Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey. X Virrey del Perú (1604-1606)

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Gaspar de Zúñiga y Acevedo nació en Monterrey, castillo de Verín, provincia de Orense, en 1560 y falleció en Lima el 10 de febrero de 1606. Gobernó el Virreinato de México desde el 5 de Noviembre de 1595 hasta el 27 de Octubre de 1603.

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A Luis de Velasco le sucedió el Conde de Monterrey que a la sazón se hallaba gobernando el Virreinato de México. El nuevo Monarca, Felipe III, había extendido su nombramiento el 19 de mayo de 1603, pero el Conde no llegó a entrar a Lima sino un año más tarde.  En la Ciudad de Lima se disponía todo para su recibimiento. El 6 de Diciembre se encontraba en la chacra de don Juan Dávalos y, finalmente, hizo su entrada en Lima el 8 del mismo mes a las dos de la tarde, habiéndole tomado el juramento acostumbrado el Alcalde don Fernando de Córdoba y Figueroa.

A pesar de su deteriorada salud, Gaspar de Zúñiga se entregó a las tareas propias de su oficio con el celo y la atención de quien tenía conciencia de sus deberes. En el breve periodo que gobernó el Conde de Monterrey no dejaron de ocurrir algunos hechos que son importantes de mencionar. Debido a la proximidad de la Cuaresma, el Cabildo resolvió atrasar las tradicionales celebraciones por el ingreso del Virrey a la Capital. El 15 de Abril, el Cabildo resolvió hacerlas y dispuso se corriesen toros y hubiesen juegos de cañas con libreas en honor al Conde.

En Noviembre de 1604, fuertes temblores de tierra causaron en la provincia de Arequipa graves daños. Durante este tiempo también se ha de colocar la fundación del Colegio de San Ildefonso, de la Orden de San Agustín, poco antes de terminar el gobierno del Conde de Monterrey.

El año de 1606 no fue de felices augurios para el Conde. Su salud ya quebrantada se resintió con lo calores del verano y una calentura persistente lo clavó en el lecho sin que los médicos pudieran controlarla. A pesar de que se buscó su salida de la Capital para calmar los males, no se consiguió lo que todos deseaban. El viernes diez de Febrero a las cuatro de la tarde, falleció. Moría pobre y sin dejar lo necesario para su entierro, pero sus albaceas resolvieron hacerle las honras con toda la pompa que su dignidad correspondía y gastaron en ellas cerca de veinte mil pesos, suma que luego se pagó de la Real Hacienda con aprobación del Monarca. El día doce se trasladó su cuerpo a la Iglesia de la Compañía, en donde al siguiente se celebraron las exequias.

Fuente consultada:
Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú. Tomo III. Lima: Editor Carlos Milla Batres, 1966

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