Pedro Álvarez de Toledo y Leiva, I Marqués de Mancera. XV Virrey del Perú, (1639-1648)

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Al Conde de Chinchón le sucedió en el gobierno del Virreinato del Perú don Pedro de Toledo y Leiva, Comendador de Esparragal en la Orden de Alcántara y primer Marqués de Mancera. Después de haber servido en la milicia, tanto en Italia como en África, fue nombrado Consejero de Guerra y, estando desempeñando este cargo, fue nombrado Virrey del Perú en el año de 1638. Llegó al Perú en compañía de su segunda esposa, doña María Luisa de Salazar y Enríquez y de la cual tuvo dos hijos.

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Salió de Cádiz en los galeones de don Jerónimo Gómez de Sandoval, el 20 de Mayo de 1639 y, gracias a una feliz travesía, pudo entrar en Lima el 18 de Diciembre del mismo año. Unos veinte días después, su secretario se presentaba al Cabildo de la Ciudad para solicitar que se moderasen los gastos del recibimiento y que, al ser igual el costo, prefería que la Virreina entrase en carroza, ofreciéndose pagar el exceso de su peculio, si lo hubiese.

Como buen militar, el Marqués de Mancera dedicó preferente su atención a la defensa del reino y a ellos dedica buena parte de su Relación. Lo primero que trajo su atención, fue la Plaza del Callao, la cual se hallaba en estado lamentable. Fortificado el Callao, fue necesario mirar por la defensa de los demás puertos. Arica, tenía el primer lugar por servir de depósito a la plata que bajaba de Potosí y del Alto Perú, y ser la escala necesaria de todos los navíos que se dirigían o provenían de Chile. En su tiempo, tampoco se le daba la debida atención a Buenos Aires. Fue Mancera el primero en percatarse de la importancia estratégica de dicha zona.

Entre los sucesos del periodo del Marqués de Mancera se pueden destacar los siguientes. La elevación al rango de villa del puerto de Pisco, en la cual en 1621 la Compañía de Jesús abrió un colegio. En el año 1644 llegaron al Perú los primeros religiosos de la Orden de los Mínimos o de San Francisco de Paula. En 1647, un terremoto asoló a Santiago de Chile. Debido a esto, todas las Iglesias quedaron derribadas, al igual que los conventos. Lima, acudió en auxilio de los damnificados de Santiago.

Fuente consultada:

Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú. Tomo III. Lima: Editor Carlos Milla Batres, 1966

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