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Resumen Antecedentes españoles e hispanoamericanos de las intendencias de Horst Pietschmann en Anuario de Estudios Americanos XL. Sevilla 1983

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Según la bibliografía que se ocupa de las intendencias españolas e hispanoamericanas desde el punto de vista institucional suele atribuir la implantación de este nuevo sistema administrativa una influencia por parte de Francia. No se puede dudar de que el establecimiento de intendencias en España bajo Felipe V responde a sugerencias de consejeros franceses como Berheyck y Orry; sin embargo, esta influencia de consejeros franceses no excluye la posibilidad de que la nueva institución enlace con determinados desarrollos institucionales en materia de administración que son propiamente españoles. Así, Horst Pietschmann tiene como objetivo replantearse no es la influencia política de Francia en la España de principios del siglo XVIII, que sin duda la hubo, sino el problema de la novedad institucional del sistema de intendencias además de despertar el interés por una serie de fenómenos institucionales poco estudiados hasta el momento.

Por más que las intendencias sean un reflejo del sistema paralelo francés, esto no implica que esta nueva institución no tenga antecedentes hispánicos. El querer negar éstos antecedentes significaría la afirmación implícita de que en España, durante un siglo a lo menos, no se hayan planteado necesidades paralelas de gobierno y administración como se plantearon en Francia. El replanteo que propone el autor parece necesario no solo por el hecho de que hasta la fecha en que se escribió el artículo no se había intentado ninguna comparación sistemática entre las intendencias españolas y francesas.

Una prueba de que bajo la monarquía borbónica hay mayor continuidad institucional de lo que generalmente se supone también en el campo de lo relacionado con las intendencias, se puede encontrar en el hecho de que aparentemente en varios casos solo se produjo un cambio de nomenclaturas, variando de nombre a determinados oficios cuyas atribuciones quedaron más o menos iguales. En el siglo XVIII, se sintió una continuidad entre el oficio de veedor general de ejército y el de intendentes de ejército y provincias, no considerándose al último como una novedad dado que poseían las mismas atribuciones. Así, una prueba más convincente, según el autor, entre veeduría de ejército e intendencia de ejército, la constituye el hecho de que en un texto legal de principios del siglo XVIII se encuentra que ambos términos son empleados de forma sinónima.

El autor considera importante el preguntarse a qué tipo de intendentes en concreto se asemeja el antiguo veedor del ejército. Y llega a encontrar tres tipos de intendentes. Empezando con el funcionario de menor jerarquía, se tiene al intendente de provincia que ejerce las cuatro causas de justicia, policía, hacienda y guerra y que es en realidad una fusión de dos oficios: corregidor o gobernador y el de intendente, por lo cual ejerce las causas de justicia y policía solo en su calidad de corregidor gobernador, siendo las otras dos privativas de su cargo de intendente.

En segundo lugar, se encuentra el intendente de ejército y real hacienda, quien tenía asignadas las causas de guerra y hacienda pero ejerciéndolas en calidad de superior a nivel de una provincia autónoma y que se encontraba yuxtapuesto a un capitán general. En tercer lugar, y con mayor rango se encuentra a los superintendentes de real hacienda, generalmente también con graduación de intendente de ejército y real hacienda pero de mayor rango político, que igualmente ejercen las dos causas de hacienda y guerra pero a nivel de un reino, actuando siempre al lado de un virrey, si no es el mismo virrey quien ejerce el cargo. Con lo antes expuesto, se puede concluir que el tipo de intendente que más se asemeja al veedor es el intendente de ejército y real hacienda.

Aparte de la estrecha relación entre determinados tipos de veedores y los intendentes de ejército y real hacienda, se encuentran también otros antecedentes que se remontan incluso hasta el siglo XVI. Esto ocurre con el mismo cargo de intendente a quien se encuentra, tanto en España como en América, con la denominación de superintendente. El origen del término y cargo de superintendente en España aún queda poco claro, aunque es probable que se empezara a introducir en España en la época de Carlos V.

Los casos que se han hallado no se refieren a un oficio concreto, sino más bien a una determinada forma de ejercer autoridad superior, ya que está visto que los virreyes no recibieron nombramiento formal de superintendente ni llevaban tal título antes de que se les confiriera ese cargo en 1751. Así, lo que aparentemente quieren decir las referencias es nada más que los virreyes ejercen la supervisión o inspección de ciertas materias administrativa que no son de incumbencia directa de sus cargos de gobernador, capitán general y presidente de la audiencia. Según Montesclaros, la “superintendencia universal” de toda la monarquía pero deja el despacho de los negocios corrientes a los organismos ordinarios de administración y solo en casos muy graves se entromete en los asuntos de los órganos administrativos concretos.

