Antes de entrar de lleno a los motivos por los cuales el virreinato peruano se convirtió en el bastión del fidelismo en Sudamérica, es importante mencionar el contexto político europeo que desencadenó la denominada “crisis de la monarquía española” entre 1808 y 1810. En los primeros años del siglo XIX, el imperio español vivió un período de inestabilidad. Prácticamente todo el continente europeo estaba sumergido en la guerra para inicios del siglo XIX. El motivo fue Napoleón. En 1808, Napoleón solicitó al entonces rey Español Carlos IV permiso para que sus tropas atraviesen el territorio español con el fin de atacar a Portugal.
A pesar de la aceptación por parte del monarca a la petición de Napoleón, la población española se opuso. Esta inestabilidad política dentro de la propia monarquía se debió en parte a los consejeros y al primer ministro Godoy, así como también a una cierta ineptitud de parte del monarca, en este caso Carlos IV. Estos problemas llevaron a dicho rey a abdicar el trono favor de su hijo Fernando, quien se convertiría en Fernando VII. No obstante, Fernando no tenía la fuerza necesaria para gobernar. A pocos meses de acceder al trono, Napoleón citó a la familia real española en Bayona para tener una conferencia. Nadie sabe exactamente lo que se discutió en dicha reunión, no obstante, los resultados son muy conocidos: Fernando VII abdicó a favor de su padre; Carlos IV abdicó al trono español a favor de Napoleón; y este, le entregó la corona a su hermano José, convirtiéndose éste en José I de España.
En rechazo a este rey “intruso”, el pueblo español convocó en 1808 a Juntas de Gobierno y posteriormente llamó a la formación de las Cortes. A pesar de que esto sucedía en el Península, América no era ajena a este proceso. Tanto el virreinato del Río de la Plata, como el de Nueva Granada, así como las capitanías generales de Charcas, Quito y Chile, formaron juntas de gobierno desde 1809, en respaldo al rey cautivo. Sin embargo, con el paso de los años, estas juntas de gobierno proclamaron su autonomía frente a la administración española y posteriormente iniciaron su proceso de independencia. No obstante, esto no se produjo en todos los territorios de dominio español en América del Sur. El virreinato peruano fue la excepción; sin embargo, ¿a qué se debió esto? Fueron muchos los factores que permitieron – u ocasionaron-, que el virreinato peruano se convierta en el bastión del fidelismo en América del Sur. A continuación procederemos a enumerar y explicar estos factores
En primer lugar, hay que considerar que, en comparación con los virreinatos y capitanías previamente mencionados -los cuales tenían al momento de la crisis española algunos no más de cincuenta años-, el virreinato peruano llevaba casi trescientos años de formación. Durante este tiempo, tanto la élite como la población en general desarrollaron un fuerte vínculo con España, no solo en términos de parentesco, sino también comerciales. No obstante, O’Phelan sostiene que durante el siglo XVIII, e incluso durante los primeros años del siglo XIX, se produjeron más de un centenar de rebeliones anticoloniales, especialmente en el sur andino. A pesar de estas rebeliones, las cuales fueron rápidamente sofocadas, con excepción a la Gran Rebelión de Túpac Amaru en 1780 y posteriormente la de Túpac Catari, en general el territorio que comprendía el virreinato peruano deseaba mantener el orden previamente establecido.
Como segundo punto, hay que destacar a la figura que sin duda es de suma importancia –más no la única- para que el virreinato peruano sea considerado como el bastión del fidelismo es José Fernando de Abascal. Si bien Hamnett en su texto La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal hace mención que no se le ha dado la importancia necesaria a dicho virrey en la historiografía sobre la independencia de América del Sur, al ser un texto editado en el 2000, su crítica no posee ahora mucho valor, dadas las recientes publicaciones sobre el tema. Abascal gobernó el virreinato peruano entre 1806 y 1816 y durante 1808 y 1810 –años en los cuales se produce la crisis española-, tal como sostiene Hamnett, el Perú no sucumbió a la subversión política.
Como sostiene dicho autor, entre 1810 y 1813, Abascal puso en práctica una política que dio como resultado una expansión territorial del Perú. El virrey Abascal se encargó de frenar cualquier intento de subversión en el territorio peruano y también en el resto de América del Sur. Así, aplastó la junta de Quito, Charcas y la de Chile- las dos últimas gracias al ejército del Alto Perú. Debido a esto, tanto Charcas, como Quito y Chile fueron anexados al Perú. Si bien no existió un fuerte intento en el Perú de crear una junta, como sostiene O’Phelan, y como ya se mencionó, existieron rebeliones durante el gobierno de Abascal; sin embargo, estas fueron silenciadas con relativa rapidez, como sucedió con la rebelión del Cuzco en 1814.
Ahora, es importante resaltar que Abascal no pudo imponer su política de gobierno sin el apoyo de la élite criolla, especialmente la limeña. A pesar de que se le ha considerado como absolutista y conservador, la política de “concordia” del virrey con los estratos más altos de la sociedad limeña, beneficiaron su gobierno. Así, como tercer punto –y estrechamente vinculada a la figura de Abascal-, se encuentra la élite criolla, la cual lo largo de los primeros veinte años del siglo XIX, se mantuvo con una postura inquebrantablemente fidelista hacia el rey. Esta postura se puede explicar debido a que la élite consideraba a la Corona como la única garante de una estabilidad política y la cual podía garantizar el orden social frente a la posible subversión de los grupos indígenas o de las castas. No obstante, este temor fue maximizado.
Así, la élite limeña vio en Abascal -y posteriormente en el virrey Joaquín de la Pezuela-, la figura de un gobierno “estable” que les podía garantizar que se preservaría lo que los revolucionarios intentaban destruir. Con la Constitución gaditana de 1812 –la cual Abascal hace cumplir a pesar de sus convicciones-, muchos sectores ven una oportunidad para un reformismo siguiendo fieles al monarca; no obstante, con la vuelta de Fernando VII al trono español en 1814 y el no reconocimiento de la Constitución de Cádiz la posibilidad de un reformismo pacífico –buscado por los liberales limeños-, como sostiene Fisher, queda descartada.
Para concluir podemos mencionar que el virreinato peruano se convirtió en el bastión del fidelismo no solo por la figura de Abascal. Si bien el virrey es de suma importancia para entender el proceso de independencia del Perú, los intereses de las élites criollas, el temor a una revolución liderada por los sectores bajos de la población y la posibilidad de un reformismo debido a la Constitución de Cádiz llevaron al Perú a adoptar una política fidelista hacia la monarquía, en contraposición a los demás territorios Sudamericanos.