Honduras: Golpe de Estado
Publicado el : 30 Junio 2009 – 11:36de la mañana
| Por Redacción InformaRN

Se le puede poner el nombre que se quiera, pero lo sucedido en Honduras es un Golpe de Estado. Supongamos que, efectivamente el Presidente Zelaya haya violado la ley, haya desconocido la autonomía de los otros poderes del Estado.

Ernesto Ottone

Que el conjunto de los otros poderes estuvieran de acuerdo en que ese era el caso. Pues bien, en esa situación, tienen que actuar los mecanismos de un Estado de Derecho, probar que tal situación ha sucedido o acudir a los medios que esa legislación posee par proceder – si la situación lo amerita – a una destitución a través de un debido proceso.

Situaciones como las que he descrito se han presentado en la más antigua democracia moderna. Recordemos lo acaecido en los Estados Unidos de América a través del empeachement a Nixon. ¿Qué tiene que ver aquello con que un grupo de soldados, cuya orden todavía no se sabe de dónde vino, sacara a punta de pistola a un presidente, lo amenazara, quizás le hiciera firmar algo a la fuerza y posteriormente lo condujera a un país vecino?

Eso no es democrático, eso es romper el orden democrático, aun cuando se disfraza de oropeles institucionales y muchos viva Honduras.

Ha hecho bien la Organización de Estados Americanos en condenar sin apelación el hecho, y de exigir el regreso a la normalidad. Han hecho bien el conjunto de países latinoamericanos en condenar este retroceso enorme para la región.

Sin duda ha sido un momento muy especial para los Estados Unidos y para el Presidente Obama. El Presidente Zelaya no es particularmente amistoso con los Estados Unidos de América, es un empresario cargado a la palabra fácil y al discurso encendido, que tiende a transformar en consigna antiimperialista la realidad de un país que tiene el triste record de estar entre los tres más pobres de América Latina (70% de pobreza), es amigo de Chávez y del Alba.

Sin embargo, precisamente ese es el punto, condenar un atentado antidemocrático contra un amigo es claro como el agua y no conlleva costo. Condenar el daño a alguien lejano en nombre de los principios democráticos adquiere un valor enorme antela comunidad latinoamericana, marca un cambio de rumbo.
Ese cambio de rumbo que en sus discursos y gestos han abierto expectativas de una nueva calidad en la relación entre América Latina y los Estados Unidos de América.

Obama ha pasado con éxito esta prueba a través de su condena sin ambigüedades al golpe de estado. Es quizás, desde un punto de vista estratégico, el aspecto más importante de esta lamentable situación.

Si queremos una democracia fuerte, permanente, en serio para nuestra región, hay que respetarla siempre y hacer de sus procedimientos parte de su contenido.

Si este golpe se consolida y la situación no se revierte democrática y pacíficamente, habremos retrocedido en el peldaño en el que demostrábamos avances claros, el de la democracia electoral.

Naturalmente ello abrirá una nueva dialéctica de posibilidades para varios gobernantes latinoamericanos, cuyas convicciones sobre los procedimientos democráticos han mostrado ser más bien tenues y olvidadizas. Esa levedad tiende a mostrarse en la ansiosa búsqueda para provocar cambios constitucionales que les permite ser reelegidos ojalá “per secula seculorum”, en un desafío a la finitud de los mandatos que tanto ayuda a las democracias a diferenciarse de las tiranías.

Lo que menos necesita América Latina en tiempo de crisis, son rupturas del orden democrático, pues la crisis exige mayor cohesión social y sistemas políticos “en forma”, que sean capaces de conducir un esfuerzo conjunto de los países para hacer frente a los malos tiempos.

Esto es más dramático aún para países como Honduras, país pequeño, donde la crisis golpea con más fuerza vía mercados de exportaciones y vía disminución de las remesas y donde los niveles de pobreza, la ausencia de cobertura escolar y la ausencia de infraestructura están lejos del promedio latinoamericano.

América Latina requiere que esta mala práctica no se consolide ni haga escuela. El militarismo, que no es otra cosa que la desnaturalización del poder militar, a quien el poder civil le entrega el monopolio de las armas para defender su ordenamiento jurídico y territorial y no para sacar presidentes en pijamas a temprana hora, debe quedar en un pasado histórico, triste pero superado, no puede levantar cabeza. Ello requiere también sistemas políticos más fuertes, democracias más sólidas y gobernantes más responsables.

Fuente: Radio Nederland

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