horror que no debería ser.

Se supone que en la generalidad de animales superiores, como lo es el ser humano, el padre y/o la madre, son sujetos que no sólo traen al mundo a su criatura, sino que justamente son llamadas por su propia naturaleza a cuidarla, protegerla, alimentarla y prepararla para la adultez.

Cuando se trata del maltrato físico o psicológico de parte de los padres a sus propios hijos es necesario comprender que en dichas situaciones se quiebran, se destruyen estos supuestos naturales, especialmente el que llama a cualquier padre (hasta a la madre de un perro o del ganado) a proteger a su criatura.

Diego Fernández Castillo

Cuando un padre o una madre empieza a golpear, a insultar, a humillar a su hijo o hija, a abusar de él o ella, en la mente de ese niño o niña se está destruyendo ese supuesto. Su padre o su madre se transforma dolorosamente, incomprensiblemente, de la figura que supuestamente debería protegerla, a la figura que utiliza su poder para hacerle daño. El orden de las cosas se trastoca, la vida se convierte en una amenaza, el amor se mezcla con el odio y el resentimiento, se empieza a crecer con la certeza insana de que la amenaza más cercana, de que el daño más probable que podamos recibir, proviene de nuestros propios padres y de que nadie puede protegernos de eso como lo podría hacer justamente el papá o la mamá de cualquier animal.

Esta es sólo una de las muchas razones por las que es necesario desterrar de los hogares la práctica de maltratar física o psicológicamente a los hijos. En futuras entradas desarrollaremos más de estas razones.

Diego Fernández Castillo

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“El horror de maltratar a nuestros hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Un día de descanso, un día invalorable

Ilustración: Lucía Fernández

Hace poco vi un anuncio publicitario en un periódico que me chocó de primera instancia. Se anunciaba un modelo de camioneta “para cubrir todas las necesidades de tu empresa”. El anuncio ponía arriba, muy visiblemente lo siguiente:

“UN DÍA DE DESCANSO, ES UN DÍA PERDIDO”

Debajo de semejante sentencia aparecían dos de las camionetas y al costado un modelo haciéndola de empresario de saco y corbata mirando al lector con rostro solemne.

Lo poco que sé de publicidad me recuerda que los anuncios nos presentan un mundo deseado pero que no es real. Por ejemplo, un detergente que hace magia o un desodorante para hombres que hace que supermodelos caigan a los pies de quien lo usa. La publicidad utiliza esas ilusiones para recordarnos nuestros deseos y necesidades y vendernos u ofrecernos sus productos o servicios.

Ahora bien, para un mundo empresarial puede ser verdad que se desea el máximo de productividad, la máxima ganancia, el día de 36 horas y la semana de 8 días. En parte, por ahí se puede entender la sentencia “un día de descanso, es un día perdido”; no es nada grave, es como decir que si un hombre destapa un par de cervezas aparecerán dos chicas a cada lado. Lo grave se puede dar cuando efectivamente, queriéndolo o no, funciona esta idea, fuera del anuncio, en la vida real y cotidiana de muchos hombres y mujeres. Veamos algunas áreas que pueden verse afectadas por esto.

El encuentro con uno mismo

El no tener un día, un tiempo, un espacio para uno mismo, puede traer muchas consecuencias; una de ellas es que la persona se desconecta de sí misma, no tiene tiempo para pensar en ella, en su vida, en sus deseos, en sus fantasías, en sus placeres y en aquello que lo hace sentir mal o le preocupa. Es así que si hay algún problema personal o dificultad, la persona no podrá resolverlo, pues no tendrá un momento para darle la atención necesaria, trayendo como consecuencia que la dificultad se perpetúe, evolucione o, en el peor de los casos, se agrave.

Lo dicho anteriormente no se limita al plano psicológico; también alcanza a la salud física. Esto lo podemos entender desde el momento en que utilizamos la palabra “descanso”, donde el cansancio se entiende, en un primer momento, como un fenómeno físico. Si no paramos un momento, si no nos damos un tiempo regularmente, más allá de las horas de sueño, nuestra salud física se verá deteriorada y tendremos más probabilidades de que tarde o temprano aparezcan enfermedades o afecciones dolorosas y lamentables.