Al lado del significado de superintendencia, se encuentra ya muy tempranamente el cargo de superintendente en una serie de casos muy variados. El conde de Chinchón, virrey del Perú, comunica en 1640 que nombró un superintendente de correos y menciona un superintendente de penas de cámara y gastos de justicia. También los gobernadores realizaban semejantes nombramientos, como suelen, por lo visto, hacer los gobernadores del Paraguay en la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la época de Carlos II, al parecer, estos nombramientos de superintendentes para los asuntos más variados se encuentran con mucha frecuencia y se generalizan ya en el siglo XVIII.

Como antecedentes más directos de las intendencias dieciochescas hay que considerar las superintendencias de real hacienda qu se introdujeron en el reinado de Carlos UII y que de forma muy escueta se mencionan en la literatura. Aparece en primer lugar en 1687 una superintendencia como órgano central de toda la administración de la real hacienda, institución cuyo establecimiento refiere el duque de Maura. Así, medio siglo antes de Campillo y Cossío se observa ya un programa destinado a procurar, mediante intervención estatal, la resurrección económica y fiscal de la monarquía. Es muy probable que este programa también sea inspiración francesa, pero responde, al mismo tiempo, a principios mercantilistas generalmente difundidos en Europa en aquella época.

En la parte meramente institucional se observan similitudes con los intendentes posteriores. Los nuevos funcionarios se subordinaron al consejo de hacienda, sin que se haga referencia a esta otra superintendencia de real hacienda creada pocos años antes como organismo central. Cada provincia tenía que dividirse en varios partidos en los cuales debía residir un administrador nombrado por el mismo superintendente y que tenía a su cargo la administración de las rentas en su partido. Si el intendente de ejército y real hacienda de los Borbones, en materia de asuntos militares, tenía un antecesor en el antiguo veedor de ejército, lo tiene en el campo de la real hacienda obviamente en el superintendente de real hacienda de 1691, cuando la Corona ordenó el establecimiento de 21 superintendencias de rentas reales en Castilla.

Si bien la estrecha relación entre estos superintendentes de rentas de 1691 y los posteriores intendentes de ejército y real hacienda y, más aún, los superintendentes de real hacienda del siglo XVIII, resulta perfectamente clara, cabe preguntarse si los otros también tienen algo en común con los intendentes del siglo XVIII. Aún sin poderlo probar en detalle, causa la impresión de que todos estos intendentes tienen un origen comisarial. A falta de estudios concretos, esta conclusión con respecto a los superintendentes del siglo XVII reviste desde luego un carácter previo o hipotético. Por otro lado, para los intendentes del siglo XVIII se puede demostrar este aspecto comisarial plenamente, a través de las ordenanzas que recibieron.

Si bien desde los superintendentes de rentas de 1691 todos los sucesores dieciochescos se crean ya con intención de que sean cargos definitivos, se nota una ambivalencia en sus deberes. Por un lado tienen encargos extraordinarios como todo comisario, por ejemplo tomar en administración tal o cual renta, poner nuevo sistema de recaudación o administración de intereses fiscales, etc. Por otro lado, se les encarga la administración ordinaria o rutinaria del ramo una vez cumplida la tarea extraordinaria inicial. Subsiste, permanentemente, el encargo extraordinario de fomentar la economía, infraestructura y población de la provincia mediante visitas regulares y disposiciones extraordinarias dirigidas a este fin.

Siendo cierta esta hipótesis, podía observarse en España un desarrollo paralelo al de Francia, en donde los intendentes también surgieron de unos comisarios reales preexistentes y en donde igualmente empezaron a aparecer hacia fines del siglo XVI intendentes o superintendentes de muy varia índole. Que en España no se haya producido ya en el siglo XVII este desarrollo ulterior de las intendencias, como ocurrió en Francia, se explica fácilmente si se toma en cuenta que en España no había mayor necesidad para dar este paso, porque mientras en Francia los gobernadores de provincia y muchos otros cargos administrativos se habían hecho venales, lo cual significó una merma de la influencia del rey, no había ocurrido tal fenómeno en España. Así que, políticamente no había necesidad de crear todo un nuevo sistema administrativo, sino que resultó suficiente crear nuevas comisiones para casos extraordinarios que se ofrecieron.

