Cuando pensamos en la perspectiva de Género nos referimos a las significaciones atribuidas al hecho de ser varón o ser mujer en cada cultura y en cada sujeto. Tal como lo plantea Mabel Burin (1998a), los Estudios de Género diferencian la noción de “sexo” de la de “género”. Mientras que el sexo queda determinado por la diferencia sexual en el cuerpo, el género se relaciona con los significados que cada sociedad le adjudica. Así entonces la noción de una base natural, esencial e invariable que subjetivizaría a varones y mujeres quedaría puesta en crisis. El concepto de sexo-género remite a una construcción social y familiar en el que se entretejen los modos de pensar, sentir y comportarse tanto de varones como mujeres. De esta manera, este concepto puede caracterizarse por los rasgos que siguen:
1. Es siempre relacional. O sea, siempre refiere a las relaciones entre el género femenino y el género masculino.
2. Es una construcción histórico-social. Esto implica que su producción es permanente, incesante y está pautada por el ritmo de los cambios en la sociedad. Las expectativas de género para mujeres y varones dentro de una determinada cultura se ha ido y se irá modificando a lo largo del tiempo. La noción de sexo-género es una usina productora de subjetividad a lo largo de la historia y en todas las sociedades.
3. El concepto de género no es una noción homogeneizante ni totalizadora. Si así se utilizara llevaría a equívocos que vedarían la comprensión de las diferencias específicas al interior del mismo género. Así, al referirnos al género, no deberán quedar excluidas variables tales como etnia, religión, clase social, nivel educativo y otras.
La conceptualización sobre el sistema sexo-género quedaría incompleta si no agregáramos otra de sus características primordiales: el sistema sexo-género es también un sistema de poder. La diferencia de género gestada en el seno de largos procesos histórico-sociales produce sucesiva y simultáneamente diferencias subsidiarias que irremediablemente han establecido desigualdades, jerarquías y hegemonías. La tarea de los Estudios de Género ha sido denunciar de qué manera la diferencia que fue introducida históricamente entre varones y mujeres ha sido invariablemente interpretada como una diferencia que de modo forzoso implica desigualdades. Los sistemas de dominador-dominado, fuerte-débil, sujeto-objeto indican posiciones desiguales sostenidas sobre la idea del Uno como el que ocupa un lugar jerárquico superior y la idea del Otro como figura desvalorizada e inferior. Desde esta lógica quien ocupa la posición del Uno estará siempre en el lugar de Sujeto mientras que el Otro permanecerá en la posición de Objeto. Los Estudios de Género han desechado la idea de que tales posicionamientos son formas invariables de constitución subjetiva, poniendo en evidencia el carácter histórico y social y, por lo tanto, dinámico, de estos modos de ser que han tendido a colocar a los varones en posición de Sujeto, mientras que las mujeres han sido relegadas a la posición Objeto. Este orden de género, el gran pilar sobre el que se ha montado el discurso tradicional, ha dejado marcas que, de acuerdo con cada sistema social y cultural, en cada momento histórico, conforman el esquema a partir del cual se generan nuevas subjetividades y mentalidades. De esta manera, los deseos, los modos de pensar y actuar de los sujetos son una suerte de archivo subjetivo en el que se dejan leer las marcas de este discurso tradicional.
Rosi Braidotti, en Sujetos Nómades (2000), introduce en su Estudios sobre el Género el concepto de una subjetividad a la que llama nómade, para lo cual recurre a un estilo de pensamiento figurativo. Dice Braidotti que el término figuración hace referencia a un pensar que expresa salidas y desvíos de la visión falocéntrica del sujeto. Es una subjetividad alternativa que desarrolla la posibilidad de elaborar nuevas formas de pensamiento e inventar nuevos marcos de organización subjetiva. El cambio en la sociedad actual, posmoderna y globalizada, la crisis de valores y la decadencia de los sistemas socio-simbólicos tradicionales basados en el Estado, la familia y la autoridad masculina, constituye para ella una apertura a nuevas posibilidades para la subjetivación. Dice que: “la misma condición histórica puede percibirse como negativa o positiva y ello depende de la posición que uno ocupe”. El sujeto nómade aparece allí como resultado de una intersección de ejes y posiciones (posmoderno, industrial o colonial, clase, raza, etnia, género, edad y otros). El sujeto nómade es aquel en el que se intersectan simultáneamente todos estos ejes diversificando de esta manera los procesos de subjetivación. La figura de nomadismo construida por la autora tiene el objetivo de indagar sobre la decadencia de las identidades estables, metafísicamente fijadas. El concepto de nomadismo que Braidotti construye involucra un tipo de conciencia crítica que se resiste a ser establecida en los modos socialmente codificados de pensamiento y conducta. Las hipótesis desplegadas siguen el camino abierto por la filosofía deleuziana, cuyos lineamientos básicos refutan la idea misma de centro y por consecuencia la noción de sitios originarios o de identidades auténticas y/o esencialistas. La filosofía de Deleuze (1990) ha constituido desde la década del setenta un asidero para los estudios de género, en la medida en que ha trabajado en la dirección de disolver los puntos de referencia fijos, sean estos normas culturales, sociales o sexuales.
Ser nómade, vivir en transición, no significa que uno se encuentre imposibilitado de crear bases estables para la subjetivación, proceso que en definitiva permite el desenvolvimiento de cada individuo en una comunidad. La conciencia nómade consiste en no adoptar ninguna identidad como permanente. La conceptualización que hace Braidotti arroja luz sobre un modo de pensamiento que parecía inamovible e inerte, y abre el campo para introducir y desarrollar más fácilmente la idea de una relación entre géneros que no debería estar apoyada en las desigualdades jerárquicas. Se tratará de un sistema donde unos y otros ocupen diferentes posiciones de modo más flexible y transicional, sin por ello perder su identidad de género.
Desde esta perspectiva, y ante los enormes cambios logrados por las mujeres a partir de mediados del siglo XX, los varones tradicionales, hegemónicos, potentes, proveedores, económicos e ideológicos, se transforman a la vez que dudan. Se han comenzado a resquebrajar las fronteras entre el espacio público y el ámbito privado o doméstico. Los límites entre uno y otro se han difuminado y el avance de las mujeres en los lugares antes reservados sólo para los varones, especialmente el de la política, impacta en la subjetividad masculina y habremos de encontrarlos también a ellos frente a nuevos escenarios y nuevos conflictos.
La masculinidad, ante este nuevo panorama, deberá ser repensada. Comparto con la Dra. María Lucero Jiménez(2007) la noción de “masculinidades” (subrayado mío), ya que “se ha avanzado en el estudio de los modelos a partir de los cuales los hombres aprenden a definirse como tales, sin que ello pueda asumirse de una manera única a lo largo de las distintas etapas de la vida, en distintos grupos y en contextos culturales diversos”. Ratifica esta hipótesis Marta Lucioni, quien en Pensar la violencia en los contextos de vida (2005) añade la noción de complejidad en el marco de los procesos de subjetivación masculina, dando por sentada la desaparición de los roles rígidos e inamovibles dentro del antiguo discurso tradicional. Finalmente, Irene Meler (2000) plantea que “será necesario tener en cuenta las nuevas relaciones de género para que las masculinidades contemporáneas encuentren los nuevos modos de subjetivarse como legítimos y propios”.

EXtracto tomado de: http://www.estudiosmasculinidades.buap.mx/num7/estereotipos.html, Estereotipos femeninos y masculinos en el mundo de la política por Silvia Kamien

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