Resumen de los capítulos 3 y 4 de Shaky colonialism. The 1746Earthquake-Tsunami in Lima, Peru, and its long aftermath (Charles Walker)

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El objetivo que se propone Charles Walker en el tercer y cuarto capítulo de Shaky colonialism… es proporcionar una visión detallada de la Ciudad de los Reyes hasta poco tiempo después del terremoto de 1746. Para esto, desarrolla en el tercer capítulo cómo ha ido cambiando Lima en el aspecto social, arquitectónico, racial y espacial desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII. En el cuarto capítulo, desarrolla las medidas tomadas por el virrey Manso de Velasco, conde de Superunda, para la reconstrucción tras el terremoto.

Concluido el terremoto de 1746, el virrey Manso de Velasco lamentó la ruptura de la disposición precisa de la ciudad y la organización. No obstante, para las autoridades borbónicas como el virrey, Lima ya era inaceptablemente desordenada, incluso antes del terremoto. La geometría regular, el Palacio Municipal, la Iglesia, y otras instituciones han sido debilitadas por la complejidad racial de la ciudad, el consumo excesivo de la religiosidad barroca, y el poder acumulado por las órdenes mendicantes y de los jesuitas, así como de la élite de la ciudad. En la primera mitad del siglo XVIII, las autoridades intentaron hacer las ciudades españolas e hispanoamericanas más manejables, colocando a la Corona y a sus representantes de manera firme en el control. Sin embargo, el terremoto amenazó con anular estos esfuerzos, desatando la crueldad de la clase baja, la independencia de la clase alta, y la búsqueda de la Iglesia por papel aún más importante.

La población de la ciudad creció y se diversificó. Tres grupos principales, españoles, andinos y negros, poblaban el Perú. En los alrededores de Lima, “indio” podía referirse a un residente de El Cercado, un sirviente en la casa de un miembro de la élite, un pescador en las cercanías del Callao, un mercader de los andes cercanos o incluso a los indios nobles del Cuzco o de la misma Lima. A pesar de la existencia de vecindarios para ellos, estos no fueron segregados del resto de la población. Por otro lado, aproximadamente cien mil esclavos fueron traídos al Perú procedentes del África entre los siglos XVI y XIX, de los cuales alrededor del 40% terminaron en Lima.

Tan pronto como el siglo XVI, los hijos de los españoles e indias –mestizos- provocaron muchos debates acerca de cómo deberían ser clasificados en la jerarquía social. Por su parte, el siglo XVIII fue testigo de dos tendencias contradictorias. Por un lado, la creciente complejidad de la población de limeña y peruana y el paralelo declive de la noción de las tres naciones. La raza era solo un componente de la identidad. No solo la clase, género y edad moldean la idea de identidad, también lo hacía la familia, el vecindario, las cofradías y otras instituciones.

Sobre la arquitectura, el autor hace referencia que los constructores se basaron en la práctica prehispánica de usar materiales flexibles como el adobe, barro y cañas de bambú o de otra índole. Debido a la ausencia de lluvias, las casas poseían techos ligeros, lo cual es una importante explicación para el bajo índice de mortalidad durante el terremoto. Durante el siglo XVIII, especialmente luego del desastre de 1746, la quincha se convirtió en un elemento fundamental para todo tipo de viviendas.

La mañana siguiente del terremoto, la ciudad “despertó de cabeza”. Las pilas escombros y desechos hicieron difícil maniobrar por las calles, a lo que se sumaron ruidos terroríficos y repulsivos olores. Según Llano Zapata, “las paredes y balcones colapsaron, matando muchas personas y bloqueando las rutas de escape”. Muchos reportaron un gran daño en los edificios y monumentos por toda la ciudad. Entre los daños más resaltantes se encuentran los ocurridos a la Catedral. Las torres cayeron dentro de la nave, mientras que el techo había aplastado a más de cincuenta pacientes en el hospital de Santa Ana para los indios.