En resumen, se podrá decir que los intendentes españoles e hispanoamericanos del siglo XVIII, cuando ejercieron las cuatro causas de justicia, policía, hacienda y guerra, lo hacían en cuanto a justicia y policía solo en calidad de gobernadores o corregidores, no representaban, en este aspecto, ninguna novedad. Los intendentes de ejército y hacienda tuvieron como antecesores en lo militar a los antiguos veedores generales del ejército, con tal única diferencia que estos antecesores se encontraban solo en regiones donde había ejércitos acantonados. En el siglo XVIII se generalizaron poco a poco los nuevos intendentes. Los nuevos superintendentes de hacienda del siglo XVIII, finalmente, tienen varios antecesores en el siglo XVII y, además, como regla general, entroncan directamente con los diferentes tipos de superintendentes del siglo XVIII.

La causa de hacienda, ejercida por los intendentes de ejército y hacienda, tienen un antecedente inmediato en los superintendentes de rentas reales de 1691. Todo esto no implica que en el proceso de remodelación administrativa del siglo XVIII no hayan tenido influencia los consejeros de Felipe V. El sistema de intendentes españoles e hispanoamericanos siempre estuvo mucho más ajustado al sistema administrativo preexistente que los intendentes en Francia. Por esta razón no es conveniente fijarse únicamente en el nombre de estos funcionarios sino en las tareas que se les encargaron. Así, las reformas administrativas que llevaron a la introducción definitiva de estos funcionarios en el siglo XVIII parecen más un reajuste y una reorganización del sistema administrativo preexistente y no la introducción de un nuevo método de administración.

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Resumen de los capítulos 3 y 4 de Shaky colonialism. The 1746Earthquake-Tsunami in Lima, Peru, and its long aftermath (Charles Walker)

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El objetivo que se propone Charles Walker en el tercer y cuarto capítulo de Shaky colonialism… es proporcionar una visión detallada de la Ciudad de los Reyes hasta poco tiempo después del terremoto de 1746. Para esto, desarrolla en el tercer capítulo cómo ha ido cambiando Lima en el aspecto social, arquitectónico, racial y espacial desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII. En el cuarto capítulo, desarrolla las medidas tomadas por el virrey Manso de Velasco, conde de Superunda, para la reconstrucción tras el terremoto.

Concluido el terremoto de 1746, el virrey Manso de Velasco lamentó la ruptura de la disposición precisa de la ciudad y la organización. No obstante, para las autoridades borbónicas como el virrey, Lima ya era inaceptablemente desordenada, incluso antes del terremoto. La geometría regular, el Palacio Municipal, la Iglesia, y otras instituciones han sido debilitadas por la complejidad racial de la ciudad, el consumo excesivo de la religiosidad barroca, y el poder acumulado por las órdenes mendicantes y de los jesuitas, así como de la élite de la ciudad. En la primera mitad del siglo XVIII, las autoridades intentaron hacer las ciudades españolas e hispanoamericanas más manejables, colocando a la Corona y a sus representantes de manera firme en el control. Sin embargo, el terremoto amenazó con anular estos esfuerzos, desatando la crueldad de la clase baja, la independencia de la clase alta, y la búsqueda de la Iglesia por papel aún más importante.

La población de la ciudad creció y se diversificó. Tres grupos principales, españoles, andinos y negros, poblaban el Perú. En los alrededores de Lima, “indio” podía referirse a un residente de El Cercado, un sirviente en la casa de un miembro de la élite, un pescador en las cercanías del Callao, un mercader de los andes cercanos o incluso a los indios nobles del Cuzco o de la misma Lima. A pesar de la existencia de vecindarios para ellos, estos no fueron segregados del resto de la población. Por otro lado, aproximadamente cien mil esclavos fueron traídos al Perú procedentes del África entre los siglos XVI y XIX, de los cuales alrededor del 40% terminaron en Lima.

Tan pronto como el siglo XVI, los hijos de los españoles e indias –mestizos- provocaron muchos debates acerca de cómo deberían ser clasificados en la jerarquía social. Por su parte, el siglo XVIII fue testigo de dos tendencias contradictorias. Por un lado, la creciente complejidad de la población de limeña y peruana y el paralelo declive de la noción de las tres naciones. La raza era solo un componente de la identidad. No solo la clase, género y edad moldean la idea de identidad, también lo hacía la familia, el vecindario, las cofradías y otras instituciones.

