Es difícil orar si no se sabe orar, pero hemos de ayudarnos. El primer paso
es el silencio. No podemos ponernos directamente ante Dios si no practicamos
el silencio interior y exterior.

El silencio interior es muy difícil de conseguir, pero hay que hacer el
esfuerzo. En silencio, encontraremos nueva energía y una unión verdadera.
Tendremos la energía de Dios para hacer bien todas las cosas, así como la
unidad de nuestros pensamientos con Sus pensamientos, de nuestras oraciones
con Sus oraciones, la unidad de nuestros actos con Sus actos, de nuestra
vida con Su vida. La unidad es el fruto de la oración, de la humildad, del
amor.

Dios nos habla en el silencio del corazón. Si estás frente a Dios en oración
y silencio, Él te hablará; entonces, sabrás que no eres nada. Y sólo cuando
comprendemos nuestra nada, nuestra vacuidad, Dios puede llenarnos de Sí
mismo. Las almas de oración son almas de gran silencio.

El silencio nos da una nueva perspectiva acerca de todas las cosas.
Necesitamos silencio para llegar a las almas. Lo esencial no es lo que
decimos, sino lo que Dios nos dice y lo que dice a través de nosotros. En
ese silencio, Él nos escucha; en ese silencio, Él le habla al alma y, en el
silencio, escuchamos Su voz.

Escucha en silencio, porque si tu corazón está lleno de otras cosas, no
podrás oír su voz. Ahora bien, cuando le hayas escuchado en la quietud de tu
corazón, entonces tu corazón estará lleno de Él. Para esto, se necesita
mucho sacrificio y, si realmente queremos y deseamos orar, hemos de estar
dispuestos a hacerlo ahora. Estos sólo son los primeros pasos hacia la
oración, pero si no nos decidimos a dar el primero con determinación, nunca
llegaremos al último: la presencia de Dios.

Las personas contemplativas y los ascetas de todos los tiempos y religiones
han buscado a Dios en el silencio y la soledad de los desiertos, selvas y
montañas. El propio Jesús pasó cuarenta días en el desierto y en las
montañas comulgando durante largas horas con su Padre en el silencio de la
noche.

Nosotros también estamos llamados a retirarnos cada cierto tiempo para
entrar en el silencio y la soledad más profunda con Dios; juntos, como
comunidad, o también individualmente, como personas, para estar a solas con
Él, alejados de nuestros libros, pensamientos y recuerdos, totalmente
despojados de todo, para vivir amorosamente en Su presencia, silenciosos,
vacíos, expectantes, inmóviles.

A Dios no lo podemos encontrar en medio del ruido y la agitación. En la
naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en silencio; las
estrellas, la luna y el sol se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que
decimos, sino lo que Dios nos dice a nosotros o lo que dice a través de
nosotros. En el silencio, Él nos escucha; en el silencio, Él habla a
nuestras almas. En el silencio, se nos concede el privilegio de escuchar Su
voz.
Silencio de los ojos,
silencio de los oídos,
silencio de la boca,
silencio de la mente .
… en el silencio del corazón
Dios habla.

Es necesario el silencio del corazón para poder oír a Dios en todas partes,
en la puerta que se cierra, en la persona que nos necesita, en los pájaros
que cantan, en las flores, en los animales.

Si cuidamos el silencio, será fácil orar. En las historias y escritos, hay
demasiadas palabras, demasiada repetición. Nuestra vida de oración sufre
mucho, porque nuestro corazón no está en silencio.

La verdadera oración es unión con Dios, unión tan esencial como la de la vid
y los sarmientos, que es la imagen que nos ofrece Jesús en el evangelio de
san Juan. Necesitamos la oración; necesitamos que esa unión produzca buenos
frutos. Los frutos son lo que elaboramos con nuestras manos, ya sean
alimentos, ropas, dinero u otra cosa. Todo eso es el fruto de nuestra unión
con Dios. Necesitamos una vida de oración, de pobreza y de sacrificio para
hacerlo con amor.

Madre Teresa

Enviado por: RAUL MARTINEZ CHAVARRIA

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