Autor: Fernando Maestre

Lo prohibido tiene algo de particular y extraño. Siempre deseamos más aquello que es lo prohibido y que, de conseguirlo, deviene en algo malo y, sobre todo, culposo. Pero, si llevamos este dilema al campo de la pareja, comprenderemos que desear a la mujer del prójimo, por más prohibido que nos resulte, no deja de estar presente en las mentes de los varones. Esta hiperbólica tentación es la que nos hace concluir con la idea de que la manzana prohibida habrá de ser mejor que todo aquello que tenemos en casa o que nos acompaña como pareja. El problema de nuestra época es que el solo desear o pasar al acto se convierte para muchos en el estímulo para padecer un gran sentimiento de culpa, el cual no tiene pocos efectos.

La culpa, desde la época de Freud, es causa de muchas de las neurosis y angustias en las personas. A diferencia de los tiempos de los griegos, donde el deseo era aceptado en cualquiera de sus formas –con excepción de la pedofilia–, nosotros nos retorcemos con culpas que nos llevan a castigos autoimpuestos para calmar la tortura. No obstante, la tentación por la manzana prohibida no desaparece y provoca exquisitas idealizaciones pese al sufrimiento.

Tenemos que preguntarnos si el secreto y escondido placer de meterle el diente a la manzana prohibida lo causa el haber conquistado el objeto escondido que estamos tomando o se debe al secreto placer agónico y tortuoso que el romper la ley social nos produce. Ahí lo dejamos.

Fuente: Perù21

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