Sobre la arquitectura, el autor hace referencia que los constructores se basaron en la práctica prehispánica de usar materiales flexibles como el adobe, barro y cañas de bambú o de otra índole. Debido a la ausencia de lluvias, las casas poseían techos ligeros, lo cual es una importante explicación para el bajo índice de mortalidad durante el terremoto. Durante el siglo XVIII, especialmente luego del desastre de 1746, la quincha se convirtió en un elemento fundamental para todo tipo de viviendas.

La mañana siguiente del terremoto, la ciudad “despertó de cabeza”. Las pilas escombros y desechos hicieron difícil maniobrar por las calles, a lo que se sumaron ruidos terroríficos y repulsivos olores. Según Llano Zapata, “las paredes y balcones colapsaron, matando muchas personas y bloqueando las rutas de escape”. Muchos reportaron un gran daño en los edificios y monumentos por toda la ciudad. Entre los daños más resaltantes se encuentran los ocurridos a la Catedral. Las torres cayeron dentro de la nave, mientras que el techo había aplastado a más de cincuenta pacientes en el hospital de Santa Ana para los indios.

El número de víctimas que cobró el terremoto varían y las tabulaciones –en ese entonces como ahora- representan un reto. Manuel Silva y la Banda, un prominente abogado, estimó la cantidad víctimas entre 16 000 y 18 000. Por otro lado, el padre Lozano estimó 7 000 muertos en el Callao y solo 5 000 en Lima. Las epidemias que azotaron a la capital en los siguientes meses y años añadieron unos 4 000 decesos.
El cuarto capítulo, como ya se mencionó, se enfoca-básicamente-, en las medidas adoptadas por el virrey Manso de Velasco en los días y meses que siguieron al terremoto. A pesar de lo ocurrido, el virrey como sus confidentes raras veces comentaron las implicaciones del desastre a Madrid, y aún más raramente sobre los enfermos heridos, y el duelo. Horrorizado por lo que vio, el virrey trató reconstruir la capital y el puerto de manera que sean menos vulnerables a desastres naturales y a la agitación social.

Manso vio el terremoto como una oportunidad para racionalizar Lima a lo largo de las líneas que los Borbones y los absolutistas ilustrados en Europa se imponían en las ciudades de toda Europa y, en menor medida, en América. Queriendo crear una ciudad más estable, buscó cambiar la arquitectura de Lima y otorgarse mayor poder en los asuntos urbanos. Sin embargo, los conflictos respecto a la reconstrucción de Lima, dicen mucho acerca de por qué los reformadores Borbones tuvieron tantas dificultades implantando sus reformas militares, fiscales y sociales en la segunda mitad del siglo XVIII.

Es importante mencionar que el Cabildo de Lima, a ojos del virrey, resultó ineficiente durante la crisis del terremoto, reuniéndose solo nueve veces en todo el año de 1746 y solo dos veces luego del 28 de octubre. Sin embargo, el virrey poseía un importante aliado en Madrid, Don Cenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada. Ambos compartían la convicción de que más poder debía ser concedido al virrey para así mejorar el sistema administrativo español en sus dominios americanos.

Un dato curioso que se presenta es la manera en como Manso de Velasco ve el terremoto como un castigo proveniente de Dios. Para él, la vanidad de los habitantes de Lima, asó como sus despampanantes construcciones, habían molestado a Dios, quien había advertido a la ciudad de Lima con los terremotos de 1560, 1655 y 1687, pero la ciudad se había resistido a escuchar. Por otro lado, los puntos de vista del virrey sobre el terremoto muestran claramente la mentalidad de muchas autoridades borbónicas del siglo XVIII: el desprecio por el lujo de la clase alta, y el supuesto exceso de la Iglesia, sus edificios, fiestas, y el comportamiento de algunos miembros. Esta actitud muestra claramente el despotismo ilustrado.
Durante la reconstrucción, el virrey notó que muchas cases que se encontraban alrededor de la Plaza Mayor habían sido reconstruidas o reforzadas luego del terremoto de 1687. Su labor hubiese sido más sencilla de no haber recibo información contradictoria sobre el estado real de la ciudad. Muchos documentos describían la destrucción de edificios, casas de mercaderes y cuarteles, declarando que Lima había sido “completamente abandonada”.

