Los insectos por su número y variedad, así como por la posibilidad de observarlos cotidianamente deben permitirnos una mejor aproximación a los efectos del cambio climático. Este es un hecho incontrovertible para los cambios estacionales sobre el que se describen fábulas como las de la cigarra y la hormiga, o la conversión de feas orugas en fantásticas y delicadas mariposas. También queda claro su papel en la historia a través de las increíbles historias sobre las langostas que hasta hoy en día son preocupación de los agricultores, para no hablar de las marabuntas o de la crónica Hellstron que afirma sin equivocarse que lo más seguro es que los insectos nos sobrevivan. En fin a este asunto debemos sumarle algunas intervenciones humanas cuyos efectos están aún por determinarse.
No sabemos cuántas especies de insectos hay en el planeta (Sermeño, 2004), la discusión se sitúa en rangos que van desde 100 millones hasta unos tres millones, aunque ciertamente los descritos son aún una porción menor, 750 mil según Wilson (1988, citado por Sermeño).
En 1957 Warwick Kerr buscaba una especie de abeja superproductora de miel. Experimentaba con abejas africanas y brasileras en el estado de Sao Paulo-Brasil. El resultado fue un híbrido (Apis melífera y abejas criollas) gran productor, pero también de gran agresividad y resistencia, hasta el punto que desde que el experimento se salió de control, estas abejas han logrado ocupar todo el continente americano, no sin dejar algunas lamentables muertes en el camino. Las hormigas suramericanas se encuentran también a un paso de dominar el mundo, aunque esta vez no han necesitado de empujón alguno. Las hormigas argentinas Linepithema humile ha logrado imponerse a sus congéneres de otras partes y ocupar vastos territorios en los cinco continentes. Las especies se globalizan como el comercio y la economía, llevan y traen mercancías, ideas y todo tipo de bacterias, virus, insectos, y demás animales contribuyendo con ello a modificar los patrones de evolución de la vida.
A lo anterior se suma como efecto los cambios de clima que de un año a otro impiden el desarrollo de algunas especies y favorecen el de otras. Sobreviven las que se adaptan a un rango de variación climática mayor, o las que proliferan con el calor desplazando a las hijas del frio. Pero además de ello ocurre que entre as favorecidas se da una competencia por la sobrevivencia que determinará la prevalencia de algunas de ellas. Los humanos contribuimos con nuestro sistema de control de poblaciones de insectos, sea infertilizandolas, favoreciendo el desarrollo de los predadores que nos conviene al desarrollo de la agricultura, o exterminándolas directamente con insecticidas. El efecto de nuestras acciones, sumados a los del azar.
Entre los insectos hay también especies pequeñas que viven en el agua, como los plecópteros, que de acuerdo con un estudio de la revista Biodiversidad y Conservación el 63% son altamente sensibles al cambio climático. Estas especies si bien no parecen ser importantes, investigar sobre su prensencia nos puede ayudar a estimar la velocidad del cambio climático.
También es sabido que las especies migran para adaptarse a los cambios buscando siempre sus espacios “preferidos”, pero no todas lo harán en el tiempo suficiente, o encontrarán espacios adecuados. Y al hacerlo afectarán la vida de otros organismos. El espacio del mosquito se amplía y por tanto la malaria o el dengue se expandirán.
Hay además algunas historias relacionadas con el cambio climático y los insectos, por ejemplo la relación entre las termitas y la producción de gases efecto invernadero, metano en particular, como resultado de su capacidad para la digestión de glucosa. Sin embargo, recientemente los científicos estudian la bioquímica de su digestión para producir energías alternativas.
FFR