El número de víctimas que cobró el terremoto varían y las tabulaciones –en ese entonces como ahora- representan un reto. Manuel Silva y la Banda, un prominente abogado, estimó la cantidad víctimas entre 16 000 y 18 000. Por otro lado, el padre Lozano estimó 7 000 muertos en el Callao y solo 5 000 en Lima. Las epidemias que azotaron a la capital en los siguientes meses y años añadieron unos 4 000 decesos.
El cuarto capítulo, como ya se mencionó, se enfoca-básicamente-, en las medidas adoptadas por el virrey Manso de Velasco en los días y meses que siguieron al terremoto. A pesar de lo ocurrido, el virrey como sus confidentes raras veces comentaron las implicaciones del desastre a Madrid, y aún más raramente sobre los enfermos heridos, y el duelo. Horrorizado por lo que vio, el virrey trató reconstruir la capital y el puerto de manera que sean menos vulnerables a desastres naturales y a la agitación social.

Manso vio el terremoto como una oportunidad para racionalizar Lima a lo largo de las líneas que los Borbones y los absolutistas ilustrados en Europa se imponían en las ciudades de toda Europa y, en menor medida, en América. Queriendo crear una ciudad más estable, buscó cambiar la arquitectura de Lima y otorgarse mayor poder en los asuntos urbanos. Sin embargo, los conflictos respecto a la reconstrucción de Lima, dicen mucho acerca de por qué los reformadores Borbones tuvieron tantas dificultades implantando sus reformas militares, fiscales y sociales en la segunda mitad del siglo XVIII.

Es importante mencionar que el Cabildo de Lima, a ojos del virrey, resultó ineficiente durante la crisis del terremoto, reuniéndose solo nueve veces en todo el año de 1746 y solo dos veces luego del 28 de octubre. Sin embargo, el virrey poseía un importante aliado en Madrid, Don Cenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada. Ambos compartían la convicción de que más poder debía ser concedido al virrey para así mejorar el sistema administrativo español en sus dominios americanos.

Un dato curioso que se presenta es la manera en como Manso de Velasco ve el terremoto como un castigo proveniente de Dios. Para él, la vanidad de los habitantes de Lima, asó como sus despampanantes construcciones, habían molestado a Dios, quien había advertido a la ciudad de Lima con los terremotos de 1560, 1655 y 1687, pero la ciudad se había resistido a escuchar. Por otro lado, los puntos de vista del virrey sobre el terremoto muestran claramente la mentalidad de muchas autoridades borbónicas del siglo XVIII: el desprecio por el lujo de la clase alta, y el supuesto exceso de la Iglesia, sus edificios, fiestas, y el comportamiento de algunos miembros. Esta actitud muestra claramente el despotismo ilustrado.
Durante la reconstrucción, el virrey notó que muchas cases que se encontraban alrededor de la Plaza Mayor habían sido reconstruidas o reforzadas luego del terremoto de 1687. Su labor hubiese sido más sencilla de no haber recibo información contradictoria sobre el estado real de la ciudad. Muchos documentos describían la destrucción de edificios, casas de mercaderes y cuarteles, declarando que Lima había sido “completamente abandonada”.

Los días siguientes al terremoto, la Plaza Mayor estaba más desordenada de lo habitual. El virrey tomó las medidas necesarias para garantizar comida, la cual era la principal obligación, durante el siglo XVIII, de cualquier gobernante en Europa o América. Durante este tiempo, el precio del pan se elevó, causando sorpresivas revueltas que amenazaban el gobierno.

El virrey sufrió de muchos impedimentos para la reconstrucción de la capital, entre los cuales se encontraban las restricciones financieras. La reconstrucción de Lima y el Callao requerían una gran inversión, en el momento en que los centros de producción y distribución habían sido destruidos. Inmediatamente después del terremoto, el virrey llamó a un consejo de emergencia, la Junta de Tribunales, donde se un fondo proveniente de los corregidores para la reconstrucción de la ciudad. Por otro lado, Manso mejoró la recolección de la alcabala, casi duplicando sus ingresos. Los esfuerzos del virrey luego del terremoto confirman el papel central que los gobernantes modernos tenían en proveer recursos, un importante componente para mantener el orden. No obstante, las controversias económicas que se prolongaron durante años, sin embargo, no eran mucho más acerca de los presupuestos y los gastos como sobre la propiedad y el crédito.

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