Los días siguientes al terremoto, la Plaza Mayor estaba más desordenada de lo habitual. El virrey tomó las medidas necesarias para garantizar comida, la cual era la principal obligación, durante el siglo XVIII, de cualquier gobernante en Europa o América. Durante este tiempo, el precio del pan se elevó, causando sorpresivas revueltas que amenazaban el gobierno.

El virrey sufrió de muchos impedimentos para la reconstrucción de la capital, entre los cuales se encontraban las restricciones financieras. La reconstrucción de Lima y el Callao requerían una gran inversión, en el momento en que los centros de producción y distribución habían sido destruidos. Inmediatamente después del terremoto, el virrey llamó a un consejo de emergencia, la Junta de Tribunales, donde se un fondo proveniente de los corregidores para la reconstrucción de la ciudad. Por otro lado, Manso mejoró la recolección de la alcabala, casi duplicando sus ingresos. Los esfuerzos del virrey luego del terremoto confirman el papel central que los gobernantes modernos tenían en proveer recursos, un importante componente para mantener el orden. No obstante, las controversias económicas que se prolongaron durante años, sin embargo, no eran mucho más acerca de los presupuestos y los gastos como sobre la propiedad y el crédito.

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¿Cuál es el valor de la obra ‘El Perú’ de Middendorf para el estudio de la historia del siglo XIX?

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Entre los viajeros extranjeros que visitan y recorren el Perú en la segunda mitad del siglo XIX, quizás no haya otro tan importante como E. W. Middendorf. Nacido en Alemania en 1830 y tras graduarse de sus estudios en medicina, entre 1854 y 1855 emprende un viaje por Australia y Chile para llegar en 1855, por primera vez, al Perú. Entre 1855 y 1862 reside en Arica y Tacna, trabajando como empleado para una empresa norteamericana. Es durante esta primera estancia en el Perú que Middendorf entra en contacto con las ruinas prehispánicas, despertándose así su vocación por la historia peruana, especialmente la prehispánica.

En 1865, tras estudiar etnología, vuelve por segunda vez al Perú, residiendo en Lima hasta 1871. Durante esta estadía, se convierte en el médico personal del presidente Balta, adquiriendo información de primera mano sobre cómo se desenvolvía el Perú. Tras volver a Alemania en 1871, Middendorf vuelve por tercera y última vez al Perú y permanece aquí hasta 1876 y 1888. Ahora nos enfocaremos en su tercera estancia en el Perú.

Durante la guerra del Pacífico sur, entre 1881 y 1883, Middendorf realiza investigaciones sobre las lenguas nativas del Perú, dado que conocer la antigüedad de la lengua también permite conocer la antigüedad de los pueblos. Por otro lado, es durante este período que se comienza a interesar por temas arqueológicos. Como ya se mencionó, desde su primera visita al Perú, tuvo un interés por el tema prehispánico, llegando a considerar que en este período existía una realidad lingüística y cultural más compleja.

Culminada su última estancia en el Perú y de regreso en Alemania, entre 1893-1894 publica “El Perú“, una obra enciclopédica en la cual se encuentra una gran variedad de información, lo que demuestra la curiosidad de su autor. Entre la información que se encuentra en esta obra, se pueden destacar los temas arqueológicos; diversas fotografías; geografía; historia del Perú (prehispánica, colonial y republicana); las lenguas quechuas y aimara; la sociedad; costumbres; flora y fauna; las diversas vías de comunicaciones y la vida política del país -sobre el último punto, Middendorf obtiene información de primera mano. Como se puede ver, su obra es una descripción total del Perú.

Una vez mencionada toda la información que contiene la obra de Middendorf, podemos decir que se interés radica en que su autor es testigo directo de como va cambiando el Perú en tres décadas, entre 1855 y 1888. Testigo directo del período de llegada de inversionistas extranjeros al Perú durante el segundo gobierno de Cáceres, también es testigo del inicio de la guerra con Chile, la invasión de Lima y el posterior saqueo de la Biblioteca Nacional.

La obra de Middendorf termina siendo una obra de referencia con un visión completa sobre el Perú, donde se encuentra información de primera mano y de mucha utilidad para el estudio de la historia del siglo XIX, dado que, como ya se mencionó, el autor vive los cambios, tanto políticos como sociales, económicos y culturales, que pasa el Perú durante la segunda mitad de la centuria.

