A la muerte del Conde de Lemos quedó gobernando la Audiencia, presidida por don Álvaro de Ibarra. Su mandato duró hasta el 15 de Agosto de 1674, día en que entró al palacio virreinal el Conde de Castellar. El Conde de Castellar estuvo a la cabeza del Virreinato del Perú hasta el 7 de Julio de 1678, e inesperadamente tuvo que entregar el mando al Arzobispo de Lima, don Melchor de Liñán y Cisneros, quien fue nombrado interinamente y asumió tanto el poder civil como el eclesiástico hasta la llegada del Duque de la Palata, el 7 de Noviembre de 1681.
Cuando en Madrid de se tuvo noticia de la muerte del Conde de Lemos, el Consejo, luego de barajar algunos nombres, decidió nombrar como nuevo Virrey del Perú a don Baltasar de la Cueva Enríquez Arias de Saavedra, hijo segundo del Duque de Alburquerque, que, habiendo seguido primero la carrera eclesiástica, como era frecuente entre los segundos, la abandonó para dedicarse al servicio del Rey. El Conde de Castellar estaba casado con su prima, doña Teresa María Arias de Saavedra, Condesa de Castellar y Marquesa de Malagón, títulos que le correspondieron como consorte.
Retrasó su llegada a Lima, pero, además, contrariamente a lo que había hecho su antecesor, hizo su viaje por tierra, desde Paita arribando a Trujillo, algo achacoso de salud, en los primeros días de Julio. Desde ese lugar, el día 18 escribió a la Audiencia y seis días más tarde entraba a Lima su embajador, Tomás de Valdés. El 5 de Agosto llegó por tierra el Conde de Castellar hasta la chacra de Bocanegra y el día 15 hizo su entrada pública a Lima.
Vargas Ugarte considera que este Virrey, que con tanto fausto y aparato entraba en la ciudad de Lima, luego se mostró el más llano y sencillo, rompiendo con todas las etiquetas palaciegas. Así, abrió las puertas de su sala de despacho a todos y se mostró pronto a escuchar así al Oidor como al pobre oficial o al indio. Su laboriosidad no puede ponerse en duda, aunque ella fuera solo de gabinete. La impuso también a los demás tribunales, comenzando por la Audiencia y veló por que la resolución de los negocios y fallos no sufrieran dilatación. Como el mismo Virrey declarara, su principal cuidado fue poner orden y concierto en la administración pública.
Fuente consultada:
Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú. Tomo III. Lima: Editor Carlos Milla Batres, 1966