El encuentro con nuestros seres queridos

No parar más que para dormir lo básico también nos deja solos. Nos quedamos sin amigos, sólo con contactos, sombras de viejas amistades. Nos quedamos sin la familia extensa, a la que no tenemos tiempo de ver más que en los compromisos. Se pierde toda posibilidad de hacer algo sorpresivo y refrescante, aquello que une más a las personas, un sorpresivo fin de semana fuera de la ciudad, una noche de diversión, una inesperada salida al cine, al bar, al teatro, al concierto o al club.

El combustible para la pareja

La pareja hundida en la rutina laboral y doméstica también puede verse afectada. Se pierde la sensación de complicidad de los años previos a la convivencia, se pierde la pasión que se alimenta de lo inesperado (muchas mujeres sabrían de esto, especialmente a aquellas que les gustan los “detalles”). Esto se agrava si hay conflictos domésticos sin resolver. La relación se vuelve, más que una vida de pareja, una sociedad conyugal fría en constante tensión.

Preguntémonos cuán placentero sería darse un tiempo a solas con la pareja, como aquellos momentos de pareja que disfrutan los jóvenes despreocupados. Ahora preguntémonos cuántas veces se dan casos de infidelidad por asuntos como “no me prestaba atención”, “me sentía sola”, “¡siempre llegaba tan tarde!”, “siempre estaba trabajando”, “no quería que la tocara”, “siempre le dolía la cabeza”, “siempre estaba preocupada”, “ya casi no nos veíamos”, y demás.

Unos hijos con padres que existen

Tener a papá y/o a mamá trabajando siempre y durmiendo cuando están en casa tiene un nombre: se llama tener un papá o mamá ausente. Como diría la canción de Franco de Vita, “no basta” con la manutención para ser padres efectivos. Los niños necesitan jugar con sus papás, necesitan divertirse con ellos, ser sorprendidos por ellos, tener oportunidad de admirarlos y de aprender de ellos, y eso sólo se logra en los tiempos de descanso de los padres. Creo que ningún papá podría hacer nada de esto con sus hijos mientras trabaja, y si lo hiciese me sonaría a falsificación o, en todo caso, a aprendizaje de oficio de los niños más que de disfrutar de ocio con los papás; y esto los niños lo sienten y lo resienten.

Más allá del déficit que trae el hecho de tener papás ausentes, se puede hablar también de riesgos más concretos. Si papá y/o mamá no tienen tiempo para ociosear con sus hijos, estos quedarán expuestos más fácilmente a una serie de situaciones que van desde el acoso escolar no comunicado por falta de confianza, hasta el abuso sexual de personas que se aprovechan de la ausencia de los padres, pasando por un sinnúmero de situaciones peligrosas, como exposición a drogas, “malas amistades”, delincuencia, accidentes, crianza cuestionable de terceros, maltrato físico y psicológico, y un extenso etcétera. La ausencia de los papás puede derivar incluso en la muerte de su hijo o hija, sea accidental, provocada o autoprovocada, como se da en los casos de suicidio de menores.

Ilustración: Lucía Fernández

El ocio con los niños o adolescentes permite alimentar la confianza, el diálogo, puede permitir al padre o madre darse cuenta del estado de ánimo de su hijo o hija, puede permitir que ellos les cuenten a sus padres aquello que les preocupa o que les hace sentir mal, detectando así amenazas, muchas veces antes de que estas se realicen. Y lo más importante, permite disfrutar con ellos.

El invalorable día de descanso

¿De verdad un día de descanso es un día perdido? No lo creo. Es posiblemente el día más valioso de la semana, es el día en que podemos saborear el fruto de lo que hemos trabajado el resto de días, es el día que nos salva del “vivir para trabajar” y que nos permite “trabajar para vivir”. Es verdad, lamentablemente, que muchas veces la situación real de las personas adultas hace que el descanso sea casi una utopía, pero es importante intentarlo, hacer lo posible para atender esas otras áreas de nuestras vidas que pueden sentirse tan abandonadas.

Para los que tienen la suerte de poder descansar, háganlo, sin culpas, pensando que es una necesidad básica. Si hay hijos, es necesario luchar para organizarse y darse también momentos en pareja o para uno y sus otros seres queridos (amigos, familia). Hay que intentar no exponer a los niños a tener unos padres que se sienten obligados a sólo descansar para sus hijos. Los niños se dan cuenta de esto y pueden sentirse culpables o pueden sentir que tienen el control de los papás, lo que no es lo más saludable. En fin, pensemos que hasta Dios, en la tradición judeocristiana, descansó el séptimo día, y no sólo descansó sino que “lo bendijo y lo hizo santo”.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Un día de descanso, un día invalorable” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.