Publicado el : 1 de septiembre 2009 – 5:13 de la tarde

| Por José Zepeda
Clara Rojas, colombiana, abogada, quien estuvo seis años secuestrada por las guerrillas de las FARC visita Holanda para presentar su libro Cautiva, en versión holandesa. Su presencia irradia satisfacción con la vida, recuperación sicológica de un trauma espantoso, felicidad con el hijo nacido en cautiverio y que hoy tiene cinco años.

Para Clara Rojas el ideal máximo sería tener un país en que primen la reconciliación, el perdón, la tolerancia, el crecimiento y la paz. Estuvo secuestrada entre el 2002 y el 2008. Seis años. A nadie debe extrañarle entonces que ella siga preguntándose de dónde sacó las fuerzas para resistir todo aquello. Sobre todo si se tiene en cuenta que viene de un hogar repleto de cariño y en el que era consentida de papá.

En los años de secuestrada la acompañaron por igual la soledad, el aislamiento; la incertidumbre y la ansiedad. Pese a estas cuatro cargas cada día trataba de levantarse con su mejor cara y elevaba sus brazos al cielo para agradecer a Dios por estar viva y por todas las cosas que, a pesar de todo, había en esos parajes. He aquí una característica sobresaliente de su personalidad: su profunda fe cristiana, que la lleva a la oración permanente, a su diálogo interior con Dios, a la búsqueda de consuelo y refugio en la fe.
El tiempo transcurrido en la selva le ha enseñado que los guerrilleros son gente con muy pocos lazos familiares y ningún sentido de pertenencia al país o a la sociedad en su conjunto. Algunos son incluso menores de edad. Niñas y niños con fusil en las manos. En su memoria laten recuerdos encontrados sobre los secuestradores. Son gente capaz de las peores inhumanidades, como las cadenas para ciertos rehenes, y al mismo tiempo cierta deferencia que permite salvar la vida. Gestos de humanidad en medio de la iniquidad.

Nunca se resignó a su destino de secuestrada, e intentó huir, dos veces, junto a Ingrid Betancourt. El desconocimiento del terreno, la falta de referencias en la espesura de la selva, la soledad de esos parajes, jugó en su contra y casi les cuesta la vida.
Las complejas relaciones humanas en circunstancias tan difíciles crea un clima de animadversión entre ella e Ingrid, que perdura hasta hoy. Las disputas son frecuentes entre los secuestrados y como ella misma dice: “en momentos tan dramáticos es aún más difícil alcanzar a entender lo que anida en los corazones de los demás”

Seguramente la soledad fue una de las pruebas más duras de soportar. Hay que intentar evitar la locura y la muerte. Hay que trabajar diariamente para lograrlo, para no desfallecer. Para este fin se buscan lo que los entendidos llaman “estrategias de sobrevivencia”. Tejer, bordar, leer, jugar al ajedrez. Todo aquello que requiera una buena concentración, que permita que la mente acoja las labores con efectos terapéuticos.

Hay un día en el que la fuerza cede, en el que el alma se revela, y la paciencia se esfuma. Clara Rojas, cansada del cautiverio comienza a gritar en medio de un ataque de desesperación; “sáquenme de aquí” “sáquenme de aquí”. Gritos que la selva se traga. Una mujer con una camiseta empapada por el sudor, imagen misma del desconsuelo y el abandono. Sola con sus gritos y su impotencia.

El hijo
Emmanuel, “Dios con nosotros”, un nombre muy apropiado para el hijo nacido en cautiverio. Una cesaria practicada en las peores condiciones por alguien que ni siquiera se había recibido como médico. Un bebé sacado con escaso recursos que termina por dañarle severamente el brazo. Luego, se enferma, se lo quitan a la madre, y no vuelve a verlo hasta tres años después cuando se produce su liberación por una acción conjunta entre la senadora colombiana Piedad Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez. Pese a ello es conmovedor el momento en que va a dar luz. Numerosos guerrilleros comienzan a juntarse fuera del recinto, encienden una fogata, asan unos pedazos de carne e inician una charla que se parece demasiado a un acompañamiento del parto. Junto a esos gestos persiste la actitud autista de quienes se alejan de la sociedad que dicen representar, se cierran a cal y canto en su pretensión de seguir una lucha que condena la inmensa mayoría del país.

Para la ex rehén, las cosas están claras: luego de esa experiencia límite existen al menos dos caminos: el del rencor o el del perdón. En sus propias palabras: “si pretendo seguir adelante y volver a tener una vida plena, necesito perdonar de corazón a todos aquellos que me causaron daño”. Seguramente tiene razón. Sería un triunfo del mal permitir que la consumiera el odio. Estar por encima de los secuestradores siempre exigirá una altura moral que ellos abandonaron en algún lugar del camino.

Fuente: radio Nederland

Puntuación: 0 / Votos: 0