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¿Cuál es el interés de la obra ‘Paisajes Peruanos’ de José de la Riva-Agüero?

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José de la Riva-Agüero y Osma fue un político, ensayista e historiador peruano nacido en Lima en 1885. Graduado de Bachiller en 1905 y de Doctor en letras cinco años después con la tesis “la Historia en el Perú”, en 1912 decide realizar un viaje por el Perú, convirtiéndose así en uno de los primeros peruanos que viaja por el territorio nacional y que escribe un relato de viajes. El producto final de sus anotaciones que comprenden parte de su viaje por el Perú (de Cuzco a Huancayo) fue “paisajes Peruanos”. No obstante, es posible que el propio Riva-Agüero no haya tenido la intención de publicar sus apuntes como una obra total.

Antes de la primera publicación de “Paisajes Peruanos“, muchos de los futuros capítulos del libro fueron apareciendo en diversas revistas. Es importante mencionar en este punto que el texto final está armado siguiendo el itinerario de viaje de Riva-Agüero. Pero, ¿cuál es el interés de esta obra?

Al ser un viajero peruano en su territorio, muy culto y leído sobre el pasado del Perú, Riva-Agüero en su relato reivindica el pasado colonial, tema dejado de lado, tanto por los viajeros como por la clase dirigente del país, a partir de la Independencia del Perú, sin dejar de lado el interés por la historia prehispánica. La historia sobre el Perú prehispánico despertaba el interés de muchos de su generación. Este interés radicaba porque se consideraba este período como los orígenes de la nacionalidad. Por otro lado, tanto los viajeros extranjeros de la época, como el mismo Riva-Agüero, sienten un peculiar interés y preocupación por reivindicar el pasado indígena; sin embargo, en ciertas partes de su relato, por ejemplo cuando se encuentra en la Iglesia, el autor realiza ciertos comentarios despectivos y prejuiciosos sobre la población andina. Así, el interés por el pasado preshispánico de Riva-Agüero se da por el contexto, al ser este un tema de moda.

Otro de interés, y a mi parecer el más importante en la obra de Riva-Agüero, es el paisaje. El paisaje termina siendo en la obra, el personaje principal del relato. Al realizar su recorrido por el Perú a lomo de mula, Riva-Agüero tiene la posibilidad de observar y posteriormente describir el paisaje que lo rodea, describiendo el cielo, clima, la flora y fauna y los avatares de su viaje: “los cerros descomunales muestran sus dorsos pelados y hostiles, como una manada de monstruos antediluvianos” (R.A. pág. 48). La selección de los paisajes descritos en “Paisajes Peruanos” son muy específicos y estos evocan los sucesos históricos que ahí se llevaron a cabo. Al descubrir lo que veía, Riva-Agüero contrastaba la información contenida en los libros que llevaba consigo. Este contraste entre lo contenido en la fuente escrita y lo visto por el autor permiten ver como se ha ido modificando no solo el paisaje, sino como ha cambiado -si es que lo ha hecho- la población.

Así, llegamos a un tercer punto de interés de la obra de este autor: la sociedad y las costumbres que observa en su recorrido. Es importante mencionar en este punto que en varias ocasiones, él es alojado tanto por hacendados como por la gente del común. Si bien a lo largo de su relato describe festividades -civiles y religiosas- en los pueblos o ciudades que visita, la población andina prácticamente no es mencionada en el relato, salvo en pocas ocasiones donde se compara su situación actual con el pasado prehispánico. Esto puede tener una explicación si situamos a Riva-Agüero en el contexto de su época. Tanto en el siglo XIX como a inicios del siglo XX, muchos consideraban a los andinos como aquellos que generaban el retraso en llegar al progreso en el Perú, siguiendo el discurso oficial de los gobiernos desde mediados del siglo XIX

A manera de conclusión, “Paisajes Peruanos” posee un interés particular al haber sido escrita por un peruano que se adentra en el territorio. Gracias a esta obra, se puede saber cómo venía la sociedad limeña -y los miembros de la élite- a la sierra del Perú. Por otro lado, la obra permite conocer la erudición de su autor sobre los acontecimientos históricos que se llevaron a cabo en los lugares que visita, convirtiéndose la obra en un texto muy informativo pero sencillo de leer.

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